• Estatua de Cristóbal Colón en Barcelona. -

Miramos frecuentemente al pasado buscando la devolución de nuestra imagen. Pero el pasado no es un espejo: en palabras del geógrafo e historiador estadounidense David Lowenthal, es un país extraño. Y muy complejo. De ahí que sea necesario hacer una selección de hechos y personajes para hablar de él.

Esa selección es inevitable ante la inmensidad del pasado, pero también puede ser peligrosa y tendenciosa, sobre todo cuando son instituciones sin naturaleza ni intención académica quienes las realizan.

Los personajes y hechos históricos que dan nombre a nuestras calles, se inmortalizan en estatuas o monumentos, se conmemoran en festividades o se rememoran en series, documentales, programas televisivos o artículos de prensa, no son más que una selección subjetiva (y en ocasiones arbitraria) de aquellos que pretenden representar los valores sobre los que se construye el “nosotros”.

El problema es que esa selección (de la que se hace eco también la historia escolar), muchas veces supone crear una imagen del pasado para justificar lo se quiere ser ahora. Y eso supone la perpetuación de unas narrativas maestras: un discurso estandarizado, muchas veces auspiciado desde las instituciones, acerca de cómo se ha producido la formación de los países. Estas narraciones maestras suelen defender que desde el origen ya se era, se pensaba y se sentía tal y como se es ahora. Es lo que se conoce como “esencialismo”.

La imagen del pasado de los docentes

Para intentar conocer qué imagen del pasado tienen los futuros docentes de la etapa educativa primaria (que reciben los niños y niñas en España entre los 6 y los 12 años), un grupo de investigadores de distintas universidades españolas pusimos en marcha el proyecto EduHicon. Encuestamos a más de 600 docentes en formación y en activo de toda España.

Los docentes en formación participantes, que podían elegir libremente quiénes eran los cuatro personajes más importantes de la historia de España, coincidieron en una treintena de figuras, que copaban más del 83% de las respuestas. Por orden de frecuencia, aparecen: Franco, Cristóbal Colón, Juan Carlos I, Isabel la Católica, Miguel de Cervantes, los Reyes Católicos, Adolfo Suárez, Miguel Primo de Rivera, Isabel II, Federico García Lorca, Felipe II, Clara Campoamor, Napoleón, Carlos I, Juana I de Castilla, Alfonso X, Felipe VI, Don Pelayo, Fernando VII, El Cid y Pablo Ruiz Picasso.

Estos personajes dan una imagen del pasado muy concreta: casi totalmente masculina y dominada por personajes de carácter político (reyes y militares principalmente), en la que se relega a las mujeres a un segundo plano.

¿Dónde están las reinas?

Las repuestas de la encuesta coinciden con el papel de las mujeres en los libros de texto de Historia, reducido a colectivos o acompañantes de personajes masculinos.

Pero la investigación histórica actual ha puesto sobre la mesa el importante papel que ejercieron las monarcas a lo largo de la historia de España, ya sean titulares del reino, regentes, madres de reyes o consortes, por centrarnos en concreto en los personajes relacionados con el poder, como han hecho quienes respondieron a nuestras preguntas.

Ninguna de las reinas que jugaron un papel clave en el gobierno de sus territorios (Urraca, Berenguela, Blanca de Castilla, Violante de Aragón, María de Molina o Isabel de Farnesio, entre otras) aparecen mencionadas en esa lista de treinta figuras más importantes en la historia de España.

Los referentes históricos son importantes no solo porque nos rodean en nombres de calles o plazas, en estatuas o festividades: ayudan a la acción. Visibilizar personajes es crucial porque inspiran y dan argumentos para actuar. Cuando Isabel I quiso justificar su acceso al trono, siendo mujer y habiendo otros pretendientes como su propio marido, en sus argumentaciones recurrió a figuras femeninas históricas que le precedieron (Urraca, Sancha de León, Berenguela y otras) para convencer a los nobles para que apoyaran su candidatura el trono.

