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Un viaje a la Antártida a bordo del buque RCGS Resolute, de Heritage Expeditions

una forma de descubrir los paisajes más sublimes del planeta acompañando y conociendo las misiones científicas en marcha.

Vista aérea del puerto de Ushuaia, en el sur de Argentina, desde donde parten los barcos hacia la Antártida. En primer plano, el RCGS Resolute. La ciudad, al fondo.

Si Buenos Aires –cualquier viaje a la Antártida requiere de una escala técnica– es, según el novelista francés André Malraux, la capital de un imperio imaginario, la Patagonia evoca el mar. La inmensidad del horizonte, un viento azotador, el destierro casi metafísico que se siente ante tanta magnitud y sus parajes naturales que en forma de islotes salpican el territorio abonan la idea de mar infinito, de asombroso vacío. La antesala de la abrumadora Antártida.

Ushuaia es nuestro punto de partida, una ciudad industrial que todavía conserva vestigios coloniales, aunque su gran atractivo se halla en sus alrededores: a tan solo siete kilómetros se alza la gran mole del glaciar Martial y muy cerca está el Parque Nacional de Tierra del Fuego. Es el territorio más austral del continente, el auténtico confín del planeta que Julio Verne describió a la perfección en su novela El faro del fin del mundo, ambientada en la Isla de los Estados. Declarada reserva provincial ecológica, histórica y turística, protege una extensión de casi 69.000 hectáreas que combinan ambiente marino, boscoso y de montaña dando forma a una mezcla de costa, lagos, valles, extensas turberas y magníficos bosques dominados por lengas, guindos y ñires. Una buena manera de descubrirlo es subirse al Tren del Fin del Mundo, que se construyó para transportar madera a la funesta prisión enclavada en este recóndito rincón.

En el medio de la imagen, una ballena jorobada (especie que centra varios estudios científicos en la zona) nada en el mar en la bahía Wilhelmina, situada el norte del Círculo Polar Antártico, junto al estrecho de Gerlache.

Si hay un lugar inhóspito e inaccesible en la Tierra, ese es la Antártida. El lugar es una colección de extremos; en promedio, es el continente más ventoso, seco y frío del mundo, pero los afortunados que llegan hasta aquí tienen la suerte de poder contemplar un paisaje espectacular. Una tierra de accidentados picos montañosos que contrastan con el blanco de la nieve y el paso de brillantes témpanos flotando en las oscuras aguas del mar. La fauna campa a sus anchas y las focas, los pingüinos y las aves marinas no temen al ser humano. Según el Tratado Antártico, que ha gobernado al continente desde 1961, la Antártida no le pertenece a ningún país. Es un continente destinado únicamente a labores científicas.

Turistas practican kayaking cerca de la base científica ucraniana de Vernadsky.

Las temidas aguas de Drake

Pero para llegar hasta allí es necesario cruzar primero el temido Drake, el tramo de mar que separa América del Sur del continente blanco, entre el cabo de Hornos (Chile) y las Shetland del Sur (Antártida). Atravesarlo requiere de dos días de navegación por aguas consideradas por los navegantes como las más tormentosas del planeta. Antiguamente, la gesta era tan heroica que los piratas colocaban un aro de oro en su oreja cada vez que lo conseguían. Cada vez son más los cruceros con turistas que durante el verano austral se atreven a llegar hasta el sexto continente. Heritage Expeditions no es uno más de ellos: los viajeros del barco RCGS Resolute acompañan a científicos que aprovechan los diferentes viajes árticos para llevar a cabo sus proyectos innovadores. Encuentran de esta forma ingresos y un medio de transporte, y los viajeros se aprovechan para ser espectadores de primera mano de sus estudios, ya sea con presentaciones a bordo o compartiendo sus hallazgos en primera persona. Uno de los científicos a bordo en este viaje está estudiando cómo afecta el cambio climático y la pesca del krill a los flujos migratorios de las ballenas jorobadas. También nos acompaña un equipo del Laboratorio de Robótica Marina de la Universidad de Duke, que utiliza drones con tecnología puntera para poder obtener una visión novedosa de las ballenas. Cada una tiene una cola única, explican, es como su huella dactilar. Para los viajeros de a bordo es como estar viendo un documental televisivo en directo.

Navegando entre la base de Vernadsky y la argentina de Almirante Brown.

Una cincuentena de orcas nos acompañan en la travesía. La primera parada es Portal Point. Nieva copiosamente, pero eso no impide practicar algo de trekking y fotografiar pingüinos y leones marinos. Aquí hubo una cabaña de la Investigación Antártica Británica en 1956, y ahora se ubica el Falkland Island Museum de Stanley. Al día siguiente recalamos en la Estación de Investigación Vernadsky, perteneciente a Ucrania desde que Gran Bretaña se la vendiera por una libra. Los dos gobiernos salieron ganando: el ucraniano por contar con una base antártica que no tenía y el inglés por no tener que derrumbar las edificaciones y repatriar los escombros. En este lugar se descubrió en 1985 el agujero de la capa de ozono, que por cierto, se ha recuperado significativamente. Por la tarde se visita Paradise Harbour y los restos de la base argentina de Brown Station. Numerosos icebergs navegan a nuestro lado y las montañas se reflejan en el agua. Es una zona perfecta para navegar en kayak. Amanecer en Wilhelmina Bay es increíble, sobre todo cuando los primeros rayos de luz tiñen de amarillo las cimas de las montañas próximas. La bahía está rodeada a ambos lados por la columna vertebral del continente, que se eleva a 2.000 metros y está completamente cubierta de hielo y nieve con las islas Nansen y Brooklyn formando los otros límites. Hasta aquí llegan cientos de ballenas en busca de krill. No es difícil interactuar con ellas; de hecho saltan a escasos metros de las zódiacs. Al estrecho Le Maire se le conoce como el desfiladero Kodak por la gran cantidad de fotos que se toman de él. Son 11 kilómetros de navegación entre las montañas de la isla Booth y la península Antártica.

Colonia de cormoranes y leones marinos en el Canal Beagle, en Tierra de Fuego.

Las experiencias que se viven en esta tierra son únicas y obligan a preservar el ecosistema siguiendo las normas establecidas por la IAATO (International Association of Antarctic Tour Operators): evitar acercarse a cualquier animal a menos de 4,5 metros, no hacer ruido y mucho menos asustar o perturbar a cualquier animal son las más conocidas de las 170 reglas, que incluyen desinfectar el calzado al entrar y salir de los barcos y no llevarse nada, a excepción de cientos de fotografías y buenos recuerdos que permanecerán para siempre en nuestra memoria.

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