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Cultura

Las mujeres que forjaron el destino de España (II)

Permítanme que comience esta nueva entrega, tras la primera parte, con una mujer que fue reina de Portugal después de morir. Y ello porque la bella Inés de Castro era española (gallega, pues en esa bella tierra nació en el año 1320) y porque su historia tiene mucho en común con la que contábamos sobre Pedro I de Castilla El Cruel y su amante-esposa María de Padilla, que también fue reina después de morir. Hasta hay enlaces familiares, porque el pobre de Alfonso IV de Portugal, padre de aquella María de Portugal, esposa del rey castellano, era también el padre del príncipe Pedro el cual cayó rendidamente enamorado de la gallega. Al desdichado monarca portugués no le salía nada bien a la hora de ordenar la vida sentimental de sus hijos.

El príncipe de Portugal quedó prendado de Inés de Castro: terrible decisión.

Inés era dama de compañía de su prima Constanza, hija del infante don Juan Manuel, quien la llevó consigo cuando fue a tomar posesión de su estado de esposa del príncipe Pedro de Portugal en 1341. Terrible decisión, porque el príncipe quedó prendado de la, al parecer y según todos los testimonios, belleza de Doña Inés. La pobre Constanza no se dio cuenta hasta que alumbró a su segundo hijo, Luis, ideando entonces una sutil treta para impedir los amores adulterinos de su esposo: hacer madrina del bautizo del pequeño a Inés para así, según cánones de la época, establecer impedimento de parentesco que convertiría a ese amor extramatrimonial en incesto. Pero el niño príncipe muere al cabo de una semana. Los amores siguen y Alfonso IV destierra de Portugal a doña Inés, que se refugia en el castillo de Alburquerque, a tiro de piedra de la frontera portuguesa, pero en Extremadura. La reina Constanza muere en 1345 al alumbrar a Fernando, futuro rey portugués y don Pedro, sin importarle el luto y contra la voluntad de su padre, rescata a Inés del exilio y se va a vivir con ella al norte de Portugal donde nacen sus cuatro hijos en común.

Cruel asesinato

Alfonso IV decide ir por la tremenda y ordena a don Alonso Gonçalves, don Pedro Coelho y don Diego López Pacheco el asesinato de doña Inés, cosa que ejecutan al parecer con enorme crueldad y delante de sus hijos aprovechando que el príncipe estaba de cacería. Don Pedro monta en cólera y, ayudado por la familia de la asesinada y de una facción de la nobleza, se rebela contra su padre, y durante dos años la lucha civil devasta las tierras entre los ríos Miño y Duero.

La reina madre consigue que el padre y el hijo se reconcilien, jurando éste el perdón para los asesinos. El rey, que conoce a su hijo, sabe que no es cierto, y sintiéndose morir avisa a sus sicarios para que huyan, cosa que hacen a la Castilla de Pedro I El Cruel. Muerto Alfonso, los dos tocayos se ponen de acuerdo e intercambian a unos trastamaristas refugiados en Portugal por Gonçalvez y Coelho (López Pacheco logró huir), a los que el vengativo amante les reservó una muerte brutal, tras la correspondiente tortura, arrancándoles el corazón, a uno por el pecho y a otro por la espalda.

En 1360 y ante su corte, Pedro I de Portugal confiesa su matrimonio secreto con doña Inés (¿se acuerdan de su homónimo en Castilla?), ordena la construcción de un túmulo funerario para su amor y el traslado de sus restos hasta la Corte. Allí, engalanan el cadáver y le sientan en el trono ante el que desfila toda la nobleza portuguesa besándole la mano en señal de vasallaje. Después, se deposita en un magnífico sepulcro que reproduce fielmente la imagen de la bella española que en su frente ciñe la corona real.

Las artimañas de Isabel ‘La Católica’

Como no todo van a ser historias de amor con mejor o peor final, veamos la intervención de las mujeres-reinas de aquella España en formación. Hay que reconocer que aquellas damas eran de armas tomar. Y si no, vean la que se armó por la sucesión de Enrique IV de Castilla, apodado El Impotente. Todo fruto de intrigas de alcoba, reales o no, hijas presuntamente adulterinas y ambiciones políticas de reinar.

La nobleza castellana difundió el rumor de que Juana no era hija de Enrique IV, sino de Beltrán de la Cueva.

En 1462 nace Juana, hija de Enrique IV de Castilla y su esposa Juana de Portugal e, inmediatamente, es nombrada heredera de la corona y, en su consecuencia, princesa de Asturias. Aquello no sentó bien a la nobleza castellana que difundió la especie de que aquella niña no era legítima sino fruto de relaciones prohibidas entre la reina y su valido, don Beltrán de la Cueva, de ahí que la pobre niña haya pasado a la historia como La Beltraneja (sesudos historiadores han determinado, no se sabe muy bien cómo, que tal afirmación es imposible, pues reina y valido nunca pudieron estar juntos en los momentos ad hoc para encargar descendencia. En otros anales se lee, sin embargo, que la niña era el vivo retrato de don Beltrán. En cualquier caso, agua pasada…).

En base a ese rumor, los nobles derrocan al rey y nombran a su medio hermano Alfonso como duodécimo rey de tal nombre de Castilla. Tras enfrentamientos militares sin vencedor militar claro, Alfonso muere en 1468, recuperando Enrique el poder. Pero su otra medio hermana, Isabel, se autoproclama reina a la muerte de Alfonso. En un primer momento no tiene suficientes apoyos y presta obediencia a Enrique, quien la arresta a la espera de casarla con Alfonso V de Portugal. Pero Isabel se escapa y se casa en Valladolid con su primo Fernando, heredero de la corona de Aragón. Al no tener dispensa papal, el matrimonio no tiene validez legal y, además, el enfadado Enrique deshereda a su hermana.

Guerra civil dinástica

Sin embargo el Papa Sixto IV manda a España a Rodrigo Borgia (futuro Papa Alejandro VI) a mediar entre ambos bandos. Valida el matrimonio de Isabel y Fernando y consigue la reconciliación con Enrique en diciembre de 1473. Un año después, muere Enrique y su testamento no se encuentra. Isabel es proclamada reina en Segovia, redactándose la famosa Concordia de Segovia en la que se establecía la forma de gobernar del matrimonio en sus reinos (ya saben, aquello del “tanto monta monta tanto…”).

Los juanistas, con Alfonso de Portugal a la cabeza, muestran su disconformidad con esta decisión y proclaman reina a Juana, entrando en Castilla y desposándose en Plasencia Juana y Alfonso. La guerra civil estalla y acaba con el Tratado de Alcáçovas mediante el cual se reconoce a Isabel como reina de Castilla y Portugal consigue prebendas enormes en cuanto a navegación atlántica y atribución de territorios ultramarinos.

Ya lo ven, nuestra Isabel I, tan Católica, tuvo grandes ambiciones políticas, se aprovechó de rumores de adulterio para proclamarse reina, se casó inválidamente en un primer momento y al final fue reina tras una guerra civil. Nada que extrañar que prometiese (según se cuenta) aquello de no cambiarse de ropa hasta que no se tomase Granada. Pecata minuta dado su carácter (por cierto, ¡cómo tenía que estar la ropa de la reina que dio origen a un color llamado isabelino, y que es algo así como un beige oscurecido!). Lo dicho, damas de armas tomar.

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