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Cultura

El viejo Oeste: pistoleros y pistolas hechas de celuloide

John Wayne.

Si la literatura se centró en el espíritu fronterizo y nos acercó los hábitos de este territorio plagado de disputas y alcohol, el cine recreó a unos tipos muy serios, con un arma en guardia las 24 horas, una moral donde resaltaba su código del honor y unos sentimientos que esgrimían al máximo el ansia de vengar. Matar para cobrar la muerte del ser querido.

Fueron temidos en sus papeles, deseados en sus interpretaciones y recordados pese al paso de los años. Unos malos, malísimos que vivieron con las manos al aire preparados para desenfundar su pistola.

Los hubo con mucha sed de venganza, como John Wayne, que se enfrentó a los indios en Río Grande y Centauros del desierto. En esta última dio vida a un ex militar que, tras volver de la guerra, tuvo que hacer frente a la muerte de su familia a manos de los comanches. Su espíritu vengativo no se verá saciado hasta terminar con los responsables de estos actos. Su aspecto de hombre duro, el rostro sosegado de quien parece tenerlo todo controlado y su más de 1,90 de estatura lo conviertieron en el personaje que todo hombre hubiese querido ser y que toda mujer hubiese querido tener, y es que “era muy buen pistolero para dejarlo ir”.

Por muy alto y guapo que fuese, Solo ante el peligro se quedó Gary Cooper en la peli de Fred Zinnemann. En ella interpretó el papel de un sheriff que acababa de casarse con la singular Grace Kelly. Poco duró su felicidad tras conocer que Frank Miller, un criminal a quien había llevado ante la justicia, iba a salir de la cárcel y viajaría en su búsqueda para vengarse. Aunque nadie estuvo dispuesto a echarle una mano, más de una mujer se hubiese rendido incluso antes de que Cooper mostrara su arma: una pistola solitaria que supo atrapar nuestros deseos.

Vaqueros de mantequilla y pistolas con glamour

Alan Ladd interpretó a un cowboy errante en Raíces Profundas, en la que encarnaba a un pistolero comprometido, un vaquero con músculo de mantequilla al que la ropa le quedaba un poco grande, pero supo llegar, transmitir y hasta quedarse. Nos presentó a un tiroteador que, tras abandonar las armas, se asentó en un territorio dominado por enfrentamientos entre granjeros y ganaderos donde se vio obligado a mediar con su pistola de justicia.

Con semblante serio y mirada intimidante recreó Clint Eastwood a Willian Munny en Sin Perdón, y la verdad es que él tuvo pocos escrúpulos. Diez mil dólares le bastaron para ajustar las tuercas a los salvajes que agredieron a una prostituta. No ha habido en el cine un tipo que cada vez que se sacase el sombrero y mirase a cámara no hiciera temblar al tipo más duro, ni suspirar a la mujer más entregada. Es el hombre con el gatillo más rápido de todo el Mississippi y, uno de los pistoleros más sanguinarios del western con sus balas sin piedad ni concesiones.

Con mucha raza se presentaron Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino. Estos purasangres forman un grupo de asaltabancos que llegan hasta Bolivia huyendo de la justicia por el salvaje Oeste con sus gabardinas, sus rifles Spencer y sus gafas de sol. Dos pistolas con glamour.

Y para que no fuera menos, moreno, alto, y guapo, el señor Gregory Peck tuvo que traer el punto de inflexión entre el civilizado este y el salvaje oeste en Horizontes de Grandeza, la película con los silencios más significativos del western. Peck se muestra como un hombre razonable en tierras salvajes. Un film en el que la valentía no se reduce a explosiones. La película muestra algo que ya no queda. ¿Pistoleros? No, caballeros.

Y así se mostraron, con mirada desafiante, rictus serio, serenidad a prueba de balas. Fueron salvajes perseguidos y perseguidores, buscaron la libertad en otros territorios, vivieron para matar y cobrar venganza, y, pese a que temidos fueron amados por igual al otro lado del río, el que marcaba la “frontera” entre la civilización y el mundo de los tiros y los gatillazos.

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