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Cultura

Polidori y los vampiros: el origen de la leyenda

John William Polidori (Wikimedia Commons).

Pues bien, aunque el mito del vampiro es antiguo (ya se tienen referencias en Mesopotamia o Egipto), y generalmente se considera de origen eslavo (al menos el más próximo históricamente), el género comenzó con un escritor que, si se descuida, ni siquiera es citado en las antologías.

Me estoy refiriendo a John William Polidori, nacido en Londres en 1795 y fallecido en la misma otrora brumosa ciudad en 1821, posiblemente por auto ingestión de ácido prúsico. Polidori debió ser toda una inteligencia, puesto que a los 16 años comenzó sus estudios de medicina en la Universidad de Edimburgo y leyó su tesis de licenciatura a los 19; convendrán conmigo que es todo un récord. Sin embargo, la verdadera ambición de Mr. John William era la de ser literato. Por ello, cuando través de un amigo común fue contratado por el ya célebre George Gordon Byron, es decir, Lord Byron, como su médico personal, sus esperanzas de llegar a ser escritor de renombre, siquiera fuese por ósmosis de su paciente, se acrecentaron. Comenzó un viaje por Europa del que, además, debía ser relator por medio de unos diarios por los que el propio Byron estaba dispuesto a pagar la nada despreciable cifra de 500 libras de las de entonces.

Byron despreciaba a Polidori que, sin embargo, le seguía siendo fiel.

Pero el clima entre ambos personajes se fue enfriando. Byron despreciaba a Polidori que, sin embargo, le seguía siendo fiel. Hasta que en su residencia de Villa Diodati, en Ginebra, reciben al poeta inglés Percy Shelley y a su todavía prometida Mary Wollstonecraft Godnin. Y la noche del 17 de junio de 1816, tras varios días de tiempo inclemente, tratando de buscar diversión, dedican la velada a leer una colección de cuentos alemanes de terror. Y a Byron se le ocurre la idea de que cada uno de los presentes escriba una novela de dicho género. Y de esta idea surgen dos hitos de la literatura de terror gótico: el no-muerto y el simpático (ruego me disculpen pero siempre me ha caído bien) Frankenstein. En efecto, la Srta. Mary Wollstonecraft, que ha pasado la historia por su nombre de casada, esto es, Mary Shelley, escribió Frankenstein o el moderno Prometeo que eclipsó el otro fruto de la reunión: El Vampiro de John William Polidori.

Dejando al margen la discusión sobre si la novela fue de Polidori o del propio Byron (parece estar demostrado que si bien, en efecto, Byron comenzó un relato en el que su protagonista, August Darvell, podía ser considerado como el posterior vampiro, tal relato quedó inacabado publicándolo el propio Byron como Fragment of a novel, y que de dicho relato inacabado encontró Polidori la inspiración). Polidori, autor del relato final (por otra parte, no demasiado extenso y, sin duda alguna, lejano en su redacción a las artes byronianas), comienza por tanto el género literario del vampiro romántico.

Se publicó en 1819 y tuvo éxito (quizás al mismo ayudara el hecho de que el público reconoció en el malvado protagonista, Lord Ruthwen, al propio Lord Byron). Hasta el punto que al año siguiente se publica una secuela: Lord Ruthwen ou les vampires, de Cyprien Bérard (seudónimo de Charles Nodier), escritor francés que, además, adapta, por primera vez el mito vampírico al teatro. Incluso la figura del no-muerto, revestida ahora por Polidori de la elegancia romántica y desprovista de su fiereza campesina de los mitos eslavos ancestrales, inspira a Heinrich August Märschner una ópera: Der Vampyr, estrenada en 1827.

Literatura vampírica

A Polidori pues, injustamente olvidado en las antologías, le debemos agradecer el surgimiento de toda una literatura vampírica. Gracias a él tenemos Carmilla de Sheridan Le Fanu (inspirada, según dicen, en la vida de la Condesa Elizabeth Báthory, aristócrata húngara que despobló de doncellas sus dominios para bañarse en su sangre y así conservarse joven, si bien no quedó demostrado en su proceso que la bebiera), y en la que ya comienzan a observarse ribetes eróticos; en Rusia, Tolstói (Alekséi Konstantinovich, no confundir con el padre literario de Ana Karenina), publica en 1841, El vampiro y La familia del Vordalak (ambientada en Serbia); y así hasta que en 1897 Bram Stoker publica su inefable Drácula. Incluso, en la actualidad, Anne Rice, norteamericana, ha publicado toda una serie de novelas, Crónicas Vampíricas, cuyos protagonistas son estos seres, pero mucho más adaptados al mundo actual.

El ‘Nosferatu’ de Friedrich Wilhelm Murnau, impresionantemente interpretado por Max Schreck, se ha convertido en una película de culto.

Gracias a Polidori hemos podido disfrutar, no ya de la literatura gótica sobre el no-muerto, sino con su traslado al cine (en lo de disfrutar no me refiero a la serie Crepúsculo). Y así, el Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau, impresionantemente interpretado por Max Schreck, se ha convertido en una película de culto (gracias a que alguna copia se escapó del celo destructor del Tribunal que dio la razón a la viuda de Stoker por infracción de derechos de autor, y que ordenó la destrucción de todas las cintas); Christopher Lee y la Hammer hicieron hasta diez películas con el conde Drácula de protagonista, con un subido tono erótico. Y he dejado para el final al gran Bela Lugosi, quien acabó viviendo en una reproducción de su castillo transilvano. Incluso, cuenta una leyenda que el día de su muerte, por las puertas del hospital en el que había expirado, se vio salir volando, majestuoso, un enorme murciélago. Y fueron muchos los que dijeron verlo. Lo que sí es cierto es que fue enterrado envuelto en su capa aristocrático-vampírica, esa capa que fue introducida en la versión teatral de Hamilton Deane, estrenada en 1923, el cual para simbolizar al murciélago introduce en la caracterización del personaje la capa de terciopelo o cuero negro en el exterior y seda roja en el interior, quizás el más característico de los leitmotiv vampíricos.

Por todo ello, Mr. John William Polidori, muchas gracias. Ya es un no-muerto para todos los amantes de este género, y ninguna estaca de roble podrá acabar con su inmortalidad. 

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