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Cultura

Schiele, 123 años del pintor de los desnudos más descarnados

'El abrazo'.

No sé dónde he leído que el Círculo de Bellas Artes organiza una exposición de retratistas de desnudos. Ni quito ni pongo rey sobre el arte de la fotografía, pero sigo prefiriendo un buen cuadro, sea de la temática que sea. Quizás porque nunca se me dio bien el manejar obturaciones, diafragmas, teleobjetivos etcétera.

Eso me hizo recordar que en un viaje de vacaciones, no hace mucho tiempo, visité la imperial Viena y tuve ocasión de visitar y admirar, por dentro y por fuera, la Osterreichische Galerie Belvedere, donde reina el pintor al que Viena rinde culto casi obsesivo: Gustav Klimt. Y a pesar de que, como digo, en toda la galería y en la tienda de nada baratos souvenirs Kilmt era omnipresente, otros cuadros atrajeron mi atención. Sobre todo porque era Klimt y no lo era. Realmente no lo era porque se trataba de las obras de Egon Leo Adolf Schiele.

Schiele, del que este 12 de junio se celebra su 123 cumpleaños es, permítaseme, Gustav Klimt descarnado, desprovisto de moralidad, de otro sentimiento que no sea el de la agresividad o el de la melancolía.

El joven pintor (falleció a los 28 años) consiguió ser, junto con Oscar Kokoschka, el maestro del expresionismo austriaco y dejó, pese a su temprana muerte  (víctima de aquella epidemia que injustamente llamaron gripe española), la nada despreciable cifra de 340 pinturas y 2.800 piezas entre acuarelas y dibujos (estos últimos se pueden ver en la Albertina y el resto de sus obras en el Leopold Museum desde 2011, ambos en la capital austriaca).

Conoció a Klimt a la temprana edad de 17 años y de él heredó las líneas gruesas presentes en el dibujo de sus pinturas, pero añadiéndoles su toque especial. Schiele realiza el trazo de forma continuada, hasta el final, sin corrección.

La influencia de Klimt es evidente hasta para el observador no avezado. En una primera época hasta hay evidentes analogías: Muchacha de pie con tela de cuadros es una trasposición de Judit II (Salomé) del maestro, y lo mismo ocurre con la Mujer semidesnuda sentada con los ojos cerrados  de Klimt y la Mujer sentada con la pierna izquierda levantada del discípulo. Incluso, el retrato que Schiele hace de su hermana Gerti en 1909 es un auténtico homenaje a su maestro y mentor.

A partir de ese momento Schiele busca su propio estilo y profundiza en un erotismo triste y amoral. Estuvo a caballo entre dos siglos y el sexo era uno de los grandes temas del momento en la sociedad vienesa con don Sigmund Freud lanzando sus innovadoras teorías que ponían patas arriba (perdón por la expresión, que va sin segundas) la moral burguesa que se debatía entre la represión y la liberación sexual. Schiele muestra su erotismo descarnado y agresivo como una crítica a la moral hipócrita burguesa, mostrando sus modelos desnudas y en actitudes impúdicas y hasta procaces (se dice que llegó a pintar encaramado en una escalera puesta sobre las modelos).

Tras una larga relación con su amante menor de edad, se casa con la hija de una familia burguesa en 1915, en plena Primera Gran Guerra. Su estilo va derivando hacia un realismo que muestra su máxima expresión en su última gran obra, La Familia, en 1918, año en que mueren Klimt, su esposa embarazada y el propio Schiele. Es una pintura que denota un realismo inusual en Schiele, una menor agresividad pero una sempiterna melancolía: los protagonistas del cuadro (entre los que se encuentra el mismo autor) tienen las miradas vacías, perdidas. Puede ser una familia, pero no hay unión en ella.

Murió siendo el pintor cotizado para obras de desnudo, desde la muerte de su maestro Klimt. El Museo Guggenheim bilbaíno dedicó una exposición a finales del pasado año y primeros días del actual a Schiele, pintor extraño, agresivo, descarnado, amoral, melancólico, pero definitivamente genial. A lo mejor podríamos copiar la idea por estos pagos.

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