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Cultura

Veintidós años sin Camarón de la Isla

Un detalle de la portada del libro 'Camarón. El dolor de un príncipe', de Francisco Peregil, publicado el año pasado por Libros del K.O.

Murió a las 7.10 de la mañana de un 2 de julio, hace ya 22 años. José Monge Cruz (San Fernando 1950- Badalona 1992), el Camarón de la Isla, tenía apenas 42 años. La quimioterapia no pudo lo que la música, y así el cáncer de pulmón que le comía el pecho le devoró la vida a dentelladas. Ya lo dice Francisco Peregil en su magnífica biografía publicada por Libros del K.O: a Camarón el dolor no se le fue nunca. Ni de la voz ni del cuerpo.

Como narra el periodista en el obituario que se publicó en El País, en 1992, Camarón, el hijo de Juana la Canastera, el menor de ocho hermanos de una familia gitana, había nacido para las cosas grandes. Y por rubio, flacucho y blanco, se ganó desde pequeño el apodo: Camarón… Camarón de la Isla, topónimo que él mismo añadió años después a su nombre artístico en honor a San Fernando, donde nació un 5 de diciembre de 1950.

Y por rubio, flacucho y blanco, se ganó desde pequeño el apodo: Camarón

Camarón comenzó a cantar a las cinco años, por Las Callejuelas, al pie de la fragua donde su padre hacía alcayatas gitanas, esa filigrana que decora los patios andaluces y que el propio Camarón vendía montando  en una bicicleta. Sería por eso que la fuerza del martillo que golpea el yunque le encendía la voz a gritos. En esos años escuchó todos los fandangos y saetas. A los ocho ya acude a la Venta de Vargas, aquella taberna en la que comenzó su leyenda. Canta de tarde; es demasiado joven para la noche.

Diez años más tarde, con apenas 18,  llega a Madrid, al tablao de Torres Bermejas. Y como a veces la vida hace lo suyo, hizo que coincidieran en aquel sitio Camarón y Paco de Lucía, guitarrista con el que grabaría nueve discos y que cambiaría por completo el flamenco. Entonces, juntos, desarmaban la tarima. Su cante roto y su voz salvaje sobre la guitarra virtuosa conquistan a todo aquel que lo escucha. Cuenta Peregil, cómo los gitanos que ocupaban las primeras filas en sus recitales le gritaban: "Ya vale, no cantes más que lo aprenden los payos".

Y como a veces la vida hace lo suyo, hizo que coincidieran en Torres Bermejas Camarón y Paco de Lucía.

Tras separarse de Paco de Lucía, graba en 1979 su décimo disco: La leyenda del tiempo, un álbum producido por Ricardo Pachón que espantó a los puristas y hoy es considerado una de las catedrales del flamenco no sólo por el propio cantaor sino por quienes le acompañaban: Tomatito, Raimundo y Rafael Amador, Kiko Veneno...

Entonces ya completamente Camarón, José Monge Cruz alimentaba a quienes lo escuchaban con aquella forma personal y avinagrada que le distinguiría para siempre. Serían las salinas de San Fernando las que le cuartearon la voz, rota de pura fuerza y lamento.

No para Camarón en esos años… No para de cantar, de viajar, de fumar. Y con la misma fuerza de los martillos de la fragua, Camarón se dio a las drogas. Comenzó con el hachís, siguió luego con la cocaína y  la heroína. Acaso el peso de aquella voz bendita o la adulación perpetua y las soledades de la fama, le engancharon al caballo –y no de  miel-  sobre el que cabalgó tantos años.

Acaso el peso de aquella voz bendita le enganchó al caballo –y no de miel-  sobre el que cabalgó tantos años.

“Nunca se sintió una persona especial. Utilizaba la música como forma de vida. Cantaba y por eso le pagaban, pero nunca vivió como un personaje popular. Era un ser de pocas palabras para los desconocidos, siempre escondido tras su timidez, apasionado de su familia y entregado a su amigos. Cuando alguien se ganaba su confianza solía decir: Este es de nosotros”, cuenta La Chispa, su viuda, en el libro La Chispa de Camarón. La verdadera historia del mito contada por su viuda, en cuyas páginas Dolores Montoya cuenta cómo aquel esquivo Camarón rechazó cantar para Mick Jagger en una fiesta privada durante una de sus visitas a Madrid. “Que esos gaches no saben de flamenco”, dijo a su representante.

Se cumplen ya 22 años de la muerte de un hombre que tiene herederos pero no sustitutos; alguien cuya voz ha cautivado a generaciones de payos y gitanos. “Ya no cantes cigarra,/ apaga tu sonsonete,/ que llevo una pena en el alma,/ que como un puñal se me mete/ sabiendo que cuando canto/ suspirando va mi suerte”, cantaba Camarón en La Cigarra, hundiendo la hoja brillante y afilada de su voz en la bella herida de su música.

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