Quantcast

Cultura

En el hambre y los chupetones manda Brad Pitt

Brad Pitt (Gtresonline).

En algunos cines se estrena Somos Gente Honrada, un filme español que por el mero hecho de ser una producción catalana-gallega-vasca se verá muy poco a diferencia de otras dos -que serán multitudinarias y blockbuster- que responden a los títulos de El hombre de acero y al de Guerra Mundial Z. En las tres -como en las clásicas tragedias griegas- se merodea por los mismos senderos, síndromes y carencias del ser humano femenino y masculino: somos gilipollas integrales y esto no puede seguir así.

En Somos gente honrada una pareja de amigos cincuentones y en paro (como en Los lunes al sol), con zero futuro, sin posibilidad de esperanza, se topan con un paquetón de farlopa de 10 kilos, lo que en el trapicheo market se pone en 10 mil papelinas; ergo, 600 mil euros del ala. Esta súbita entrada libre de impuestos es el chocolate del loro si se compara con lo despistado que se debate en el income de uno o muchos futbolistas con síndrome de Lola Flores (como Leo Messi), con los que va a paraísos fiscales en cuanto sube el precio del pan, cuanto se habla en ese juzgado balear con rampa mediática o en viajes a Suiza para esquiar, que es algo que desentumece tutiplén y mucho mejor que la más cercana Baqueira Beret.

Nadie devolverá nuestras carteras cuando las hayamos perdido

En lo del menudeo de la película española, hay otra pareja de personajes más (uno de ellos policía, que encarna Unax Ugalde) a los que les puede perjudicar la tenencia ilícita del vasodilatador jacarandoso, vulgo la farla. Detona en esos debates de mesa de cocina donde se duda si remitirlo o no a la Brigada de Estupefacientes. Momento nimio en el que Jacinto Benavente lo llamaba La honradez de la cerradura: si ser honesto por evitar riesgos o cuerdo en un mundo repleto de chorizos y caraduras que nunca son castigados.

Ser honrado y legal parece convertirte en un ser lerdo, tonto y pringado.

Hubo un tiempo idílico donde cuando uno se encontraba en un taxi una cartera con documentación y varios billetes morados de 500 euros se la daba al conductor para que la dejara en comisaría. Para no ser imbécil (nada que ver con la intachable conducta del taxista) ahora lógico es dejar la billetera en un buzón de correos y guardarse la pasta. Más preciso aún: lo normal es tirar la documentación a una papelera y quedarse con el dinero y el envase polipiel de marca para algún regalo vintage. Ser honrado y legal parece convertirte en un ser lerdo, tonto y pringado. Cuando la Justicia es por lo general muy lenta (lentísima), irracional y caprichosa, se deriva en venganza mileurista, parado o el “pásame algo que no llego, que no llego”.

Esta sociedad necesita de superhéroes justicieros, que siempre es mucho mejor que ir a La Bastilla, junto a la guillotina, con cercenado de cervicales a los malotes y pasar la tarde dándole al petit point o al croché, que es un tipo de puntilla ideal para el borde de las mortajas.

La ‘loca’ de Clark Kent y los roommates de los superhéroes

La pregunta es si esos necesitados superhéroes son los mismos que los que paliaron los deseos de venganza de cuando los años de la gran depresión del 29, tan bien contado por los hermanos Coen en El Gran Salto (con Paul Newman) cuando los ejecutivazos -a través de las lunas de los pisos más altos- se lanzaban al vacío de la cobardía o la impotencia. Aquí y ahora ha habido muertes suicidas por algún impago en las hipotecas y resulta que el Tribunal Constitucional ha bloqueado las cláusulas de suelo de los cientos de miles de contratos de usura firmados con los bancos y cajas de ahorro. Esto no es una crisis, de facto es una estafa.

Esto no es una crisis, de facto es una estafa.

