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Judy Garland, una vida entre drogas, alcohol e intentos de suicidio

Corría el año 1961. Judy Garland actuaba en el Boston Garden cuando su asistente, Stevie Phillips acudió a su hotel para ayudarla con el cambio de vestuario del segundo acto. Phillips hablaba despreocupada cuando la estrella, de repente, se cortó la muñeca con un cuchillo. La sangre salió disparada, empapando a la propia Phillips. “Mis manos. Mi pelo. Me quedé ahí parada en estado de shock. Era su comportamiento normal. Así era ella”. Episodios como éste son los que Stevie Phillips, sombra de Judy Garland durante cuatro años en la década de los sesenta, cuenta en el libro Judy & Liza & Robert & Freddie & David & Sue, una suerte de memorias en las que pretende terminar de tejer la terrible leyenda de la actriz y cantante.

“La reina de la tragedia” 

Phillips llegó a Garland a través de la agencia Creative Management Associates, recién fundada por Freddie Fields y David Begelman, y que necesitaba una estrella para comenzar a conseguir clientes. Por aquel entonces, Garland estaba en la lista negra de Hollywood debido a su adicción a las drogas y al alcohol y su imposibilidad de seguir un plan de rodaje sin problemas. Le prometieron que le conseguirían películas de nuevo si bajaba de peso y Garland aceptó -además se enamoró perdidamente de Begelman que, pese a estar caso, le aseguró que se divorciaría de su mujer-. Phillips pasó a ser su asistente personal, su sombra, ya que la actriz necesitaba estar siempre con alguien. “Reservaba los shows, la escenografía, organizaba a la prensa, todo”, afirma la asistente. “Judy no era una persona fácil. Era la reina de la tragedia”. 

Durante el tiempo que compartió con la actriz, asistió a episodios que nunca hubiese imaginado. En 1961, acudió al hotel donde se hospedaba para preparar el vestuario para el concierto de esa noche cuando Garland se prendió fuego a sí misma. “Cogió una caja de cerillas de su mesita de noche, encendió una y quemó el camisón que llevaba puesto”, cuenta Phillips. “Cogí las sábanas y apagué la llama que estaba a punto de consumir el camisón”. Garland no se inmutó. No ofreció ayuda ni resistencia. Tan solo examinó un poco su pierna quemada, salió de la cama en dirección al baño y le dijo: “Esta noche me pondré medias”. Ese fue el comportamiento que tuvo que sufrir. “Nadie quería ingresarla en un hospital. Estaban demasiado ocupados explotándola”, asegura en referencia, sobre todo, a Begelman. 

Arruinada por culpa de su agente 

Begelman se aseguró de convertirla de nuevo en una estrella. Consiguió una nominación a los Oscar, hizo giras mundiales, numerosas apariciones en televisión y hasta tuvo su propio show. Pues cuando acabó la gira, Garland estaba arruinada. Begelman había estado desviando miles de dólares mientras ejercía de agente. Desde extender cheques en concepto de seguridad, cuando la cantante nunca había llevado protección, hasta conseguir el pago de 50.000 dólares asegurándole que alguien le estaba chantajeando con publicar unas fotos de la estrella semidesnuda. Pero Garland estaba completamente enamorada de él y no veía nada extraño. 

Cuando Phillips consiguió ascender de asistente a agente, dejó a Garland para hacerse cargo de su hija, Liza Minelli. “Había empezado a beber y los rumores también apuntaba a las drogas”, asegura. “Liza se convirtió en una adicta y sus adicciones eran mucho más importantes que nadie en su vida”. Phillips permaneció quince años más en Creative Management Associates, hasta que fue despedida por la propia Liza -Phillips tampoco entra en demasiados detalles en el libro- y decidió dejar la profesión para reconvertirse en productora. Demasiada presión Garland-Minelli como para continuar con la cabeza encima de los hombros...

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