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Cultura

Después de Prim, el magnicidio se convirtió en industria

Un detalle de la portada del libro 'Matar a Prim' (Planeta).

Hasta su muerte, todos los asesinatos de hombre poderosos, desde Viriato a Julio Cesar o Abraham Lincoln, fueron crímenes  artesanales, fruto de un espontáneo y solitario conspirador. Pero con Juan Prim, el magnicidio se hace industria, así lo afirma el periodista, profesor y criminólogo Francisco Pérez Abellán en el libro Matar a Prim, que acaba de publicar Planeta, y en el que esclarecen muchos datos hasta ahora ocultos sobre el homicidio del que fue presidente del Consejo de Ministros, ministro de Guerra, capitán general de los ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus.

Ahora que se cumplen 200 años del nacimiento del político, un equipo científico y criminológico, dirigido por Francisco Pérez Abellán, logró obtener un permiso para exhumar su cadáver y practicarle una autopsia. El objetivo: descubrir toda la verdad sobre el caso Prim, 144 años después de su muerte.

En el libro que da cuenta de esos hallazgos, Pérez Abellán plantea no sólo la importancia de algunos datos sino también la necesidad de estudiar con rigor un magnicidio que, según Abellán, podría hasta haber inspirado el mismo asesinato de John Fitztgerald Kennedy. Presidente de la comisión universitaria que investiga el caso, Abellán aporta algunas de las conclusiones a las que ha llegado el grupo.

La más llamativa, y que se refleja en el libro,  radica en el hecho de que la verdadera causa de su muerte no fueron los disparos propinados en la calle El Turco, sino el estrangulamiento a lazo en su lecho de muerte. Según la versión oficial,  Prim habría permanecido tres días agonizante y habría muerto a causa de la infección de las heridas de bala. Según pruebas aportadas, en el cuello de la momia del general se observan claramente una serie de marcas que apoyan esta tesis.

La tesis principal de la Comisión, ampliamente desarrollada en este libro, es que todos los magnicidios son fruto de una traición colectiva y que, en el caso del general Prim, incluso el jefe del Estado (el general Serrano, a la sazón regente) estaba involucrado en el crimen. La resolución de esta muerte  ha sido largamente postergada. El caso se cerró en falso unos años después de los hechos, cuando Alfonso XII se casó con la hija de uno de los principales artífices, el duque de Montpensier, Antonio de Orleáns.

Incluso el libro va más allá, plantea que la línea legitimista no tuvo nada que ver en el asesinato, que lo cometieron enemigos feroces de los Borbones alfonsinos y que, como en su día afirmó Pedrol Ríus, queda confirmado que “la venida de don Alfonso y la gran obra de la Restauración están limpias de toda salpicadura de la sangre de Prim”.

Todo tipo de componendas se han levantado alrededor de este muerte, que el libro pretende aclarar de manera definitiva. Sostiene Abellán que el 27 de diciembre de 1870 hubo en Madrid tres emboscadas preparadas, tres grupos de asesinos apostados en tres puntos distintos para que, tomara el camino que tomara Prim a la salida del Congreso, fuera inevitable toparse con alguno de ellos. Y, una vez malherido, Prim, quedó a merced, en su propia casa, de sus asesinos, que remataron la faena estrangulándolo con un cinturón de cuero. Lo hicieron por orden del general Serrano o con su consentimiento y, casi seguro, en su presencia; asegura el autor.

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