Los creadores y argumentistas Joe Shuster y Jerry Siegel, la pareja creadora del Mito de papel cuché de Comic Superman, saben que su invento aliviaba muy mucho las depresiones y carencias de justicia de los ciudadanos. Caso de no ser el psicópata Batman o la loca de Clark Kent (el que se vestía dos veces y se dejaba la braga por fuera del leotardo) siempre podían aparecer en el ensueño del delirio defensores del bien contra malotes. Todos con sus parsifalistas parejas (no compañeros de hecho y gays) como Robin, Jimmy Olsen, Flecha Verde y Veloz, Aquaman y Renacuajo… La verdad, no me acuerdo cómo se llamaban muchos de estos roommates o ‘maridas’ y adolescentes de mirada turbia de esos personajes misóginos hasta más no poder.

El Hombre De Acero, que se estrena la semana entrante, es un salto cuántico y estético más duro de lo que La 2 pone cada madrugada en Smallville. La sigo -para qué engañar a nadie- por lo bien que está hecha (la series de televisión son infinitamente mejores que cualquier película de cine) y -no lo omito- por lo mucho que me enciende la libido ese muchachote meapilas y casi mormón o cuáquero de Krypton adoptado por el matrimonio Kent, de Kansas; al que da vida (¡y qué vida, señor!) el que fuera albañil de la construcción, modelo particular de un agente artístico y ahora actor retirado Tom Wailing. Al adolescente Superteen yo le hubiera quitado hace muchas décadas la mojigatería y las dudas existenciales (primer principio de Descartes) al modo de la Grecia clásica por el que tan famoso se hizo Alejandro Magno.

Brad Pitt, de pillapropinas a superhéroe

Lo de Brad Pitt es otra cosa y agua pasada. No por ello olvidado. Brad nunca olvida los buenos momentos de Thelma y Louise, aquella en la que hacía de chulazo pillapropinas. Ahora está de promoción por Saigón con Guerra Mundial Z. Lo vi en Berlín, en otra premier al uso (de las que como miembro numerario me invita la European Film Academy, a diferencia de Paramount España), y Brad hace de un funcionario de la ONU muy paternal y protector. Por este papel Charlton Heston hubiera matado (más de lo habitual como hombre del rifle). Tralará tapado, histriónico, prepotente salvador del mundo y cortafuegos de historias conspiratorias que acabarán con el planeta, donde una legión de zombies te persiguen para chuparte y succionarte los órganos como Carmen De Mairena y el doble nocturno de Rouco Varela diurno, es decir, el gran Paco Clavel.

'Guerra Mundial Z' es un pretexto sobre la política exterior de Estados Unidos.

El héroe Brad Pitt prueba que no es necesario ponerse una capa ni un traje ajustado para interpretar a un superhéroe. Aquí no hay ni sangre ni vísceras. Las opiniones de los de mi gremio (analista de cine) están divididas, pero no son tan desastrosas como muchas personas esperaban. Tiene un enfoque decente dentro del género. La mejor actuación zombie que he visto en mi vida… y eso que me las he comido todas. Hasta esas de la tele que me ponen de los nervios.

Guerra Mundial Z, inspirada, que no basada en el popular libro de Max Brooks (hijo de Mel y de Anne Bancroft), no es una película solo de zombies. La cinta, que también produce Pitt, está diseñada para que sea menos que una película de terror, un thriller internacional pero con zombies. Es una película épica que funciona.

Para ser más radical en la apreciación: Los zombies de Mark Foster -el director también de Monster's Ball y Quantum of Solace- no son realmente zombies. Se parecen más a un público encabronado de los que van al fútbol a despedir a ese fulano rompe-pelotas conocido por Mourinho. Corriendo, saltando y abriéndose paso a través de la civilización con crujido de tibias en un hervidero de miles de golosos paseantes. El apocalipsis zombie parece lo suficientemente grande (200 millones de dólares de presupuesto) como para que no se entienda que este relato es más una parábola, un pretexto, sobre la política exterior de Estados Unidos.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.