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Entrevista

Javier Cercas: “Si solo leemos a las personas con las que estamos de acuerdo, vamos a la barbarie”

Una conversación con el escritor extremeño sobre el placer de escribir, la literatura como catarsis y la furia que encierra 'Independencia', su última novela.

Javier Cercas ganó en 2019 el Premio Planeta por 'Terra Alta'. Ahora Tusquets publica 'Independencia', la segunda parte de una saga que el autor ha concebido como una tetralogía.

Dice que el procés, ese furor independentista que estalló en el otoño de 2017, le ha cambiado la vida. Radicalmente. Ahora es menos ingenuo, menos espontáneo, pero más escritor, aunque un escritor enfadado. En esa Cataluña a la que se mudó cuando tenía cuatro años con su familia desde Extremadura (nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962) transcurre Terra Alta, la novela que le valió el premio Planeta en 2019 y con la que presentó al panorama literario español a Melchor Marín, un mosso d’esquadra concienzudo y leal, pero con demasiadas aristas en su personalidad. Independencia, el libro que acaba de lanzar Tusquets –la editorial con la que Cercas compartió ese fenómeno literario llamado Soldados de Salamina en 2001 y a la que vuelve ahora–, es la segunda entrega de lo que promete ser una tetralogía en torno a este personaje.

Esta entrevista no va de la novela, aunque vertebra una conversación que, sin embargo, transcurre por otros derroteros: la literatura por supuesto, pero también la actitud ante la vida, la corrupción, la ingenuidad e, incluso, la parte maldita de cada uno de nosotros.

A tenor de sus últimas declaraciones, pareciera que ha cambiado usted ese sufrimiento que, dicen, es necesario para crear por el cabreo. ¿Es así, cabreado escribe mejor?
Sin la menor duda. La felicidad no es productiva literariamente, en absoluto. En un mundo feliz, no habría… novelas seguro que no; poesía, tal vez, poca y muy mala. El material de los escritores es lo malo, no lo bueno.

¿Y por qué ese cabreo, es una actitud vital o es que realmente le dan razones para ello?
No, no es una actitud vital. Yo soy un tío de muy buen rollo, créeme. Pero han pasado cosas muy malas que a mí me han afectado y que no saco en mi vida diaria porque podría provocar catástrofes, ni en mis artículos, pero sí saco en mis novelas. Para eso sirven las novelas, para sacar toda la furia que llevas dentro, todo el dolor que llevas dentro, la parte maldita la llamaba George Bataille, el mal. Todo eso lo sacas fuera, y entonces puedes comportarte como una persona civilizada (risas).

No deja de llamar la atención un enfado tan personal por razones no personales.
Sí, no es personal, no estoy cabreado con nadie en concreto. Cuando la Historia, con mayúsculas, se te mete en tu casa, te afecta personalmente. Y eso es lo que ha pasado, que la Historia se ha metido en nuestras vidas, y hablo de Cataluña en particular y de lo que ha ocurrido en general. Lo de Cataluña ha sido decisivo para mí, porque me ha afectado muy personalmente, en mi vida cotidiana, en mis amistades, en mi modo de ver el mundo, en todo. Incluso ha cambiado mi pasado, porque el presente altera nuestra visión del pasado. Y eso para mí, aunque es terrible decirlo, ha sido bueno, porque me ha permitido reinventarme como escritor.

¿Qué echa de menos de su yo anterior?
(Reflexiona largamente). El anterior era de una ingenuidad asombrosa, y eso no lo echo de menos… La verdad es que no echo nada de menos del anterior. Es una pregunta muy complicada, porque no sé muy bien cómo era el anterior y cómo es el actual. Sí, había una gran ingenuidad en él; sí, quizás echo de menos esa espontaneidad, ahora soy más desconfiado, más escéptico, y ahora (reflexiona de nuevo varios segundos) todos los riesgos que corro se producen en la literatura. Antes era capaz de correr riesgos también en la vida, y ahora me he vuelto mucho más prudente. Ahora creo que soy más escritor que antes, todo está más enfocado, siempre fue un lugar donde metes tu parte maldita, pero ahora quizás todavía más. Por eso estas novelas son novelas muy furiosas. Melchor Marín no se me parece en nada, pero podría decir, como Flaubert que dijo “Madame Bovary soy yo”, que Melchor Marín soy yo, su dolor, su furia. También tiene cosas muy buenas que ya no creo que sean mías, pero de dónde va a salir él si no de mí.

Hablando de ingenuidad: en Independencia retrata usted una corrupción, o una forma de ejercerla, que empezábamos a creer que ya no existe, o no de forma tan impune. ¿Es una ingenuidad pensar así?
Sí. Bueno, un momento. Lo que esta novela hace es proyectar un ayuntamiento donde hay tanta corrupción como la ha habido en la Generalitat. En el ayuntamiento tradicionalmente ha habido problemas de ese tipo, pero no tan sistemáticos y estructurales. Pero en Cataluña todavía el grado de corrupción es altísimo; en España lo es, pero en Cataluña… Esto no lo digo yo, sino los que conocen el asunto, con alguno de los cuales he hablado para este tema. Sí, eres ingenuo. Yo no utilizo mis novelas para ilustrar mis ideas políticas; lo que tengo que decir del procés o de cualquier otra cosa lo digo en mis artículos; las novelas no son ilustraciones de tus ideas, son otra cosa.

¿Por qué escribe?
Uf, eso es lo más complicado. A lo mejor si supiera por qué escribo dejaría de escribir. Escribo por miles de cosas, porque escribir, como leer, es una forma de vivir más, de una manera más compleja, más rica y más intensa; porque es un placer; más que un placer, una pasión. Y por infinidad de razones más. Ahora también porque me gano la vida con ello. Pero si no me pagasen, que no me oiga mi editor, también lo haría.

