Quantcast

Cultura

Cortázar, en cinco cuentos

Se cumplen 100 años del nacimiento de Julio Cortázar (1914-1984)

De los autores del Boom, Julio Cortázar puede que sea uno de los más complicados de celebrar; por lo que hay de inexacto e hiperbólico en él. Hay quienes militan en lo cortaziano –todavía hay entusiastas con textos que hoy lucen avejentados o anacrónicos- y quienes reniegan de él, como si de un grano de la adolescencia se tratase, sin reparar en la tremenda huella que el argentino ha dejado, aun y a pesar del paso del tiempo. Este martes, en ocasión de los cien años de su nacimiento, habrá seguro quienes todavía no consigan ponerse de acuerdo. Tampoco pretendemos, ni mucho menos, que lo consigan.

Equívocos y discrepancias al margen, hay algo innegable: Julio Cortázar fue un cuentista nato. Es el género que utilizó con mayor acierto y destreza; aquel que sujeta su obra y en el que utilizó lo fantástico como arma para demoler el muro entre realidad y ficción. Fue así como consiguió crear una categoría mixta, literariamente impecable.

Demasiado efectista en algunos casos -Andrés Neuman habla de ello en su excelente ensayo Cortázar forastero-, el autor de Bestiario procuró hacer del relato breve un artefacto autónomo, capaz de ganar por knock out –expresión que utiliza en su conocido decálogo Del cuento breve y sus alrededores- pero no siempre rendido ante el golpe de efecto que usó a su antojo. Esta arbitraria selección pretende ilustrar, acaso, aquellos relatos que dibujan un perfil –lo más fiel posible-  de uno de los autores que mejor entendió el género. Es un apresto más sentimental que literario, abierto a las aportaciones de los lectores.

Continuidad de los parques.

Apareció por primera vez en la segunda edición del libro Final del juego, de Editorial Sudamericana (1964). Es un relato breve y uno de los que mejor ejecuta la mezcla deliberada de los planos de realidad y ficción, un efecto que a pesar de lucir manido y vulgar en quienes lo utilizan mal, es en este caso todo lo contrario. En Continuidad de los parques, hay dos grandes relatos: el de un hacendado que se encierra en su finca a leer una novela en la que dos amantes diseñan un plan para matar a alguien. Recluido en su biblioteca, el hacendado se entretiene en la historia de los amantes, que se separan para acometer su misión. Ella marcha por un lado. El hombre, por el otro. El sujeto, entre así en una casa, puñal en la mano. Encuentra a un hombre de espaldas a la puerta, sentado en un sillón de terciopelo verde, mientras lee una novela. Es el hacendado, que lee su propia muerte.

La autopista del sur.

Publicado en Todos los fuegos del fuego (1966) narra un embotellamiento en la autopista entre Fontainebleau y París un domingo de verano por la tarde. Inmersos en el aburrimiento, los pasajeros bajan de los coches, comienzan a conocerse: un joven ingeniero de un Peugeot 404; dos monjas en un 2HP; una chica en un Dauphine; un matrimonio con hijos en un Peugeot 203... Nadie sabe qué ocurre: acaso un accidente. Con poca agua y alimentos, se ven obligados a dormir en la autopista durante varios días y ayudarse entre ellos en una situación que va a peor –desde el calor hasta la muerte -. Cuando por fin se restablece la normalidad y los coches comienzan a avanzar, quienes antes se habían visto unidos por la desesperación y la solidaridad, se separan viendo cómo se desdibuja la cercanía y se restablece la individualidad: la vida normal, fría reina de todo.

Casa tomada.

Aparecido por primera vez en 1946, fue recogido en Bestiario, el primer libro de relatos de Julio Cortázar, publicado en 1951. En sus páginas, el argentino narra cómo dos hermanos –uno de ellos el narrador- son expulsados de su propia casa por algo desconocido, una presencia que los desplaza  a lo largo de las habitaciones hasta expulsarlos por completo a la calle. Aunque ambos se resisten a abandonarla, deben ir cediendo hasta que la casa  es tomada completamente y no les queda más remedio que abandonarla llevándose únicamente un reloj y la llave, de la que se deshacen tirándola a una alcantarilla. Hay quienes insisten en otorgar a este relato interpretaciones políticas –el avance del peronismo en Argentina-, sin embargo, refulge cual potente bombilla, la presencia de Gregorio Samsa y la larga sombra kafkiana; los modales de una narración donde todo ocurre de forma normal, con la imposición lenta pero irrevocable de algo fantástico y terrible.

Carta a una señorita en París.

También publicado en Bestiario, este cuento saca provecho a esa especie de poética de lo fantástico que Cortázar convirtió, especialmente en sus primeros relatos, en un signo de identidad. En sus páginas, el argentino muestra a un hombre que escribe una carta a una señorita llamada Andrée que se encuentra de visita en París mientras él cuida su apartamento en Buenos Aires. Con todo detalle, levanta una fotografía precisa de la casa que él teme desordenar. El narrador escribe para contarle que vomita conejitos. Al principio son hermosos y tranquilos animalitos a los que le resulta imposible, pero con el tiempo se convierten en feas y hambrientas bestias que todo lo destrozan. El narrador decide poner fin a la situación: mata a los conejitos y se mata él. La carta es el testimonio creciente de esa muerte, que el narrador omite, y que se recrea en el episodio tan poético como improbable de alguien que ve salir de su estómago una manada de mamíferos. “No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales”.

El perseguidor.

Publicado en 1959 e incluido en la colección de Las armas secretas, narra la historia de Johnny Carter, un saxofonista de jazz, adicto a la marihuana y con una percepción sui generis del mundo y del espacio-tiempo. Inspirado en Charlie Parker –Cortázar era un verdadero amante del jazz-, la historia comienza con Bruno, crítico de jazz que ha escrito un biografía de Johny. El saxofonista no para de hablar de sus obsesiones, de cómo el tiempo parece repetirse, un largo y demorado relato que echa mano de largas conversaciones entre sus protagonistas y en el que muchos encuentran los cimientos de lo que será Rayuela.

(5 +1) Instrucciones para dar cuerda al reloj.

Es una magnífica golosina. Incluido en Cronopios y famas (1962), que es a la vez una colección de artefactos literarios y la fundación de un universo literario dedicado a dos categorías de seres antagónicos, este libro reúne una colección fragmentaria de relatos, textos en prosa y pasajes. Entre más de una treintena entre los que destacan algunos cuya redacción a modo de manual conquistó a los lectores -Conducta en los velorios, Instrucciones para llorar o Instrucciones-ejemplos sobre la forma de tener miedo-, Instrucciones para dar cuerda al reloj avanza sencillo y directo, como una receta  inverosímil, la misma que emplea en Instrucciones para matar hormigas en Roma. Incluso mejor que las propias instrucciones, lo es el preámbulo: “cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.