Historia

Saioa Hernández deslumbra en su debut con Strauss en la Orquesta Nacional de España

Nada más comenzar “Ruhe, meine Seele!” pudimos apreciar hasta qué punto la voz de la soprano madrileña se adapta como un guante a esta música

  • La soprano Saioa Hernández. -

El pasado fin de semana ha tenido lugar el decimoquinto programa sinfónico de la Orquesta Nacional de España (ONE) de la actual temporada, con un estreno del español Manuel Martínez Burgos, una selección de lieder de Richard Strauss cantados por la gran soprano Saioa Hernández -que interpretaba por primera vez obras de este autor- y por último, la Primera Sinfonía de Brahms. Una combinación más que apetecible que tuvimos ocasión de escuchar bajo la dirección del estadounidense Joshua Weilerstein, actual director de la Orquesta Nacional de Lille y la Orquesta Sinfónica de Aalborg.

Se abrió la velada (en este caso el viernes 21 de febrero) con “Gramática de la niebla”, la obra de encargo que Martínez Brugos (1970) ha compuesto para la ONE. Autor  que cuenta con un curriculum apabullante, no sólo ha recibido múltiples premios nacionales y extranjeros, sino que es el primer español en haberse doctorado en composición por la Universidad de Oxford, donde imparte actualmente dicha disciplina, así como en su cátedra del Conservatorio Superior del Principado de Asturias. Según cita maría Encina Cortizo en sus ilustradoras notas, el autor declara que la obra presenta “una estética de contornos borrosos que contrastan con pasajes de nitidez luminosa”.

Realmente la descripción que realiza Martínez Burgos se ajusta bastante a lo que pudimos escuchar. De hecho, la obra parece radicar precisamente en contrastes continuos, tanto entre secciones instrumentales como en texturas e incluso en la oposición de dos secciones estructurales diferenciadas. La búsqueda tímbrica, no sólo mediante el propio color de los instrumentos, sino también mediante la combinación interválica entre ellos y sus resonancia, así como un cuidado y medido uso del microtonalismo nos hizo pensar en influencias del espectralismo, a lo que se sumaban formas de utilizar determinados instrumentos, particularmente ls vientos, que remitían a algunos de los compositores estadounidenses del XX -por mucho que idiomáticamente estén muy alejados-, como Charles Ives o Aaron Copland. Una sugerente primera sección, en la que el autor parece invitarnos a adivinar lo que se ve y lo que se adivina entre la niebla, quedó de esta manera dibujada “entre lo real y lo mágico” -siempre según sus palabras transcritas por M.ª Encina Cortezo-. Tras un breve solo de violín comenzó esa segunda sección, más abrupta, en la que lo que deja ver la niebla al disiparse quizá nos resulta amenazante, a la manera de las obras de ese Schoenberg atonal pero previo al dodecafonismo. La niebla nos envuelve de nuevo para confundirnos o quizá para tranquilizarnos, en un final cuya placidez y texturas nos atrapa en una feliz resolución que recuerda a las serenidades de Kaija Saariaho. Si bien hemos citado unos cuantos autores, la obra de Martínez Burgos resulta personal y con unos planteamientos y búsqueda estéticos  muy individualizados, que quedan plasmados en una obra de verdadero interés. 

Y llegó el momento más esperado del concierto para buena parte de los asistentes: escuchar a Saioa Hernández en su debut con obras de Richard Strauss. Cantante cuyo privilegiado instrumento le permite interpretar tanto roles belcantistas como verdianos o puccinianos, su participación en la apertura de la temporada de La Scala de Milán -primera cantante española en hacerlo- bajo la dirección de Riccardo Chailly en el papel de Odabella en “Attila” de Verdi en 2018 supuso  la definitiva consagración internacional de una carrera imparable.  Ante su éxito, el director italiano la llamó de nuevo para que abriera también la temporada siguiente con “Tosca” de Puccini y fue solicitada por la Ópera de París para estrenar la temporada 22/23 con ese mismo título. Nuestra gran soprano no había abordado aún ninguna de las obras del compositor germano y desde luego, era algo que muchos esperábamos porque tiene el instrumento idóneo. Hace muy pocos meses presentó su primera grabación en solitario, íntegramente dedicada al repertorio verista (“Il verismo d´oro”, ed. Euroarts) del que afirma que, en ocasiones, no se encuentra muy alejado del entramado straussiano en cuanto a la escritura para la voz y al tejido orquestal. Pero por fin, esta cantante versátil y curtida en mil escenarios, se ha decidido a lanzarse de lleno a la piscina del repertorio germánico, y lo ha hecho de una forma muy inteligente: en vez de sumergirse directamente un título operístico, con las dificultades que supone un cambio de tercio de tal consideración para una intérprete que ha forjado su carrera en el repertorio italiano, ha decidido ir poco a poco comenzando por una serie de lieder, que le permiten familiarizarse a fondo con el estilo y la instrumentación de un autor fundamental como es R. Strauss, pero también con el idioma alemán. 

