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Cultura

Cuando la corrupción hacía caer gobiernos… y algo más

Retrato de Manuel Azaña ubicado en el Ateneo de Madrid.

Por estraperlo se entiende aquél comercio ilegal de bienes sometidos a algún tipo de impuesto o tasa por el Estado y, por extensión, a cualquier actividad irregular, sinónimo de mercado negro.

Pero el término viene, según algunos, por el acrónimo de los nombres de Strauss, Perlowitz y Lowann (Doña Frieda, esposa del primero) o, según otros, por la ruleta de trece números que los susodichos inventaron y a la que llamaron “straperlo”, eléctrica y que mediante un ingenioso botoncito oculto, hacía pararse la bolita donde la banca quisiera.

Verán como el asunto está de máxima actualidad, ahora que algunos partidos que no ostentan el poder se enconan en contra de proyectos de ciudades del juego y piden comisiones para su discusión, etcétera.

Los ladinos timadores se dedicaron a pulsar conciencias y bolsillos a través de regalos de relojes de oro y sobres en dinero.

Allá por los años 30 del siglo pasado, el juego estaba prohibido prácticamente en toda Europa. De hecho, el Gran Casino de San Sebastián, inaugurado el 15 de agosto de 1921 y que hizo las delicias de la gran sociedad de la Belle Époque, fue cerrado en el año 1924 tras la prohibición del juego por el general Primo de Rivera. Pues bien, a fines de febrero del año 34 desembarcan en Barcelona los citados sujetos huyendo de la quema de Bélgica y Holanda. Por aquel entonces, a algún político se le había ocurrido el reabrir el Gran Casino de San Sebastián y darle de nuevo su antiguo brillo y esplendor.

Pues bien, nuestros astutos estraperlistas se presentan ante el Gobierno nacional para pedirles autorización para instalar en el casino sus ruletas, a las que califican de invento tecnológico. La verdad es que el Gobierno no estaba muy por la labor, pero los ladinos timadores se dedicaron a pulsar conciencias y bolsillos a través de regalos de relojes de oro y sobres en dinero. Entre los agraciados, el sobrino del presidente del Gobierno, a la sazón don Alejandro Lerroux, Aurelio Lerroux, pues también era su hijo adoptivo.

Al final el casino se abrió con las ruletas… y tres horas más tarde, en medio de un gran escándalo, la policía irrumpía en el mismo, lo clausuraba y confiscaba el invento tecnológico que había demostrado ser un timo. Pero los timadores no se arredraron ante el escándalo y chantajearon al propio Lerroux pidiéndole 85.000 pesetas ¡de las de entonces! a cambio de su silencio, se entiende. En su honor hay que decir que el presidente no entró al envite. Pero entonces se entrevistaron con los señores Prieto (don Indalecio) y Azaña (don Manuel), que vieron una oportunidad política en el asunto, el cual trasladaron de inmediato al presidente de la República, Alcalá Zamora, enemigo declarado de Lerroux. El 10 de septiembre de 1935 don Niceto recibe un sobre con documentos que probaban la intervención de Lerroux en el turbio asunto; se los muestra, y éste no le concede importancia.

Strauss presentó una denuncia por los gastos de instalación del juego... y por los sobornos.

Sin embargo, pocos días después se produce una crisis de Gobierno y don Alejandro decide no seguir presidiéndolo. El presidente de la República nombra al señor Chapaprieta como presidente del Gobierno, encargándole su formación. Pero al mes siguiente, Strauss presenta una denuncia ante el presidente de la República solicitando una indemnización por los gastos de instalación de juego en los casinos de San Sebastián y Formentor (donde lograron estar una semana después de lo de San Sebastián), y por los sobornos pagados a familiares, amigos y políticos afines al sr. don Alejandro Lerroux. El presidente se lo entrega al Gobierno y éste al fiscal, pero sin publicidad. Pero Azaña anuncia que va a destapar el asunto en un mitin y el Gobierno se ve obligado redactar, apresuradamente, una nota de prensa haciendo público el tema.

En las Cortes se suscita un debate de cuatro horas que acaba con la creación de una comisión parlamentaria (¿les suena?) con el voto en contra del representante de la Lliga Regionalista, el ínclito don Francesc Cambó, que alegaba que no se podía constituir una comisión parlamentaria por cada denuncia (¿les sigue sonando?).

Setenta horas tardó la comisión en tener un dictamen que necesitó una reunión de otras 18 horas para su redactado final en el que se constataron conductas ajenas a la ética de la gestión de los negocios públicos y, en su consecuencia, sus responsables debían dimitir (esto ya no nos suena a nadie).

Todos los implicados en la investigación dimitieron (¡increíble pero cierto!); entre ellos Aurelio Lerroux, comisario de Estado para Telefónica. Al siguiente día, don Alejandro Lerroux abandonaba el Gobierno. El presidente, señor Chapaprieta, ante la imposibilidad de seguir gobernando con base en la derecha moderada y la destrucción del Partido Radical del señor Lerroux (al que había abandonado el otro partido coaligado, La CEDA, capitaneado por el señor Gil Robles), presenta igualmente su dimisión. El presidente de la República se ve obligado a convocar elecciones generales que, en febrero de 1936, fueron ganadas por el Frente Popular.

En las memorias de Gil Robles y de Chapaprieta se habla de conspiración de izquierdas (en la que intervienen Prieto, según el primero, y Azaña según el segundo). Conspiración o no, lo cierto es que la corrupción hizo caer un Gobierno y al poco tiempo… pero eso, ¡es otra historia!

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