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Virgin Gorda: El refugio dorado de Francis Drake

Llegar de noche a Savannah Bay, en Virgin Gorda, es una experiencia que no se olvida fácilmente. Aquí se tiene la sensación de estar haciendo algo diferente. Después de un número “incierto” de cervezas en Giorgio´s Table, lo mejor era echar el ancla y esperar al día siguiente para continuar la navegación por el canal de Francis Drake. Bancos de arena, una costa recortada y el placer de saber que la ducha “pre-desayuno” se puede cambiar por un placido baño en el mar son reclamos suficientes. Las prisas no son buenas consejeras para viajar por estos mares.

Las Islas Vírgenes fueron uno de los primeros rincones del Nuevo Mundo que Colón pisó. Las llamó de las Once Mil Vírgenes, en honor a las vírgenes que acompañaron en el Martirio a Santa Úrsula. Nadie se acuerda de eso, pero si de los piratas que paraban por aquí en los siglos XVI y XVII y de las playas paradisíacas en las que hoy se tuestan al sol turistas de todo el mundo. ¿Ricos? Simplemente, de un cierto poder adquisitivo, “entre alto y muy alto”.

Era un lugar perfecto para que los corsarios y piratas ingleses y holandeses de los siglos XVI y XVII, empeñados en atacar a los galeones españoles y hacerse con los ricos tesoros que partían hacia España. De aquello ha pasado mucho tiempo, pero los habitantes de estas islas, hoy británicas, siguen recordándolo y han incorporado como héroes de su pequeña historia local a individuos no demasiado recomendables. Los piratas y sus tesoros, que se suponen ocultos todavía en las arenas de sus playas y en sus cuevas, son parte del reclamo turístico de las islas.

Evidentemente, el nombre no es muy respetuoso. Virgin Gorda es la segunda isla en tamaño a pesar de su curioso nombre. Los que pueden anclan sus barcos frente a Spanish Town, su principal núcleo urbano. Aquí hay también buenos resorts de lujo y sobre todo un ambiente de refinamiento y exclusividad. Para comprobarlo, el mejor lugar de la isla es North Sound.

Allí, enfrente, está Necker Island, el refugio caribeño de Richard Branson, donde además acostumbra a pasar largas temporadas. Como complemento, también se puede ver su gran yate “Elisabeth”, recibiendo a personajes que van desde Mike Jagger hasta Bill Gates.

Llegar hasta Biras Creek enseña lo bien que se puede vivir... Barcos de una belleza y tamaño que no se ven muchas veces. Lujo de verdad, sin complejos. Una cerveza en el Bitter End tiene mucho de ritual. Reservar una mesa para la cena y dejarse ver, un buen aperitivo y alguna que otra broma sobre una tormenta que se anuncia por la radio, y ver en la carta náutica la próxima travesía hasta Anegada son justificaciones para ver la puesta de sol en cubierta... Hay otras vidas, pero no tan delicadas como ésta.

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