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Cultura

Camus y el fútbol, o ese hipotético penalti ante Kubala

Albert Camus ya había publicado El extranjero (1942) cuando Ladislao Kubala fichó por el Barça, en 1950. Apenas cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, el húngaro había sobrevivido a mucho más que el azar y a un frustrado fichaje por el Torino, una incorporación que pudo haberle llevado a la muerte en el accidente aéreo de Superga, en 1949, cuando fallecieron los 18 jugadores de la plantilla del club italiano, quienes viajaban a bordo de la aeronave que se estrelló poco después de alzar el vuelo.

Para 1950, Camus era también un superviviente, de esos que viven con el tiempo descontado -moriría en un accidente de coche, en 1960-; Kubala uno en plena forma. El húngaro había jugado durante la contienda bélica en el Bratislava de Checoslovaquia y luego en el Vasas de Budapest, ciudad a la que pudo volver tras el alto al fuego. El trasiego, del todo futbolístico o quizás no, le alejó del telón de acero y le convirtió, también, en un hombre en tránsito: hacia el estrellato futbolístico, pero también hacia la rara y exclusiva ciudadanía de los campos de fútbol, su único país definitivo.

Kubala, como Camus, fue un marginal de las patrias, un habitante de la periferia

Kubala, como Camus, fue un marginal de las patrias, un habitante de la periferia donde los hombres se vuelven extranjeros o inacabados ciudadanos. Representó a lo largo de su vida a las selecciones de tres países diferentes: España, Hungría y Checoslovaquia. Aquello, más que una colección de camisetas, parecía la bitácora política de la Europa de mitad de siglo XX, en ese entonces ocupada en sanar las heridas que dos guerras mundiales infringieron en la piel de sus hombres.

Como le ocurrió a Camus, hijo de una familia pobre y analfabeta en la Argelia colonizada por Francia –Zidane, por cierto, también nació en Argelia-, Kubala encontró en el campo de fútbol un lugar donde levantar algunas certezas. La historia europea está impresa en la piel de sus botines, tan gastados como los del escritor argelino.

"Mis mayores convicciones sobre la moral y los deberes de cada quien se los debo al fútbol", dijo Camus.

Para ambos, el césped de los campos de fútbol fue el único lugar en el que podían ser hombres en lugar de mitades de ciudadanos. No en vano, y lo decía el mismísimo Camus, de no haber sido escritor, habría abrazado el fútbol, un deporte que practicó como portero porque era la única posición en que no se desgastaban las suelas de los zapatos que su abuela revisaba al dedillo. Es conocida ya la historia de las palizas que recibía de pequeño el premio Nobel por gastar la suela pateando balones.

Divido ya en su adultez entre la Francia en la que creció como intelectual y su pertenencia a la depauperada Argelia, Camus, como lo haría el más veloz de los delanteros, corrió una distancia mayor a la de muchos de sus contemporáneos. Fue más rápido y lúcido. Con una obra que colocó al ser humano al margen de la moral, dejándolo a solas con sus incertidumbres, Camus nos hizo a todos perfumados señores Meursault, herederos de dos guerras donde la muerte se convirtió en una absurda repetición.

También en el césped de las encrucijadas, Kubala levantó a multitudes con un solo golpe de balón. Su genialidad, como la de Camus, parecía una compensación. Es verdad que la fortuna es arbitraria y que coloca a unos en lugares muy distintos de otros. El sentido de la tragedia, esa que persigue a los que no son de ninguna parte y que tocó por igual a estos dos hombres, los elevó con respecto a sus contemporáneos y los encontró en una pasión en apariencia simple, de la que muchos desconfían y a los que otros se entregan en masa.

Camus no llegó a ser portero porque la vida lo colocó en la custodia de otra diana

Camus no llegó a ser portero porque la vida lo colocó en la custodia de otra diana. Y lo curioso es que toda su pasión futbolística haya ocurrido en Argelia: primero en el club deportivo Montpensier y ya en sus años universitarios, en el Racing Universitario de Argel, el RUA, del que habla en su citadísimo texto Lo que debo al fútbol. “Mis mayores convicciones sobre la moral y los deberes de cada quien se las debo al fútbol”.

De no haber muerto Albert Camus en aquel accidente de coche en el que viajaba con su editor, de prosperar esas licencias ociosas de la ficción, ¿qué pasaría si llevásemos adelante tan extravagante cita? ¿cómo tiraría la pena máxima el delantero ante el escritor?, ¿hacia dónde cobraría el penalti uno de los mejores 50 jugadores de la historia?, ¿sabría anticiparse el Premio Nobel al tiro del húngaro? Preguntas raras las que caben entre tres palos y una red. Preguntas raras.

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