Cambio: ¿solo a través de la violencia?

Aparte de esta visión androcéntrica, la mayoría de los personajes citados están vinculados con situaciones de violencia (guerras, invasiones, golpes de estado, represión…). El hecho de que Francisco Franco sea el personaje más citado es buen ejemplo de ello.

Esto sucede porque, por un lado, el carácter traumático de la violencia hace que aquellos personajes o acciones vinculados con situaciones que han generado un importante impacto emocional tienden a ser recordados con mayor frecuencia.

También porque estos personajes suelen aparecer en los libros de texto relacionados con esas acciones bélicas o violentas que llevaron a cabo: el tratamiento que se hace de estas guerras en los manuales escolares genera una idea utilitarista de la violencia. Así, en las narrativas históricas, guerras, conquistas, rebeliones, revoluciones y represiones suelen ser consideradas como los principales factores de la historia.

El problema surge cuando, en lugar de destacar las responsabilidades y consecuencias negativas como la destrucción, las muertes y el sufrimiento de determinados colectivos, se da mayor énfasis a los avances sociales, económicos o políticos que supuestamente supusieron esos cambios traumáticos.

Esta asociación (personaje-actos violentos-cambio) no ofrece alternativas u opiniones contrarias a la implementación de la violencia. Por eso, para personajes relacionados con los acontecimientos ocurridos en España entre 1936 y 1939, Franco se impone en el imaginario colectivo a Unamuno, a Amparo Poch y a quienes no consideraban la guerra como el único camino para la resolución de conflictos.

Napoleón, El Cid, Don Pelayo, Fernando VII… destacan, sobre todo, por protagonizar procesos violentos. Pero esas voces opuestas a la violencia como único medio para resolver conflictos también existieron, y no deben olvidarse para no generar la idea de que la violencia es el mejor, cuando no único medio, para resolver diferencias y avanzar.

La Historia como fuerza cohesionadora

Finalmente, los personajes seleccionados ofrecen una imagen muy común y estereotipada en la historia de España, en la que se tiende a ensalzar a aquellos que han participado en la forja y creación de la unidad de la nación. Desde Don Pelayo, pasando por los reyes cristianos medievales, los Reyes Católicos, los forjadores del Imperio y los Borbones centralistas, hasta los protagonistas de la lucha contra Napoleón, la creación del Estado Liberal y, finalmente, el traumático devenir de la Guerra Civil, la dictadura y la Transición.

La selección obvia multitud de voces que muestran la diversidad de la historia de España: no se tiene en cuenta a disidentes, minorías, heterodoxos, marginados o a los que se han considerado como “los otros”: hispanomusulmanes, judíos, moriscos…

La selección muestra que la historia se usa más como elemento para cohesionar al grupo, dotándolo de valores que respondan a “necesidades” de la actualidad, que como un conocimiento crítico del pasado.

Más allá de los ‘grandes hombres’ y nombres

Para que nuestra visión de la historia visibilice personajes más allá de los “grandes hombres”, hemos puesto en marcha el proyecto Lethe para su uso en el contexto escolar. Este proyecto tiene como objetivo guiar a los docentes para introducir la diversidad y la multiperspectiva en las lecciones de Historia e implementar métodos activos y creativos. Para ello, presta atención al papel de las mujeres, a la infancia o a los migrantes como aspectos que luchan contra la visión simple de la historia que puede ser resumida en apenas un puñado de nombres.

Queremos mostrar un pasado plural y complejo. Dinámico y cambiante. Mostrar sociedades que se adaptan y cambian. Evitar, en definitiva, enseñar un pasado que se limite a ser un reflejo del presente.

Jorge Ortuño Molina, Profesor Titular de Didáctica de las Ciencias Sociales, Universidad de Murcia y Sebastián Molina Puche, Profesor Titular de Didáctica de las Ciencias Sociales, Universidad de Murcia.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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