Escritos originalmente para piano y orquestados bien por e propio compositor, bien por el director Robert Heger, los seis lieder elegidos fueron compuestos entre 1885 (op. 10) y 1894 (op. 27)  y todos ellos bajo la influencia de sendas historias de amor que Strauss vivió apasionadamente. En el caso de la segunda de ellas, se trata del comienzo del idilio con Pauline de Ahna, cantante que se convertiría en su esposa ese mismo año de 1894. El alma compleja de Strauss no se permite sosiego y el apasionamiento que desborda estos lieder no siempre tiene tintes felices, sino que sentimos que en el interior ruge la tormenta. Nada más comenzar “Ruhe, meine Seele!” pudimos apreciar hasta qué punto la voz de Saioa Hernández se adapta como un guante a esta música, y, de hecho, el sombrío carácter de este lied, combinado con el aproximamiento que la intérprete ha llevado a cabo hacia estas obras, nos hizo pensar en esa obra maestra que es “Salomé”. Sentimos la zozobra de esa alma que busca descanso, pero quizá no con tanta intensidad como es deseable, en parte porque desde el podio faltó imprimir personalidad e impulso en toda la serie de lieder y en parte porque daba la sensación de que la soprano aún no ha integrado por completo estas obras y su preocupación principal es que la voz funcione y empaste con la orquesta, más que la propia interpretación. Para su tranquilidad diremos que lo primero está logrado, así que sólo queda profundizar en lo segundo. Estupendo ese final, con el registro de pecho muy bien dosificado y mejorables los ataques de los vientos en la parte final.

El segundo, “Cäcilie”, es uno de los lieder más entusiastas del autor y fue precisamente esa energía la que faltó, que sin estar completamente ausente, no nos arrastró en ese torbellino de pasión. Fantástica la voz de Hernández que desplegó todo su potencial y regaló unos magníficos y plenos agudos. Una pena que el director no la llevara más hacia ese arrebato irrefrenable del amor correspondido y no acompañara con unas dinámicas más amplias. Algo parecido sucedió en “Heimliche Aufforderung”, donde no llegamos a sentir esa embriaguez (literal) de una fiesta que arrastra a los amantes a otra embriaguez (amorosa) por cierta tibieza en la batuta. Además pareció que Weilerstein temía pasar por encima de la voz en ciertos momentos -en realidad Hernández va sobrada de caudal- y el problema fue que se llegó a no comprender ese ritmo sostenido de las notas repetidas en los violines, cuando la mujer invita a su amando a seguirla para disfrutar a escondidas de los placeres amatorios. Una vez más, disfrutamos de una estupenda voz pero no de una interpretación conjunta que convenciera. “Morgen” comenzó con ese maravillosos solo de violín, que hace de contrapunto y reaparece a lo largo de todo el lied, deliciosamente dibujado por la concertino Valerie Steenken -que estuvo de sobresaliente a lo largo de toda la velada- y muy elegantemente acompañado por el arpa. Lástima que el director no les permitiera respirar más y frasear de manera más flexible, porque las llevó a matacaballo.

Saioa Hernández pareció encontrarse más cómoda a partir de aquí, incluso en lo que a dicción se refiere: si bien su alemán es bastante correcto, le falta apoyarse más en esas consonantes, pronunciarlas de verdad en lugar de intentar simplemente salvarlas, hacerse amiga de ellas si se me permite la expresión. También estuvo más metida en los textos poéticos y en definitiva, quizá más relajada a pesar de la batuta implacable de Weilerstein que no permitió el más mínimo explayamiento vocal ni crear ese ambiente final suspendido en el tiempo. “Zueignung” es perfecto para la voz y el tipo de fraseo de Hernández, que aquí ya pareció creerse que podía dominar plenamente el desafío. Como es un lied corto, de una pieza y sin cambios de ambiente, la cosa fue mejor desde el podio, pero un poquito más de relajo no habría estado de más. El famosísimo “Allerseelen” cerró el conjunto, lied que habla con una intensidad y una dulzura inigualables para un compositor de 21 años del amor que trasciende la muerte y del recuerdo al ser amado. Hernández dio una lección de legato y de buen hacer que no fue todo lo secundada que se habría deseado, incluso con imprecisiones en la afinación en las maderas. Gran triunfo para la diva que, sin duda y sin mucho tardar, llegará a hacer suyos estos lieder: no cabe duda de que vocalmente, le van como anillo al dedo.

