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Cultura

'Las violetas de marzo' de Philip Kerr: silba, muñeca

Violetas de marzo

El primer libro de lo que se pensó como una trilogía, acabó como tetralogía y es ahora una serie conocida como Berlin Noir. Nos sitúa en esa Alemania del pujante poder nacional – socialista, donde el maniqueísmo de lo bueno y lo malo se hace difícil para alguien que busca, no la verdad, sino unos cuantos marcos (“era probable que hubiera algún buen dinero en todo aquello, y yo trato de no huir del dinero si puedo evitarlo»),  y no acabar “peor que uno mismo. Es decir, a menos que se tenga la desgracia de ser judío”.

Philip Kerr (Edimburgo 1956), novelista hoy en día de género gracias a esta serie berlinesa pese a haber escrito desde ciencia – ficción a un buen número de novelas infantiles, ha quedado ya ligado a un personaje al que, irremediablemente, acabaremos persiguiéndo a través de una serie de novelas que nos llevarán a sufrir, no con un héroe tópico, pero tampoco con un anti – héroe al uso, las peripecias de un afamado policía criminal metido a detective privado.

Este libro se puede paladear, por ejemplo, cada noche, con una sonrisa esquiva cuando Bernie nos dice “En estos tiempos, la única mujer en la que puedes confiar es en la esposa de otro”. O hacernos reír calladamente por la tarde en el traqueteo de un tren cuando se enfrenta, quién sabe si a sus Némesis femeninas como Spade, o a sus posibles amantes como Marlowe, señalándonos que “salvo por aquellos tacones altos, Lotte Hartmann estaba tan desnuda como la hoja del cuchillo de un asesino, y probablemente era igual de mortífera”.

Aún se hace buena novela negra

Un libro en el que el viajero que acompañe a Gunther vivirá un Berlín en donde los agentes de la Gestapo parecen sombras expectantes, los locales humo de voces graves y discordantes, los hoteles decadentemente lujosos, y el asesinato, algo que sólo importa al que puede pagar para saber el por qué del mismo.

Bernie Gunther puede, tal vez, sernos repulsivo, hosco y grosero, como cuando dice “me ofreció una sonrisa tan fría y dudosa como la goma de un condón de segunda mano”, pero desde luego no nos dejará impasibles a lo largo de todas su frases. Ni siquiera seremos capaces de juzgarle por sus actos. Es más, seguro que iremos de página en página buscando el final de una historia que, me temo, no hará sino engancharnos a otros casos y otros finales sin darnos cuenta que, no puede haber final posible para quien es capaz de soltar perlas como «Que esa diosa estuviera casada con el gnomo sentado en el estudio era la clase de cosa que refuerza la fe de uno en el dinero.»

Philip Kerr al menos me ha reforzado vivamente la fe en la buena novela negra. Esa que se lee con un scotch de doce años, aunque le siente a uno el whisky como un calibre doce en el estómago. Y desde luego, no resultará tan irritante como lo que más irrita a nuestro protagonista: "Sólo hay una cosa que me irrite más que la compañía de una mujer fea por la noche, y es la compañía de la misma mujer fea a la mañana siguiente".

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