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Cultura

"Sylvia Plath es como las paperas, tienes que pasar por ella"

Una película de maquillaje delata, levísima, una grieta; a veces en la comisura; otras en el pómulo. Casi podría pensar uno que aparece y desaparece de su rostro. Sentada con las piernas cruzadas, elegante y rubísima –una pálida ninfa, que dijeron alguna vez-, Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) confiesa, riéndose, que cuando escribió Chas leía Doña flor y sus dos maridos, de Jorge Amado. Distinta de aquella chica que cantaba con Los Subterráneos, luce ahora madura, dueña de sus palabras y sus errores, y embellecida por la vida. Así habla la cantautora de su yo lector. Lo hace en una conversación con la escritora y editora Elena Medel en La Fábrica.

Sentadas ante una pequeña mesa, ambas despellejan –amablemente- la relación entre literatura y música, que en el caso de Ronsenvinge es una misma cosa. Sólo La joven dolores (2011) y Tu labio superior (2008) serían suficientes para entenderlo. Porque la suya es, a veces, una poética de la demolición. O eso podrían pensar quienes han atravesado un desierto escuchando sus canciones.  Con Verano fatal (2007, con Nacho Vegas), Continental 62 (2006), Frozen pool (2001), Foreign land (2002) o Flores raras (1998) se puede hacer un equipaje para llegar al fin del mundo. Y regresar.

Hablan la poeta y la poeta, decíamos. Lo hacen ante un auditorio pequeño pero apretado. Hace unos años, en el número 21 de la revista Eñe, Rosenvinge  colaboró con un texto sobre su biblioteca, un mueble combado y anárquico que reaparece esta tarde delatando a su dueña, una chica que saltó de Los cinco investigadores al Proceso, de Kafka. Así, sin anestesia. Siguió con Kerouac  y llegó, con 16 años, a Nabokov. A pesar de ser entonces una Lolita, fue Humbert Humbert el personaje con el que se sintió identificada. Su hermana Teresa, que es poeta, tuvo mucho que ver en sus lecturas, dice.

Toca entrar en materia, la que da título a este encuentro, el Ring Eñe: "una batalla dialéctica sobre la literatura y sus engranajes", que dicen sus organizadores. “Música y literatura siempre han sido lo mismo. No concibo las canciones sin un texto, que potenciado por la música funciona de otra manera que sólo escrito. Claro, no es del todo sencillo. Tienes que buscar una melodía que no estropee la letra”, cuenta la cantautora a la vez que repasa los años que la han hecho lo que es ahora: una mujer hecha de algo fascinante.

Cuando se marchó a los Estados Unidos –lo que iba a ser una estancia de dos meses se transformó en cuatro años, dice-, se enfrentó a un idioma. A escribir en otra lengua.  Anne Sexton y la poesía confesional femenina hicieron lo que  la muñeca de madera con Basilisa: guiarla.  “Escribir en inglés te da más libertad. El español es muy jodido para escribir. Es poco plástico, siempre te estás pegando contra las palabras. Me quería acercar a una manera de escribir, que es bastante anglosajona, que parece graciosa y fresca. Busqué a la gente que lo hacía. En ese momento, la poesía fue muy importante y es una etapa que todas las mujeres que escribimos tenemos que pasar. Sylvia PLath es como las paperas, tienes que pasar por ellas”, dice, soltando una risa levísima.  

Hay una edad en la que ciertas  palabras se pronuncian sin complejos, piensa la cantante. Ruptura, pérdida, error, madre, mujer. Sustantivos con los que ella teje una red. Elena Medel pone el acento en La joven dolores,  un disco que echa mano del mito, el arquetipo y la larga silueta de lo femenino. La leyenda del amor entre la ninfa Eco y el bello Narciso, por ejemplo, le sirvió para Canción del eco. Y sobre esa idea, la del personaje femenino como  lugar literario, reflexiona Rosenvinge: "Los personajes femeninos siempre han estado escritos por hombres, por eso son histriónicos. Les faltan matices".

Lee distintos géneros. Novela, ensayo, pero es acaso la poesía aquel en el que consigue más cosas. "En la poesía femenina consigo una obscenidad que me interesa, muchísimo”. Ahora que huye de la influencia anglosajona, se refugia en Gil de Biedma. No tiene un libro canónico, tampoco una selección de imprescindibles.  No cree en tal cosa como una lista. "No tengo método, como no tengo memoria. Y me gusta. Porque todo me sorprende".

Ha escrito un diario, cuentos, poemas y una novela que -dice ella- no llegó a buen puerto. "Yo no puedo tener una idea de principio a fin si no dura 4 minutos", afirma. En las nuevas canciones –en las que está trabajando-, reconoce Rosenvinge una vocación más comunicativa. "Hoy no toca hablar de lo personal, arrollado por lo colectivo. Y es complicado, porque el lenguaje sobre lo colectivo es feo".  Y como si encendiera ideas geniales con un mechero, una tras otra, Rosenvinge suelta frases lúcidas, a las que se pegan solas las comillas.  No va de nada. No lo necesita. Ella sola se basta y lo sabe:  "Pensarse como un personaje es algo muy del siglo XX".

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