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Internacional

El Sur ya no es el problema: los estados del Norte prenden la mecha de la descomposición de la UE

El líder del Partido Independencia del Reino Unido (UKIP) Nigel Farage (c), eufórico tras la victoria del Brexit.

La Unión Europea es un experimento supranacional que si no avanza, retrocede; y si retrocede es que está a punto de explotar como una supernova. Tal es el drama que deja el brexit sobre la mesa –coja– de los 27 países todavía sentados a ella. Europa es una enferma con multitud de achaques –la crisis de los refugiados, la crisis de representatividad, la crisis económica, la crisis demográfica, la crisis exterior– al que la amputación del Reino Unido conduce directa al quirófano.

Lo que han decidido en referéndum los ciudadanos de Reino Unido es relevante por las temidas consecuencias económicas negativas, las primeras en manifestarse en un contexto de incertidumbre total, pero sobre todo por las secuelas estructurales para el diseño actual y futuro de la UE. Desde que estallara la crisis económica en 2008, las casandras no han dejado de alertar sobre la inminente ruptura del euro, el fin del proyecto europeo y el traumático abandono de la Unión de algún que otro país, preferentemente del Sur del continente.

Si Europa habría de romperse, decían, lo haría por el Sur. La creciente brecha entre países deudores y acreedores por su diferente papel y desempeño en la crisis financiera quebraría más pronto que tarde la UE por su lado más frágil. El lado de los pobres. El de los descontentos (la mala percepción de la UE empeoraba con cada nuevo eurobarómetro). El de esa Europa que no comulga con el 'plan A' de los mercados, pero que tampoco se termina de creer el 'plan B' de sofisticados economistas reconvertidos a ministros salvapatrias. El Sur de Europa, decían, es el flanco más desvalido del conjunto, el de las fronteras líquidas y los Gobiernos incumplidores. Por ahí entrarán todos los bárbaros.

En 2015, Dinamarca rechazó en referéndum profundizar en las políticas de seguridad común de la UE. La razón: el temor a perder parte de su soberanía migratoria

Pero sucede que, con la crudeza de los hechos y las tendencias que de ellos se derivan, la UE amenaza con deshacerse por su polo Norte y no por el Sur. Por el de las naciones ricas –y presumiblemente autosuficientes– y no por el de los inválidos PIGs mediterráneos. El brexit ha sido el gran aldabonazo, pero avisos estos años ya ha habido varios; y contundentes, aunque el eco mediático y bursátil conspirase para mantener su discreción. En diciembre de 2015, Dinamarca rechazó, también en referéndum, profundizar en las políticas de seguridad interior común de la UE. La razón –prima hermana de la de Reino Unido– fue el temor a perder parte de su soberanía migratoria.

En abril de este año, otro socio norteño, Holanda, ponía trabas a la integración europea. Fue a propósito de Ucrania y la intención de Bruselas de permitir que los ciudadanos de este país –gravemente debilitado por su conflicto con Rusia– pudieran acceder a territorio comunitario sin visado. Lo que superficialmente podría parecer un asunto menor, relacionado con los siempre complejos Acuerdos de Asociación –en ningún caso integración o ampliación–, era en realidad toda una declaración de intenciones contra el espíritu y la letra de los Tratados. Los promotores de la consulta reconocieron que su propósito real era allanar el camino para que algún día Holanda abandonase la UE. Quizá el atrevimiento británico sea suficiente impulso para intentar un Nexit.

El peligroso internacionalismo de los ultranacionalistas

Más que referéndums, lo de Holanda y Dinamarca fueron veladas advertencias. Lo de ahora de Reino Unido es el primer ataque. Y tras él no ha venido ninguna tregua, sino más amenazas: en Holanda Geert Wilders, en Francia Marine Le Pen, en Italia la Liga Norte… el efecto emulación de brexit ha hecho fortuna en las mentes caza votos de los líderes ultranacionalistas, unidos en un curioso internacionalismo posmoderno, no se sabe si más más soberanista que oportunista (o lo contrario).

El mismo espíritu nacionalista que sobrevuela los ricos territorios sin Estado está contagiándose a los ricos Estados que piensan que vivirán mejor ajenos a los problemas de otras latitudes

No es casualidad que Reino Unido, Holanda y Dinamarca (y también Suecia o Austria) sean los países donde las pulsiones disgregadoras han cosechado mayor fortuna. Se sienten más fuertes. La Europa de las dos velocidades –aquella donde se avanzaba en la integración a distinto ritmo– es una antigualla, material defectuoso. La solidaridad, otrora un valor político en el continente ('Unidad en la diversidad' es el lema de la UE), ya no vertebra ni cohesiona.

En los momentos álgidos de la crisis de la deuda griega, una UE sin el país heleno era un escenario de pesadilla, pero no mortal para el proyecto común. A partir de ahora, un escenario de abandono escalonado de algunos de los socios del Norte sería una estocada definitiva para la UE. El mismo espíritu nacionalista excluyente que sobrevuela los ricos territorios sin estado está contagiándose ahora a los ricos estados que piensan que vivirán mejor ajenos a los problemas de otras latitudes. Así las cosas, la UE podría llegar a morir por el éxito de unos pocos antes que por la negligencia de muchos.

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