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Cultura

El club de los escritores invisibles

Es un grupo raro; no del todo pequeño. No dan entrevistas, se esconden de la gente y dejan plantados a quienes los premian. Muchos hombres ambicionan lo que Griffin: moverse a sus anchas sin ser vistos. Pero no sólo el personaje de H. G Wells ansió la transparencia. Ya lo hicieron, a su manera, los Bartlebys que Enrique Vila Matas tomó prestados a Melville para su trilogía dedicada a los escritores que abandonaron su escritura. En la ficción todo es posible; o casi todo. La pregunta sería… ¿existen, acaso, los hombres invisibles? Sí, la historia de la literatura tiene entre ellos a unos cuantos.

El caso más sonado y célebre, entre otras cosas porque la nueva biografía sobre su obra lo ha puesto de moda otra vez, es el del escritor norteamericano Jerome David Salinger. Tras el enorme éxito de su novela corta The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno), publicada en 1951, el novelista huyó de la fama y se recluyó en la pequeña ciudad de Cornish (Nueva Hampshire). Allí construyó un bunker de hormigón y una cerca que lo ocultara de las miradas indiscretas. En todo ese tiempo sólo publicó un texto: Hapworth 16, 1924, un relato que apareció en 1965 en la revista New Yorker.

En sus años de aislamiento, el novelista apenas y cruzó palabra con alguien. Su hija Margaret le describió como un tirano y maltratador con extrañas manías, como la de beberse su propia orina para depurar su organismo. "No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo", escribió Margaret Salinger en El guardián de los sueños, una biografía publicada en 2002 por Debate y en cuyas  páginas llegó a afirmar: “Para mi padre, tener algún fallo es motivo de repulsión, tener un defecto es ser un desertor, un traidor, o una traidora. No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo”.

Su hija Margaret describió a Salinger como un tirano maltratador de manías extrañas.

A esta rara estirpe de ermitaños literarios pertenece también Thomas Pynchon, uno de los novelistas más notables de la literatura norteamericana contemporánea. Candidato permanente al Nobel, Pynchon tiene ya 76 años de los cuales 50 ha conseguido permanecer oculto, una verdadera proeza si consideramos que vive en Nueva York, una ciudad de ocho millones de habitantes en la que todo el mundo quiere encontrárselo. Pynchon no concede entrevistas, tampoco se ha dejado fotografiar ni hace apariciones públicas, excepto una célebre y rara colaboración –de voz- en Los Simpsons y en la que el novelista fue caracterizado con una bolsa de papel que le cubría la cabeza. Nacido en 1937 en Long Island, Nueva York, se convirtió en un autor de culto en 1963 con V., su primera novela. A partir de entonces desapareció de la escena pública.

Su obsesión por no aparecer llegó hasta tal punto que cuando su novela más destacada, El arco iris de la gravedad (1973), fue rechazada por el jurado del Premio Pulitzer por considerarla obscena y galardonada a su vez con el National Book Award, ajeno a la polémica, el autor mandó a recoger el premio a un comediante: Irwin Corey. A pesar de eso, Pynchon ha decidido regresar a la palestra, eso sí, sin mostrarse. El próximo 17 de septiembre sale a la venta en Estados Unidos  The Bleeding Edge, publicada por Penguin.

Cormac McCarthy es otro integrante del club de los invisibles. Conocido como Mister No Show, tiene como norma conceder sólo una entrevista cada diez años. En 2007, para sorpresa de sus fieles, el autor de La carretera aceptó ser entrevistado por Oprah Winfrey. Fue su primera entrevista emitida por televisión. En 2007, cuando su libro La Carretera fue reconocido con el Pulitzer, no acudió. Algo parecido, aunque no en las mismas circunstancias, hizo Ernest Hemingway, quien no se presentó en 1954 en Estocolmo para recibir el Premio Nobel, en su lugar mandó al embajador norteamericano, quien la carta de aceptación escrita por Hemingway. La Fundación Nobel conserva, sin embargo, una grabación que de ese texto hizo el autor de El viejo y el mar para una radio cubana.  

Hemingway no acudió a recibir el Premio Nobel en 1954.

Aunque lo parezca, no todos los escritores invisibles son norteamericanos. Arthur Rimbaud escribió sus primeros versos cuando apenas contaba con quince años y dejó para siempre la literatura a a los 20 .El mexicano Juan Rulfo fue también, a su manera, otro que prefirió vivir apartado. Tras darse a conocer con Pedro Páramo (1953)  y El llano en llamas (1955) Rulfo no publicó nada más, aunque hay quienes dicen que nunca dejó de escribir. El mundo le resultaba un verdadero incordio:  “El pánico que le tengo yo a la multitud, a la gente, es una cosa congénita", decía cada vez que tenía oportunidad.

No por casualidad Juan Rulfo era amigo de Juan Carlos Onetti. Descrito en muchas ocasiones como hosco y retraído, el uruguayo pasó los últimos meses de su vida alejado del mundo y el papel.  De hecho, En 1980 no acudió a la cena de honor para festejar la concesión del Premio Cervantes, pese a que era esperado por los Reyes. En otra ocasión dejó plantado en la Sorbona a unos cien estudiantes que se congregaron para rendirle homenaje. Y, en el I Congreso Internacional de Escritores, celebrado en Gran Canaria, Onetti se quedó encerrado en su habitación.

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