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Internacional

Trump tendrá que ganarse al Congreso para poder desarrollar su agenda

El Capitolio, sede del Congreso de Estados Unidos.

¿Qué hará Donald Trump? La victoria del polémico magnate estadounidense en las presidenciales del martes ha descolocado al planeta, que se pregunta hasta dónde será capaz de llegar un hombre que ha ganado las elecciones con semejante catálogo de promesas. Revisar los acuerdos con aliados tradicionales, endurecer la política migratoria o llevar a cabo una ambiciosa operación de rearme son solo algunos de los propósitos de Trump, que sin embargo no tendrá manos libres para operar. Aunque la llegada a la Casa Blanca no le atempere lo más mínimo, al presidente electo le será difícil desarrollar su agenda sin el beneplácito del poder legislativo.

El sistema de checks and balances que impera en el país establece unos contrapesos que Trump no podrá sortear. Tendrá competencia plena para nombrar a su Gabinete, encabezar la política internacional, liderar a las Fuerzas Armadas y vetar iniciativas del Congreso, pero no para aprobar sin apoyos las medidas estrella con que concurrió a los comicios. Estas deberán pasar el filtro de la Cámara de Representantes y/o el Senado, donde el Partido Republicano ha revalidado sus mayorías absolutas pero está lejos de comulgar con el ideario de Trump.

El Senado es el encargado de validar los tratados internacionales y de ratificar los nombramientos para la Corte Suprema

En el Senado se sentarán prebostes del partido, como John McCain o Marco Rubio, dentro de una delegación de al menos 51 miembros (de un total de 100). Ambos renovaron mandato el martes, junto a otros 32 senadores -la institución se renueva por tercios cada dos años- y formarán parte de la Cámara que, por ejemplo, tiene la última palabra en los tratados internacionales y debe avalar los nombramientos para la Corte Suprema.

Vacantes en el Supremo

Este último punto es especialmente importante, puesto que en los próximos meses habrán de cubrirse entre una y tres plazas del que ejerce como Tribunal Supremo de Estados Unidos. Corresponde al presidente realizar las designaciones, pero el “consentimiento” del Senado es imprescindible para hacerlas efectivos.

Cabe pensar que la importancia del asunto -los miembros de la Corte Suprema tienen mandato vitalicio una vez designados y ejercen de árbitros sobre temas cruciales de país- lleve a un acuerdo entre Trump y el aparato, pero más difícil resultará que le den luz verde a una agenda internacional que contempla revisar los preceptos de la OTAN y las relaciones comerciales con todo el mundo, aliados y adversarios. El vicepresidente, Mike Pence, jugará aquí un papel importante en su calidad de presidente ex officio del Senado. Suya será la labor de ayudar a tender puentes entre la Casa Blanca y el Capitolio. Con la Cámara territorial, pero también con la de Representantes.

El vicepresidente de Trump, Mike Pence, tendrá que tender puentes con el Capitolio

Esta, con competencias exclusivas de menos entidad que el Senado, dispondrá de una amplia mayoría conservadora. A falta de asignar los últimos puestos, el Partido Republicano tiene asegurados 239 del total de 435 y otros dos años de hegemonía por delante. Entre ellos está una amplia delegación de parlamentarios abiertamente enfrentados a Trump, empezando por el actual presidente de la Cámara, Paul Ryan. El organismo puede alumbrar proyectos de ley e iniciar procedimientos de impugnación contra altos cargos (impeachment), incluido el presidente. Así ocurrió con Richard Nixon y Bill Clinton en el pasado.

Es posible que Trump acabe entendiéndose con los cargos republicanos, pero difícilmente lo hará sin rebajar su programa. La legislación federal es competencia del Congreso y el presidente puede tumbar sus iniciativas, pero no sortear su filtro. Es algo que conoce bien el presidente saliente, Barack Obama, quien en el tramo final de su mandato (desde 2014) ha tenido que lidiar con un Senado contrario a su gestión. Y lo mismo le ocurrió con la Cámara de Representantes desde 2010.

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