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Cultura

Los coches y los escritores, un dúo del siglo XX

Scott Fiztgerald supo sacar provecho del automóvil en su literatura.

Ya lo decía Manuel Rodríguez Rivero: si la novela del siglo XIX descubrió el ferrocarril; la del XX, el automóvil. Desde mucho antes de los futuristas –Marinetti, y su elogio desaforado por la máquina, por ejemplo–, el peso del automóvil como tema y personaje literario ha jugado un papel fundamental en determinadas tramas, y vidas, claro.

Existen los que dieron con su mejor idea al volante, como a Gabriel García Márquez, a quien se le reveló la forma final de Cien años de soledad mientras conducía rumbo a Acapulco -vendió el coche para tener de qué vivir mientras la escribía-; y están, en cambio, los que encontraron el final del camino.

Le ocurrió a Albert Camus. Él, que se había lamentado por la más idiota de las muertes -la del ciclista Fausto Coppi en un accidente automovilístico-, Camus perdió la vida apenas unos días después, en una carretera de Borgoña, cerca de La Chapelle Champigny.El escritor viajaba a bordo de un Facel Vega, de tipo deportivo, conducido por su editor y amigo Michel Gallimard. Se estrellaron contra un árbol.

Carreras truncadas

A bordo de un automóvil se han truncado –también  despegado– brillantes carreras literarias. Fue el avance de siglo y consiguió muy pronto ocupar un lugar en relatos y novelas. ¿La prueba? Después de la carrera, un relato publicado por James Joyce en 1904 y que está incluido en Dublineses.

El automóvil, ese "admirable artefacto", según Ortega y Gasset en 1930, ha servido como barca mecánica en los viajes literarios más fascinantes. En la carretera de Jack Kerouac es uno de ellos. También ha servido como escenario de picarescas y romances,  así lo fue para Daisy Buchanan, sentada en el Rolls Royce amarillo de su enamorado Jay Gatsby.

La relación entre automóvil y literatura reunió hace ya un par de años a Alfredo Bryce Echenique, Eduardo Mendoza y Enrique Vila-Matas en un coloquio sobre Literatura y Automóvil, organizado por la Fundación Barreriros. En aquella oportunidad, James Ellroy  habló, por ejemplo, sobre el papel de los coches en la novela negra.

Mafia y cadillacs

Hermano gemelo del cine, a decir en aquel entonces de Eduardo Mendoza, resulta imposible no concebir a la vieja mafia a bordo de cadillacs negros, los mismos que usa el escritor mexicano Álvaro Enrigue para que los personajes de Decencia crucen de Morelos a Michoacán en su magnífica novela Decencia, ambientada en el México que sobrevino a la Revolución y en el que se formarían los primeros carteles.

Uno de los mejores cuentos de Julio Cortázar se desarrolla alrededor, en este caso, de un atasco. Publicado en Todos los fuegos del fuego (1966), La autopista del Sur narra un embotellamiento entre Fontainebleau y París un domingo de verano por la tarde. Inmersos en el aburrimiento, los pasajeros bajan de los coches, comienzan a conocerse: un joven ingeniero de un Peugeot 404; dos monjas en un 2HP; una chica en un Dauphine; un matrimonio con hijos en un Peugeot 203...

Nadie sabe qué ocurre: acaso un accidente. Con poca agua y alimentos, se ven obligados a dormir en la autopista durante varios días y ayudarse entre ellos en una situación que va a peor –desde el calor hasta la muerte -. Cuando por fin se restablece la normalidad y los coches comienzan a avanzar, quienes antes se habían visto unidos por la desesperación y la solidaridad, se separan viendo cómo se desdibuja la cercanía y se restablece la individualidad: la vida normal, fría reina de todo.

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