La historia de España guarda acontecimientos desconocidos que la conectan a momentos decisivos que forjaron la Europa actual. La defensa de la Cristiandad en el continente durante el siglo XVI y XVII empujó a los soldados españoles de los Tercios a servir a la dinastía de los Habsburgo en los campos de batalla. La amenaza constante durante aquellas décadas del Imperio otomano sobre territorio europeo se vio interrumpida gracias a un suceso trascendental, la reconquista de Buda, en 1686. Un contingente de 300 voluntarios españoles acudió a esta llamada por la defensa de los valores cristianos, dando sentido al dicho de que “no hay un pedazo de tierra en el mundo sin una tumba española”.
La conexión entre España y Hungría durante el siglo XVI se gesta y fortalece por la defensa de la Cristiandad en el continente. La posición de frontera de ambos países respecto al temible Imperio otomano obligó a la dinastía de los Habsburgo, encabezada a principios de la centuria por Carlos V, a utilizar todas las naciones en su poder para la organización de una defensa eficaz contra el turco.
El desencadenante fue la batalla de Mohacs, de la que el año que viene se cumplirá su quinto centenario. Esta confirmó la amenaza real de las tropas de Solimán el Magnífico, que conquistó una parte de Hungría acabando con la vida del rey Luis II. Desde ese momento, la dinastía de los Habsburgo se erigirá como el baluarte de la Cristiandad en aquellos dominios desde Viena, representada por Fernando I. Precisamente, esta capital fue asediada en 1529 tras los continuos avances turcos sobre suelo europeo, con resultado adverso para el sultán.
Las conexiones hispano-húngaras tienen su punto álgido durante 1526 y 1556, donde se calcula en torno a 12.000 españoles combatiendo en Hungría
El futuro emperador del Sacro Imperio, de origen español, ejercerá un control efectivo en Austria, los estados de Bohemia y en el noroeste del territorio húngaro. Esta será la muralla a la penetración turca en el continente. Por lo que, de su buena actuación, dependerá la preponderancia de la visión cristiana en este enclave. España, representada a inicios del siglo por Carlos I, y luego por Felipe II, se vio vinculada a este objetivo por sus jefes de Estado, que demandaban a los españoles una involucración en la defensa de sus intereses dinásticos. Según el historiador húngaro Zoltan Korpás, “el presupuesto del Imperio otomano rondaba los ocho millones, mientras que el de Carlos V, dos”. Hay que entender que este apoyo de todos los países para defender la frontera húngara era fundamental, “ya que, para Solimán, personajes como Fernando de Austria eran reyezuelos”.
Este peligro constante de los invasores obligó a los diferentes monarcas a emplear sus mejores armas contra el enemigo. En aquel momento, los Tercios marcaban la hegemonía en los campos de batalla europeos. El historiador Eduardo de Mesa recuerda como estos militares luchaban “por Dios y por el rey. Ellos estaban convencidos de que eran la élite. Esa visión de Pérez Reverte en su obra sobre el capitán Alatriste de que no creían en nada, simplemente no existe”. Tratar de acercarse a la historia de estos soldados desde una perspectiva actual suprime el sentido del honor de aquella época.
Zoltan Korpás, en su entrevista para Trincheras Ocultas, aporta el dato para contextualizar el momento: “El ejército de Flandes a finales del XVI cuenta con unos 80.000 soldados. El ejército real de Fernando I, en peligro constante, en torno a 30.000”. La proporción de los españoles en estos Tercios representa el 15-20% de los efectivos, donde fueron la punta de lanza. Las conexiones hispano-húngaras tienen su punto álgido durante 1526 y 1556, donde se calcula en torno a 12.000 españoles combatiendo en Hungría, apoyando en la defensa contra el Imperio otomano. Según el entrevistado “estaríamos hablando de unos 1.500 soldados por año”.
El socorro de Buda de 1686
Durante 150 años una parte de Hungría estuvo dominada por la Sublime Puerta. Zoltan Korpás recuerda que “Buda fue la única capital católica occidental ocupada por los otomanos hasta 1686”. En este periplo de tiempo, la conexión entre la Península y esta parte oriental de Europa seguía siendo dinástica, vinculadas por la casa de Austria, cuyos máximos representantes se apoyaban mutuamente: el rey Carlos II, en España, y el emperador del Sacro Imperio Leopoldo I, en Hungría.
En 1683, los otomanos emprendieron el Segundo Sitio de Viena en un asedio que volvió a citar a los europeos contra el invasor. La llamada a todos los cristianos del continente a la lucha por sus ideales estuvo liderada por el Sacro Imperio Romano, que recibió apoyo del reino de Polonia, la República de Venecia, o los Estados Pontificios, entre otros. Esta misión fue un éxito y los otomanos vieron desbaratadas sus intenciones.
Al cabo de tres años, el empuje cristiano fijó su objetivo en Buda, donde unos 300 soldados españoles al mando del Duque de Béjar acudieron a la convocatoria por la defensa de la Cristiandad frente al castillo de la ciudad. Esta historia ha sido bañada de grandeza por la implicación de estos voluntarios en el ejército imperial. Zoltan Korpás explica lo que realmente ocurrió: “Eran unos hombres bien desobedientes, como los voluntarios suelen ser. Asediar un castillo es un arte militar, sinónimo de disciplina. Un día, a uno de estos españoles se le ocurrió tirarse a las murallas”. Los otros contingentes imperiales contemplaron la escena pensando: “¡Esos 300 van ahí a matarse!”. Korpás señala que “causaron un ataque espontáneo desastroso”. Finalmente, Buda sería reconquistada en las próximas semanas, gracias, en parte, a las brechas abiertas en la internada suicida de estos voluntarios.
Aun así, hay divulgadores que sostienen que el ataque hacia los muros de la fortificación de estos españoles supuso un incremento del estado anímico de las tropas sitiadoras. Por estos motivos, Hungría todavía recuerda en sus calles la hazaña de estos soldados, que, desde la Península, emprendieron un viaje hacia la muerte por sus ideales cristianos. Una epopeya que es difícil de rescatar en la actualidad, pues convendría situar la mirada en el contexto histórico de aquella época, donde elementos tan complicados de entender como el honor, empujaron a estos voluntarios a hallar su sepultura en Hungría.
tomasluis
20/01/2025 19:45
Mantengamos la lucha por uso de los pronombres de relativo: "El desencadenante fue la batalla de Mohacs, de la que el año que viene se cumplirá su quinto centenario" se habría dicho más corto: "El desencadenante fue la batalla de Mohacs, cuyo quinto centenario se cumplirá el año que viene".