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Cultura

Bernardo Atxaga: "No conozco la memoria colectiva"

Ya no habla de política, aunque lo hizo hace unos años y con alguna frecuencia –no hace mucho de eso-. Tampoco le interesa ya la fantasía ni aquel mundo llamado Obaba que él mismo creó hace dos décadas. Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951), en verdad Joseba Irazu Garmendia , está sentado en un blanco sofá del madrileño Hotel de Las Letras. Desde allí cuenta estas cosas con cierta desgana. Habla con lentitud, picoteando ideas que se hacen pocas y desordenadas. El escritor vasco está de visita en la ciudad. Tocan celebraciones: su libro Obabakoak (1988), con el que ganó el Premio Nacional de Literatura en 1989, cumple exactamente 25 años. En ocasión del aniversario, Alfaguara ha sacado una edición que incluye el DVD de Lugares vacíos, palabras llenas; el libro Un lugar llamado Obaba y postales con ilustraciones de Marta Cárdenas.

Híbrido entre novela y antología de relatos, Obabakoak (1988) hablaba de un mundo remoto. Se trata de un libro escrito en una lengua minoritaria y con una estrategia que ahora a su autor se le antoja “demasiado literaria”. ¿Qué hay de ese libro ahora?, toca entonces preguntar a un Atxaga poco expresivo: “Hace ya demasiado tiempo de Obabakoak. Lo que cuenta, que es Obaba, esa vida que aprendí a vivir en el País Vasco, es un compartimento, ahí está, cerrado. Obaba era un mundo pre-moderno  donde no hay psicología y la psique se expresa con monstruos, con fantasmas, historias de gente que se convierte en animales. Pero no me interesa. Ya no me atrae la fantasía como lo hacía en aquel momento, esa otra fantasía que se toma en serio, que  pretendía hablar de la otredad. En Obabakoak usé el sustrato fantástico de los cuentos populares, niños que se transforman en jabalíes, ahora tengo otro concepto del misterio”, explica mientras evoca el mundo rural en el que él creció y al que pertenece una parte de su literatura.

Obabakoak  supuso, a su manera, el rescate de un universo extraviado. Sin embargo, fue justamente a partir de este libro cuando Atxaga decidió dejar a un lado lo fantástico y dedicarse a la realidad, meterse de cabeza en ella. Escribió El hombre solo (1993) (1994), Esos cielos (1995) y El hijo del acordeonista (2004). La primera de ellas narra la historia de Carlos, un ex miembro de E.T.A. que regenta un hotel junto a otros amigos y que un día decide esconder en su panadería a dos activistas de la banda terrorista que días antes han cometido un atentado terrorista en Euskadi. Esos cielos plantea el viaje físico y personal que realiza Irene, una chica afiliada a una organización terrorista que decide reinsertarse.

El hijo del acordeonista fue la más aclamada. En sus páginas, el protagonista de la novela, David, rememora desde su rancho californiano su infancia en Obaba, y el doloroso despertar ante el descubrimiento de los graves hechos acaecidos durante la Guerra Civil y posguerra. Esa Obaba que aparece en esta novela  ya no es un lugar fantástico sino una arcadia lejana y extinta.  En aquellos años, Atxaga se comportó  como un recuperador nato, volcado en una literatura que intentaba restituir el pasado.

Al preguntarle por lo que entonces parecía una pulsión urgente, Atxaga responde con explicaciones circulares. “Podríamos decir que a mi obra le interesa la recuperación del pasado pero, eso sí, desde la propia memoria y la experiencia individual, no desde eso que llaman memoria colectiva. No conozco la memoria colectiva”, dice. “Para mí la recuperación es una representación, un revivir de la propia experiencia. La violencia, por lo que usted me pregunta y que es el tema de los tres libros, plantea eso: es muy distinto escribir desde tu propia casa, con los ejemplos a la mano, que documentándote con las noticias”.

¿Se siente un escritor nacional? No, en absoluto, responde, como si la cosa no fuera con él. Parece curioso que siendo el autor  vasco más traducido, Atxaga se sacuda- sin mencionarla- cualquier etiqueta regional . “Yo creo que me he zafado… Puedo trabajar por cosas, por causas, por gente, pero soy extremadamente individualista. Y si quieres ser individualistas y no quieres que te subsuman, tienes que decir no a muchas cosas”.

Sobre su bilingüismo y el hecho de que su obra esté escrita toda en euskera, Axtaga se lo toma con cierto humor: “Es como tener dos voces”, dice para referirse a las traducciones. Sobre otra de sus duplicidades –su nombre y su pseudónimo- se muestra en cambio menos entusiasta: “Decidí nacer de nuevo a los 20 años. Comenzó como algo divertido y banal. Pero después me di cuenta de que tenía muchas más implicaciones. Soy de dos maneras, en la calle soy Atxaga y en mi pueblo y con mis amigos, soy Joseba. No me gusta que me llamen Atxaga, me obligan a llevar un oficio a tiempo completo”.

Desde el 2007 prepara una nueva novela, Días de Nevada. Ya no es, dice, el autor que escribió Obabakoak. “Ahora y no veo géneros. Sé que existen, pero no... mejor dicho... Ahora rompo a escribir. Y si ya Obabkoak era así, Días de Nevada es un continuo por comlpeto, como la colada del hierro, algo que va saliendo, todo fundido”. Quedan en el aire muchas cosas, ésas que Atxaga apartaría de un manotazo perezoso, tan lento como la voz queda y gangosa en la que todo parece minimizarse y dejar de ser lo que fue.

 

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