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Cultura

Sim, dicho Simenon: así era el padre literario de Jules Maigret

Que no tema mi colega Madera que vaya a inmiscuirme en sus terrenos de mesa, y buena. Simplemente ese nombre hizo que reverdecieran viejos recuerdos de uno de mis escritores de cabecera y, por añadidura, de mis personajes novelescos favoritos: Georges Simenon y el inefable Comisario Maigret, Don Jules.

Tengo a Simenon por un escritor injustamente olvidado. Su prodigalidad a la hora de escribir no llega, ciertamente a la de Balzac (solo él pudo escribir en una vida La Comedia Humana, y dudo que haya alguien capaz de leerla entera en dos), pero no tiene mal score, como dirían hoy los frikis de los juegos cibernéticos: 197 novelas firmadas con su nombre y otras 30 bajo ¡27 pseudónimos! Y no solo era prolífico a la hora de escribir: presumía de haber tenido comercio carnal con… ¡treinta mil mujeres! Claro que, mientras el número de obras es comprobable, la otra afirmación no. Y al tercer calvados… ya se sabe, se tiende a exagerar.

Simenon, liejense, se hizo el mas parisino de los escritores y en ese París que abandonaba una época y comenzaba otra, hizo deambular a su hijo literario Jules Maigret, comisario de la Policía Judicial. Si Raymond Chandler afirmó que la novela negra americana sacó el crimen de los salones a la calle, que es donde le correspondía estar, con Simenon y Maigret el género se convierte en literatura pura y del detective americano, solitario, duro , silencioso y amargado a lo Bogart, pasamos a un detective con nombre propio, dirección, y con una esposa maravillosa cocinera, Louise, que le prepara deliciosos platos con los que solazarse durante sus investigaciones.

Las novelas de Maigret (editadas por Luis de Caralt), son 75, si bien el bueno de Jules aparece en otras 28 narraciones cortas. Y sin embargo Simenon comenzó a introducir el personaje, si no con miedo, con precaución. De hecho en sus primeras apariciones no firma como Simenon, sino como Sim (Train de Nuit, La maison de l’inquietude que no he encontrado traducidas). La buena acogida del público hace que el padre se sienta orgulloso del hijo literario y a partir de entonces le haga actuar en sus aventuras firmando ya bajo el nombre auténtico de su autor: Georges Simenon.

Los relatos de Maigret están llenos de humanidad. Porque él mismo intenta, ante todo, comprender al ser humano que tiene delante, aunque sea un criminal o, quizás, precisamente por ello. Llega a decir que se metió a policía porque era lo mas parecido a lo que realmente hubiese querido ser: componedor de almas, oficio que, evidente y desgraciadamente, no existe. Y es que él mismo es esencialmente humano. Tanto que, pese a ser un personaje literario se hace tangible. Es un ser cachazudo, serio pero socarrón, apacible, amante de las costumbres hasta la rutina, ensoñador y, sobre todo, justo. Tanto que, a veces, su trabajo policial le encoge el corazón pues sabe que se aplicará un sistema, pero no se alcanzará justicia. Es, quizás, el hombre bueno al que se refirió Machado.

Se me olvida, y con esto acabo y enlazo con el principio. A Jules le gusta comer. Es, como dirían los jóvenes de hoy, un disfrutón con la comida. Y eso hace que la buena de Louise, su impagable esposa, aparezca en todas su aventuras preparándole deliciosas recetas: caballas al horno con vino tinto y mostaza, brandada de bacalao, su famoso pollo al vino (con su toque secreto de “kirsch” de ciruelas de Alsacia), caracoles a la alsaciana, mollejas de ternera, pastel de fresas y un largo etcétera. Y es que, al parecer, el prolífico escritor y promiscuo amante, Sim, dicho Simenon, era, además, un cocinilla. ¡Quién lo iba a decir!.

Un ruego final al especialista y compañero de fatigas: Don Pedro, cuando pueda y la economía lo permita, dese un garbeo por Oude Noorden, Róterdam, y visite el Bistró Madame Maigret. Disfrute y luego nos lo cuenta.

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