La segunda parte estuvo consagrada a la Primera Sinfonía en Do menor, op. 68 de Johannes Brahms, obra cuya composición se extendió a lo largo de más de veinte años, desde sus primeros esbozos en 1855 hasta su estreno el 4 de noviembre de 1876 en la ciudad de Karlsruhe. La gran autoexigencia del compositor le empujó a trabajar una y otra vez sobre la partitura, por mucho que durante ese lapso de tiempo ya escribiera buena parte de su música de cámara, para piano solo, el Primer Concierto para piano y orquesta o el Requiem Alemán, sin ir más lejos. 

Joshua Weilerstein pareció sentirse claramente más cómodo con esta obra que, pro otra parte, dirigió de memoria, lo cual denota cierta familiaridad. Las rigideces que presidieron el bloque dedicado a Strauss se aminoraron bastante y pudimos disfrutar de un Brahms sólido, coherente y bien construido. Aunque quien suscribe prefiere un tempo un poco más estirado en el “Un poco sostenuto” del primer movimiento, hay que reconocer que el marcado por Weilerstein funcionó y estuvo acorde con el contraste que llevó a cabo en la sección en “Allegro”. Estupenda labor la de las cuerdas en todo ese inicio y especialmente las cuerdas graves, que estuvieron fantásticas a lo largo de toda la sinfonía y del concierto en general. Muy bien el solo inicial del oboe, delineado con gran elegancia. Weilerstein imprimió la justas dosis de solemnidad y energía a ese “Allegro” lleno de pasión, con amplias dinámicas y bien marcadas y diferenciadas articulaciones en este movimiento tan cambiante y lleno de zozobra, que nos lleva al paroxismo de la energía. Las trompas no tuvieron su mejor día, particularmente el solista (mucho mejor la tercera trompa) que parecía reservarse para el celebérrimo solo del cuarto movimiento. 

En cuanto al “Andante sostenuto”, se volvió a echar de menos un poco más de flexibilidad y lirismo, lo que se manifestó en el bellísimo primer solo de oboe, que si bien estuvo muy bien tocado, quedó falto de cierto aliento lírico como decíamos, por el empeño de Weilerstein en atar todo bien atado. Lo mismo sucedió cuando el clarinete toma el relevo del oboe en el segundo solo. De nuevo, magníficas las cuerdas, sosteniendo el edificio brahmsiano e imprimiendo un carácter de cierta elevación a los temas con un estupendo legato y también las maderas. Fantástica la concertino en el solo y después acompañando a la trompa que retoma el tema primero. Una lástima la entrada abrupta de la trompeta sobre la tercera del acorde mantenida por el violín.

El tercer movimiento, “Un poco allegretto e grazioso” estuvo francamente bien, con una participación muy destacable de las maderas, con mención para el clarinete, la flauta y el fagot que llenaron de sabor “húngaro” ese tema que antecede al Trío, en el que toda la sección se empleó a fondo, junto a unas cuerdas que bordaron ese papel de nutridísimo acompañamiento. Muy bien llevados a cabo los fraseos y las transiciones por parte de Weilerstein, que condujo estupendamente a la orquesta a la vuelta al allegretto para desembocar en una Coda estupendamente servida.

El último movimiento, realmente complejo, se inicia con una introducción “Adagio”de carácter misterioso siniestro que incluye un siniestro acelerando en pizzicati nada fácil de llevar a bien. Weilerstein no tomó grandes riesgos (el tiempo de ensayos no es el que se desearía) pero en ambas ocasiones lo ejecutó con brío y solvencia e imprimió el carácter adecuado a esa especie de evocación de obertura operística que precede al “Più andante”. Esta sección se abre con el esperado solo de trompa, bien ejecutado en este caso y cuyo hermoso tema es retomado inmediatamente por la flauta, que el solista interpretó con su habitual buen hacer. El famoso tema del “Allegro ma non troppo, ma con brio” fue servido con hermoso sonido por parte de las cuerdas agudas y medias y estupendamente sostenido por los pizzicati de las graves. Los vientos hicieron lo propio para desembocar en ese maravilloso tutti. Muy bien el oboe y la flauta en ese tema que pone un poco de placidez en mitad de esa sección turbulenta para volver al tema principal del Allegro. Realmente en estos dos últimos movimientos fue donde el buen hacer de Weilerstein quedó más de relieve, con un cuidado muy destacable a los incesantes cambios de agógica, a la claridad de planos y a la dificultad del fraseo brahmsiano, tan a menudo trufado de modulaciones constantes. De hecho, condujo fantásticamente toda la recapitulación del movimiento, pasando por esa aceleración del tempo escrita mediante la figuración rítmica y una ascensión constante. Todo ese final, entre trepidante, heroico y solemne, con coral incluido, fue realmente emocionante y estuvo lleno de esa tensión tan auténticamente brahmsiana. 

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