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Arévalo y La Moraña, la mística está de moda

Flickr / jl. cernedas

Arévalo puede presumir de ser una villa importante, cargada de historia, con ese aire de mercado y feria agrícolas que recuerda a la Edad Media. Cuentan que en su castillo mudéjar de piedras rojizas, pasó su infancia la reina Isabel La Católica. Y en sus tres plazas se aprecia el sabor de la Castilla eterna, destacando la plaza de la Villa, con sus soportales de madera y sus mansiones blasonadas. Además, se nota que en los últimos meses la ciudad luce sus mejores galas y se nota en la recuperación de sus recursos turísticos.

Por aquí pasaron los romanos, los visigodos y los árabes, dejando todos ellos rastro de su presencia. Entre todos los recuerdos, destaca la muralla, el alcázar, el puente y el arco de Alcocer, que construyeron los árabes. Y entre callejuelas, iglesias y conventos mudéjares, un comercio tradicional con las mejores legumbres de la Moraña, pan de verdad y algunas tiendas de antigüedades donde podemos encontrar excelentes piezas de arte eclesiástico y mucha antigüedad nueva, tan útil en las nuevas mansiones rurales. Aquí la gastronomía no anda con remilgos. Su famoso tostón, sus guisos de garbanzos,  platos de mollejas o ancas de rana, cuando es temporada.

Estamos en una tierra donde la religión es patrimonio. En la Moraña, las referencias a los místicos son constantes con San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesus, con obligada referencia a algunos emplazamientos. Posiblemente, los lugares de referencia sean Fontiveros y Madrigal de las Altas Torres, con su espectacular recinto amurallado y varias joyas de la arquitectura civil. Esta es la tierra de la Castilla profunda, silenciosa y austera. Tierra de cristianos, musulmanes, santos, reyes, castillos e iglesias mudéjares.

Los nombres dicen mucho del lugar. Cardeñosa, a la vera del río Adaja, es el pueblo de la piedra. Verás que los pueblos se suceden en el llano. Gotarrendura, Peñalba y Aldehuela se quedan atrás de unas carreteras que llevan a escenarios de otros tiempos.

La joya de la zona podría ser Madrigal, que en su día llegó a tener cien torres mudéjares. Hoy apenas quedan veintitrés en sus murallas, pero te dan una idea de la importancia que tuvo el pueblo. Lo primero que tienes que ver al llegar al pueblo es el Palacio de Juan II, donde nació la reina y que sorprende por su austeridad y aspecto modesto. En la actualidad, es un convento de monjas de clausura y sólo se puede visitar una parte, aunque merece mucho la pena. Aquí se puede ver la habitación donde nació Isabel I, presidida por un cuadro de Zurbarán y una Inmaculada de Alonso Cano.

La ruta por los pueblos de La Moraña  deja muchos secretos. Si queremos un lugar diferente siempre podemos acercarnos hasta Narros de Saldueña, joya arquitectónica del siglo XV, con su Torre del Homenaje y unos atardeceres que marcan la diferencia.

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