Alguna vez ha dicho que no lo considera trabajo porque es lo que le gusta hacer. ¿Tiene una disciplina diaria?
Muy sencilla. Me levanto a las 6 y voy a correr, eso es para mí sagrado, es mi droga total. Y luego me pongo a escribir a las ocho y media más o menos y escribo todo el día. Ah, no, hay otra cosa importante: la siesta. Las personas que trabajamos mucho no podemos permitirnos el lujo de no dormir la siesta. Y luego tomó café descafeinado y coca-cola. No hay más secretos. Pero estoy de acuerdo conmigo mismo: no es un trabajo, es un placer, que a veces cuesta disgustos, te angustia, pero eso forma parte de la pasión, forma parte del atractivo. Trabajar es hacer algo que no te gusta, y yo no he trabajado en mi vida prácticamente.

¿Hay alguna vez debate en su cabeza entre lo que le gustaría escribir y lo que cree que le gustará al lector para tener éxito?
Rotundamente no, yo escribo lo mejor que sé escribir, nada más. Además, yo no sé lo que va a tener éxito, quién lo sabe. Si lo supieran los editores, solo publicarían libros de éxito. Yo escribo el mejor libro que puedo escribir y si al lector le gusta, estoy feliz; y si no, qué le vamos a hacer. El público no existe, existen lectores, uno detrás de otro, y todos distintos. E intento satisfacer al único lector que conozco, que soy yo, intento hacer la novela que me gustaría leer, y ojalá le guste al lector, porque el lector acaba los libros, no hay literatura sin lector.

La mezcla de ficción y realidad es una constante en sus libros.
Es que la ficción pura no existe, la ficción pura es un invento de quienes no saben qué es la ficción. La ficción siempre parte de la realidad; desde que el mundo es mundo, siempre es una mezcla de realidad y ficción, no lo inventé yo en Soldados de Salamina, como hay gente que cree. Y luego eso se hace de muchas maneras, cada uno de la mejor que sepa, todo para persuadir al lector de que lo que está leyendo es auténtico, para que él se lo crea.

¿Teme usted comenzar a ser valorado por lo que dice más que por lo que escribe, como advierte el escritor Milan Kundera?
Kundera dice: “Cuando un escritor expone sus ideas políticas, ya pasa a ser juzgado por ellas y no por lo que escribe”. Y esto es catastrófico, porque yo lo mejor que tengo que decir acerca de todo lo digo en mis novelas. Lo que digo en mis artículos lo puede decir cualquiera, puedes estar de acuerdo conmigo o no, a veces ni yo mismo estoy de acuerdo conmigo. Pero son solo las cosas que tengo que decir como ciudadano, más o menos acertadas. Pero lo que yo de verdad tengo que decir, quien yo de verdad soy, está en mis libros.

¿Por qué lo hace entonces? ¿Por qué interviene en el debate público?
Porque no sé no hacerlo. Porque además de novelista soy ciudadano, una persona normal y corriente que paga sus impuestos, tiene un hijo, una familia, vive en un sitio que se llama España y Cataluña, y cuando tú ves que ocurren determinadas cosas, y encima escribes en el periódico, pues eso sale. ¿Me ha provocado problemas? Muchos. ¿Qué debía haber hecho, callarme? Sí, para mi carrera literaria era mucho mejor callarme, no hay ninguna duda; para mi familia también, sobre todo cuando las cosas se han calentado mucho. ¿Por qué lo he hecho? Podría decirte que porque sentía la responsabilidad de hacerlo, pero la realidad es que no he sabido no hacerlo.

¿Tiene sentido dejar de consumir ciertos productos culturales para ‘castigar’ las ideas o el comportamiento del autor?
¿Dejamos de leer a Aristóteles porque consideraba que la mujeres eran inferiores a los hombres¿ ¿O a Cervantes, que era un imperialista? ¿Y Shakespeare qué? Eso es un delirio, un disparate. Si solo vamos a leer a aquellas personas con las que estamos de acuerdo, vamos a la barbarie absoluta. Justamente, lo mejor que puede hacer la literaria, y el arte en general, es poner en cuestión tus creencias más arraigadas, sacarte de tus casillas.

Se utiliza la palabra ‘blanquear’ para referirse al tratamiento amable de actitudes que debieran merecer reproche unánime. ¿La violencia que ejerce el agente Melchor Marín cuando se toma la justicia por su mano queda blanqueada en este libro?
En la literatura podemos hacer y decir aquello que no hacemos ni decimos en la vida y eso no es blanquear nada. Al final, Melchor comete verdaderas barbaridades, y quiero que el lector se alegre. Volvemos a la parte maldita. Cuando lloramos con El Padrino con su hija muerta en sus brazos, a pesar de que ha matado a un montón de gente, no blanqueamos la mafia. Eso es el gran arte, esa capacidad que tiene de colocarte en lugares incluso moralmente peligrosos. Es lo que hace Shakespeare o Dostoievski, es lo que llamo sacarte de tus casillas, obligarte a cuestionar tus más profundas certezas. La ficción permite sacar esa parte maldita, y eso procura la catarsis, como la llamaba Aristóteles; vemos el horror, la venganza, y eso nos purifica. Por eso la literatura es útil… siempre y cuando no se proponga serlo.

¿Qué lee usted?
De todo. Antes de escritor, soy lector, no creo que haya un escritor valioso que sea una excepción a eso. Y ahora he cometido la temeridad de aceptar ser presidente del premio Goncourt, así que leo novelas publicadas en Francia, en francés, el año pasado. Pero yo leo todo, soy omnívoro.


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