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Por las Tierras Altas de Soria: tres libros para revivir la cultura rural

Aspecto del pueblo de Sarnago (Wikimedia Commons - imagen con licencia CC BY-SA 3.0).

Los libros de Abel Hernández son un bonito ejercicio de recuperación. “Con el tiempo, cuando la vida se acorta peligrosamente, uno tiende a regresar a sus orígenes, a la patria de su infancia. Es lo que me ha pasado a mí”, explica. “El pensamiento y el corazón se dirigen a las Tierras Altas de Soria en busca de mí mismo”, continúa Hernández. “Son tierras duras y pobres, entre sierras azules y montañas oscuras donde crece el robledal y encuentran su hábitat el sabino, la aulaga, la estepa y el encinar. Hubo un tiempo en que por estos pagos pastaban miles de merinas trashumantes. Entonces esta tierra fronteriza, donde Castilla pierde su nombre, tuvo un apunte de prosperidad; pero aquel tiempo pasó”, reconoce el autor.

Las páginas son una buena excusa para un fin de semana diferente. Las guías Trotamundo o Lonely Planet no hablan de estas cosas. “Hoy es el mayor desierto demográfico de Europa, una región poblada de ruinas y de pueblos muertos, entre ellos el mío, Sarnago, deshabitado en la decada de los 70 cuando llegaron las máquinas y cayó por los suelos el precio de la lana. Para alivio de males, la repoblación forestal de la sierra de la Alcarama empujó la despoblación humana y cambió el paisaje original. El pinar domina hoy laderas y cabezos solitarios y en los caminos no se encuentra un alma. Este es el escenario de mis libros”.

Fin de una cultura milenaria

Esas vivencias de niño se recuerdan con una sonrisa cuando se llega a mayor. Para algunos sería como un remake de El Camino de Delibes, pero más cercano porque la experiencia es personal. “Me he dado cuenta de que pertenezco a una generación-bisagra. Vengo de la Edad Media -de niño en Sarnago no había agua corriente ni luz eléctrica ni funcionaba siquiera la rueda- hasta la era tecnológica. Es un salto tremendo, casi un salto mortal. He pasado del arado romano a internet, del candil al Skype, del burro al avión supersónico. Y me toca asistir al final de la milenaria cultura rural, uno de los grandes cambios de nuestro tiempo, un suceso histórico que está pasando sin pena ni gloria”.

El autor siente como propia la obligación de recoger los despojos de esta civilización: su forma de vida, su paisaje físico y humano, sus usos y costumbres, su lenguaje -las hermosas palabras del campo en extinción-, antes de que todo quede sepultado bajo las ruinas del olvido: “No es sólo un irresistible impulso literario, que también. Es, sobre todo, un deber de justicia, el deber sagrado del último testigo, convencido, pobre de mí, de que todo lo que se ama permanece”, aventura Hernández.

Para los afortunados que pueden ampliar sus miras por toda la provincia de Soria, siempre podremos recuperar los paisajes del Soria de Dionisio Ridruejo. La nueva edición de este título, nos lleva sin querer a un turismo rural “clásico”, sin reservas por internet. Es esa Soria de trillo y arado, de románico olvidado y trashumancia semestral para recordar que las estaciones existen, porque en invierno hace frio y en verano, calor… como ha sido siempre y seguirá siendo aunque a algunos les moleste. ¡Soria también existe! Que lo dice el reclamo publicitario. 

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