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Destinos

Tribulaciones del verano

El mundo rodeado de basura / Gtresonline.

Seguramente todos preferiríamos un mundo sin el pequeño prurito de la piel. Sin duda tenemos razón. Todavía más si nos acordamos de las mucho más improbables picaduras, pero de más peligrosas consecuencias. Avispas y abejas dominan una segunda categoría de molestos encuentros con lo venenoso. Poco o nada importante, si no resultas alérgico, sobre todo al compararlo con la tercera categoría de inoculadores de tóxicos peligrosos. Es el caso de alacranes y víboras en nuestro derredor inmediato.

Las cosas pueden ir a mayores, y mucho. Hay unos pocos centenares de ofidios, invertebrados, corales, setas, plantas y medusas que pueden acabar con la vida de cualquier humano incluso en unos pocos minutos. Terrible fin para decenas de miles de personas todos los años. Casi todas vivían en la India y África ecuatorial.

Lo terrorífico del panorama no puede permitir el desconocimiento de que la inmensa mayor parte de los usos de este tipo de armas químicas es defensivo. También conviene tener presente que son medios para cazar y/o sobrevivir. Es decir se trata, siempre, de individuos a favor de sí mismos y en contra, solo, de otro individuo. Es más, ninguna de las picaduras letales -es decir las que no pretendían alimentarse con algo nuestro, como la sangre- resulta intencionada. Incluso les cuesta la vida a los aparentemente agresores.

Somos los envenenadores de nuestro planeta

En cualquier caso ningún ser vivo venenoso, por letal que pueda llegar a resultar, jamás ha picado a lo esencial para todos. Si nos lamentamos de ese ronchón en la piel. Si nos asusta el simple toparnos con la víbora. Si nos aterra que nos sea contagiada una enfermedad poco, o nada, más legítimo que defendernos con todos los medios posibles de ella. En fin, si hasta la sola idea de veneno nos repugna pensemos en lo idéntica que es nuestra sociedad para el cuerpo grande de los mares, los aires y la tierra (sic).

Nuestro planeta y sus elementos esenciales reciben ingentes picaduras y mordeduras de esos gigantescos reptiles que son las cloacas y los desagües de nuestras ciudades y fábricas. O esos mil millones de aguijones que son los tubos de escape de nuestros vehículos motorizados. O ese tsunami de tentáculos urticantes que riegan con insecticidas y herbicidas los paisajes agrarios. Ingentes e incesantes inoculaciones de venenos peligrosos en la esencia de lo esencial.

Pues bien, estas venenosas secreciones de nuestra exclusiva invención raramente tienen carácter defensivo. Actúan sobre el todo y no sobre unos pocos ejemplares de cualquier especie. Por supuesto esos medios naturales -los elementos básicos las floras y faunas enteras amenazadas y continuamente envenenados- carecen de mano para rascarse el picor o dar un palmetazo en legítima defensa. Tenemos suerte: a no ser que el cambio climático sea un gigantesco matamoscas que ponga, a lo más venenoso que jamás haya existido en este mundo, en su sitio. Algo que todavía podemos evitar.

GRACIAS Y QUE EL VERANO LES ATALANTE Y NADA LES PIQUE.

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