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Los 5 museos más raros del mundo: cuando el mal gusto es una vocación

Los hay desde los que se dedican al “arte malo” hasta los que exhiben urinarios, y no precisamente los de Duchamp. A mitad de camino entre lo kitsch y la capacidad de acumulación como psicosis, presentamos en Marabilias una ruta con cinco paradas por los cinco museos más raros del mundo. La selección incluye desde El Museo del Cabello hasta El Museo del Narco. Su sola existencia demuestran que el mal gusto también es una vocación.

Museo del Narco (México) Un zapato con doble suela para guardar droga de menudeo; una fachada de la casa de un narcotraficante sinaloense; un teléfono bañado en oro de 24 kilates; el cuerpo disecado de Zuyaqui, el perro que más droga ha detectado en México; dos decenas de armas doradas con diamantes en la culata -cada una de ellas cuestan cerca de 30.000 dólares, lo que cuesta un kilo de cocaína- y otras con el nombre del sicario grabado en el cañón… Esto es lo que puede verse en el Museo de Enervantes de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), en el Distrito Federal, en México. Fundado para rendir honores a los militares caídos en el combate al narcotráfico, el museo cuenta con diferentes salas en donde se explica desde el origen y desarrollo del tráfico de drogas hasta la actual llamada 'narcocultura'. ¿Alegoría del delito  o exhibición de pruebas?

El Museo del Arte Malo (Boston, Estados Unidos). Lo escogimos, entre otras cosas, por su naturaleza problemática. Habrá, por ejemplo, quien desee incluir una pieza de Damien Hirst o de Paul McCarthy en alguna de sus salas, aunque de momento no se ha dado el caso. Ubicado en Boston, Massachusetts,  The Museum of Bad Art (MOBA) se dedica a la “colección, preservación, exhibición y celebración del mal arte en todas sus formas”. Su misión, dicen sus responsables, es “llevar el peor arte a la gran audiencia”. A juzgar por su colección, han desarrollado una elaboración museística de lo esperpéntico. En sus salas se exhiben paisajes, ensamblajes, esculturas y hasta “poor traits” –retruécano entre la palabra portrait, retrato, y la pobre ejecución de los que aquí se exhiben-. Fundado en 1993, su lema reza: “Art too bad to be ignored”, es decir: Arte demasiado malo como para ignorarlo. Este no es el único en su tipo, existen otros en ciudades como Seattle, también en Ohio.

El Museo del orinal (Salamanca, España) José María del Arco lleva 25 años coleccionando orinales. Es, sin duda, una pasión tan legítima como comprar instalaciones de Yoko Ono, sin embargo, un tufillo casposo se desprende de tan ‘original’ afición. El museo, fundado en 2006 en Ciudad Rodrigo (Salamanca), cuenta con un total de 1.320 orinales. Su pieza más atractiva, según el propio del Arco, son los “Dompedros”, muebles de madera con orinales escondidos para disimular su uso. Se llaman así porque fue Don Pedro I El Cruel, el primero en utilizarlos. Los hay tipo botella, también diferenciados según su uso, época y procedencia. El museo posee piezas de 27 países diferentes. Similares a este pueden encontrarse algunos, como el de Nueva Delhi (India) donde hay un museo del inodoro, o en Corea del Sur, en el que han edificado una especie de parque temático llamado Mr. Toilet House.

El Museo del Perfume (Colonia, Alemania). La ciudad en la que está ubicado ya es, de por sí alegórica: Colonia. Y puede que este sea, de los que hemos elegido, el más inofensivo... o el menos cutre. El responsable de la iniciativa es, además, una de las marcas más del mundo, que aún sigue comercializándose: Agua de Colonia, Eau de Cologne. Durante el recorrido es posible conocer la bodega original donde hace más de 300 años se producían los perfumes. El museo cuenta con un archivo de más de 900.000 cartas entre las que puede encontrarse correspondencia entre la Casa Farina –comercializadora de Eau de Cologne- y clientes como Napoleón. Además, podrá conocer los diferentes olores de las fragancias utilizadas y aprenderá sobre el proceso de extracción de esencias.

El museo del Cabello (Avanos, Turquía) Su responsable, el ceramista Chez Galip –Avalos es una ciudad preciada por su alfarería- ha dispuesto para tan extraño museo una cueva cuyas paredes permanecen cubiertas por mechones de pelo de miles de mujeres. Cada muestra está identificada con el nombre y dirección de quien, voluntariamente, lo ha donado. La historia comienza 30 años atrás, cuando una amiga de Chez Galip decidió dejar un mechón de su cabello como recuerdo antes de marcharse de la ciudad. Lo que parecía sólo un gesto se convirtió en costumbre, así hasta sumar  16.000 mechones de diferentes mujeres procedentes de todo el planeta. Dos veces al año, Galip hace un sorteo: escoge al azar dos mechones. Los elegidos son premiados con un viaje a Turquía de una semana.  En Estados Unidos también hay otro dedicado coleccionar y exhibir –aunque algo más elaboradamente- cabello humano. Se trata de Leila´s hair museum, en Independence, Missouri.  Estos no son, en absoluto, museos novedosos. Ya en el siglo XV, durante la época victoriana, existía la costumbre de conservar trozos de cabello, no sería sin embargo hasta el siglo XIX que comenzarían a surgir gabinetes y espacios para exhibirlos.

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