El 6 de junio de 1554, el emperador Carlos V firmaba su testamento para dejar por escrito sus últimos deseos para los reinos que le catapultaron en vida a la cima de la Cristiandad. De esta forma, el rey de reyes otorgaba a su hijo Felipe II el resultado de sus luchas políticas con las que gestó un Imperio europeo, comparable al de Carlomagno, que agonizaba en los últimos años de su vida desde dentro. “No oprimieron a Julio César los pompeyanos sus enemigos, antes murió a manos de sus amigos, a cuya insaciable ambición (como él decía) no pudo satisfacer con los beneficios”, apuntó el cronista Famiano Strada, quien realizó este símil entre lo ocurrido en el Imperio romano y lo que iba a acontecer en los dominios cristianos de la dinastía de los Habsburgo. Las divisiones religiosas amenazaron el corazón de la casa de Austria.
En el contexto histórico donde fue redactado el documento aparece la figura de un emperador cansado de gobernar, pues tras la victoria en Mülhberg de 1547 contra los protestantes, tuvo que sufrir un nuevo ataque liderado por su entonces aliado Mauricio de Sajonia. Este príncipe traicionó la lealtad de su soberano pactando con el rey Enrique II de Francia. La idea fue apresar a su nuevo enemigo común, que se encontraba en el castillo de Insbruck. Este, con una salud mermada, se enteró de la traición de Mauricio y tuvo que huir por las montañas por miedo a ser hecho prisionero. Los franceses aprovecharon y conquistaron los territorios de Metz, Verdún, y Toul. En 1552, las tropas imperiales trataron de reconquistar la ciudad de Metz, pero fue un fracaso. Por esta razón y por la imposibilidad de convertir a su hijo en sucesor al trono del Sacro Imperio, Carlos V cansado de las fracturas confesionales en el norte de Europa, decide dejar constancia de sus designios finales.
Línea sucesoria
El primer heredero de los dominios carolinos sería Felipe II. Entre estos, no se incluirían los pertenecientes al Sacro Imperio Romano, los cuales quedaron para su hermano Fernando I. Por lo que, su hijo estuvo llamado a gobernar la Monarquía Hispánica, cuyos límites su soberano tenía muy definidos, entre los que contaba con los reinos de España, los existentes en el sur de Italia y la expansión hacia América.
“Los deseos del emperador apuntaron a los feudos imperiales del Milanesado y los Países Bajos”
En caso de que su primogénito muriera, el próximo sucesor sería su nieto don Carlos. Este fue criado en Castilla junto a personajes de renombre como Alejandro de Farnesio o don Juan de Austria. En su infancia mostró un amor por las armas que hicieron recordar a su abuelo sus momentos de niñez en Malinas, donde soñó ser el caballero medieval descrito en su obra preferida, Amadís de Gaula. La actitud del primer elegido respecto al segundo, en cuanto a su visión de cómo gobernar un imperio, era diametralmente opuesta.
La tercera opción sería su hija María de Austria, casada con su sobrino Maximiliano II, que se educó “a la española” antes de tomar posesión de la corona imperial. La cuarta baza pasaría a su otra descendiente Juana de Austria, quien ejerció de gobernadora durante cinco años en España tras el Felicísimo Viaje de Felipe junto a su padre. La quinta y última preferencia apuntaba a su hermano Fernando I, de la rama de Viena. De esta forma, la dinastía Habsburgo se aseguraba que, si uno de sus linajes desaparecía, el otro tomaría el control de los territorios ganados por sus predecesores de la casa de Austria.
Países Bajos y el Milanesado
Carlos V recoge en su testamento la batalla política en marcha con su dinastía tras conocer la imposibilidad de reclamar la corona imperial. Los deseos del emperador apuntaron a los feudos imperiales del Milanesado y los Países Bajos. Estos pertenecían al Sacro Imperio, por lo que, si quería dejarlos en herencia a su hijo Felipe II, tenía que desgajarlos para que fuera la rama española de la familia quien los gobernara.
De esta forma, el testador nombró duque de Milán a Felipe II (en 1546), pero no lo podrá controlar hasta que esté en condiciones para ello. Con esta estrategia se aseguraba el dominio de la gobernación española de este enclave, que era la puerta a las 17 provincias católicas. En cuanto a las Tierras Baxas del norte de Europa, la idea fue que el matrimonio entre María Tudor y el futuro rey de España, diera un hijo que heredara Inglaterra y los Países Bajos, desmembrando este último del Sacro Imperio. En caso de que fuera una hija, tendría que casarse con un hombre inglés, flamenco o neerlandés.
La cuestión de la autoridad en estos territorios todavía genera debate entre los historiadores europeos, pues en el este de Europa piensan que, como María I murió sin descendencia, estos estados siguieron siendo un feudo imperial, cedidos por Maximiliano II a su primo Felipe II. En la zona mediterránea, la visión coincide con la del testamento en cuanto a la cuestión del Milanesado, cuando en 1546 Carlos V nombró a Felipe II señor natural de los estados de Milán para hacerlos dependientes de España, y en cuanto a la cuestión de los Países Bajos, se entiende que cuando abdica el emperador estas posesiones en su hijo, se convierten directamente en dominios de la Monarquía Hispánica.
El emperador Carlos V.
El testamento de Carlos V refleja el gran amor que sintió por Isabel de Portugal, “su muy amada y cara mujer”. Este pedirá en un principio que se le entierre en Granada en el panteón familiar, pero doce días antes de su muerte, una vez retirado en Yuste, solicitará que se añada un codicilio a sus últimos deseos para que se transportara el cuerpo de su esposa al monasterio. El deseo de ambos fue el de que sus cuerpos reposaran juntos, como reflejo de la armonía mantenida en vida.
Curiosidades del Testamento
Carlos V realizará cuatro copias de este documento: dos en español y dos en latín; lo que prueba el creciente hispanismo al final de su reinado que despertó su esposa portuguesa en vida. Durante el mismo, alude en varias ocasiones a su abuela Isabel la Católica, de cuyo codicilio se inspiró para redactar el suyo. Un total de tres consejeros firmaron el testamento: dos españoles y un neerlandés. El elemento hispano estuvo presente, al igual que el borgoñón, el origen de su dinastía, plasmado en la rúbrica de siete cortesanos que fueron testigos del escrito: cuatro borgoñones y tres españoles. Entre ellos, un joven Guillermo de Orange, de apenas 21 años, que traicionará en un futuro a la dinastía que le educó, la de Habsburgo, a la cuál pondrá en jaque amenazando la hegemonía de la Monarquía de Felipe II.