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Fernando Schwartz: “Hay una forma de enfrentarse a la vida que es mirándola de frente y diciendo ‘pero si produces risa’"

El escritor y exdiplomático publica 'Meneses en Skópelos' mientras ultima sus memorias y disfruta, con el Mediterráneo como aliado, de una vida plena.

Fernando Schwartz en un momento de la entrevista.

Figura irrepetible la de Fernando Schwartz (Ginebra, Suiza, 1937). Diplomático; cargo medio en el Ministerio de Asuntos Exteriores que negoció la entrada de España en la Comunidad Europea; embajador en Kuwait y los Países Bajos; y un buen día lo deja todo para aceptar la oferta de escribir en El País. Lo haría durante seis años, antes de copresentar, durante otros diez, un rompedor y pionero magazine televisivo, Lo+Plus, culpable de que su rostro y su voz sean tan reconocidos. Mientras hacía todo eso, además, escribía, y ahora lo hace más que nunca –cada mes, por ejemplo, en esta revista–, mientras disfruta junto a su mujer de una idílica jubilación en Mallorca, con la navegación como hobby irrenunciable. Meneses en Skópelos es su última novela, la segunda de lo que promete convertirse en trilogía, con un controvertido personaje como protagonista, Patricio Meneses, tan cultivado como pícaro, tan sinvergüenza como leal, de esos que todo Gobierno necesita tener a mano para deshacer entuertos. A Schwartz, que más de uno deshizo en sus días, no el importaría ser como él.

Desde el inicio abundan los zascas a los despachos, a los recién llegados al poder, al lenguaje inclusivo… ¿Licencias de Patricio Meneses o desahogos del autor?

Las dos cosas. A mí me gustaría ser Meneses, lo que pasa es que no lo soy. No soy lo suficientemente sinvergüenza, descarado y arrojado…, pero me gustaría. Por eso, hay un cierto grado de licencia. Lo que hay en el trasfondo es mi desconfianza, mi poca afición al poder, y aún más al poder político.

¿A estas alturas escribe usted con completa libertad?

Con completa libertad. No tengo cortapisas. Me da igual si gusta, y si no gusta que no me publiquen. A estas alturas de mi vida, con la cantidad de años que tengo, por qué me voy a parar. Como dice Meneses en algún momento, “¿me van a castigar sin postre?”

Meneses es el encargado de resolver entuertos llevados un poco chapuceramente. ¿Sigue siendo la chapuza una propiedad propia de España o es un tópico superado?

Hay mucha chapuza: en el Gobierno, en la oposición, en los muchachos de VOX, en Unidas Podemos… hay mucha chapuza. A Meneses le llaman para que resuelva problemas, para que haga lo que no puede hacer un ministro, en subsecretario, un embajador, porque requiere no solo de habilidad diplomática, sino también de una dosis grande de sinvergonzonería. Eso es Meneses, un hombre culto, amante de la ópera, de la literatura, de los pintores tipo Rothko, y amante a veces también de lo ajeno.

¿Tuvo usted que resolver muchas chapuzas en sus 25 años como diplomático?

Sí (piensa unos segundos), sí (se reafirma). No muchas, pero el suficiente cúmulo de tonterías de mi Gobierno y de los niveles intermedios de mi Gobierno. Normal. Era un momento muy complicado para ese Gobierno que nacía de la Transición y había que hacer frente a muchos miedos, prudencia estúpida, titubeo, y eso había que empujarlo…

¿Cuánto de usted hay en Meneses?

Todo. Soy yo más Meneses. Quienes me leen y me oyen, ven que Meneses habla como yo, es tan poco respetuoso como yo y dice blasfemias como yo. Luego presencia bestialidades y promueve soluciones muy poco legales.

¿Están justificadas esas irregularidades de Meneses o simplemente son ficción?

Son ficción, pero las justifico. Eso de ‘el fin no justifica los medios’…, pues yo creo que sí, hasta cierto punto, y es así como Meneses opera. Frente a las burradas de la gente, creando más burradas.

¿Por qué dejó la diplomacia?

Porque me aburrí. Juan Luis Cebrián, del que era y soy buen amigo, me dijo “oye, ¿tú no te aburres?” Y le dije “muchísimo”. Y me dijo “pues mira, no te voy a poder pagar lo mismo, pero si quieres venir a escribir al periódico, cuando quieras”. Y lo decidí sobre la marcha, venga, va. Me parecía que la vida tenía mucho más de lo que me ofrecía la vida de embajador, para gran escándalo de mis compañeros diplomáticos, a quienes parecía un insulto a la divinidad diplomática que yo me marchara.

Usted que lo ha hecho tanto: ¿viajar es el mejor remedio para curar qué?

Caray… Es el modo de curar la soledad. Si uno viaja mucho, la soledad deja de tener importancia, incluso diría que cobra importancia. Está bien estar solo en Roma, en El Cairo o en Vietnam. Porque todo ese input de cosas te hace reflexionar en silencio, te hace comprender el sentido de la vida y del mundo. Cura eso, y cura también la ignorancia, y la intolerancia. Cuando uno se pasea por el zoco de El Cairo, por ejemplo, comprende lo que es la vida, la humanidad, los dolores de la gente…

Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores negoció la entrada de España en la Unión Europea. ¿Le ha decepcionado Europa?

No, no, no. Europa no me ha desilusionado en absoluto. Soy un europeo convencido, me gustaría tener no un pasaporte español, sino uno europeo. Nuestra esperanza como civilización es Europa. Y estamos haciendo poco, se necesita un revulsivo, dejarse de tanta oficina y de tanta indecisión; a veces la rutina para intentar poner de acuerdo a 27, quizás son demasiados, acaba estropeando el esfuerzo. Vivir en Mallorca, escribir y navegar.

¿Se ha currado esta jubilación o gran parte le vino dada de cuna?

No, me la he currado, nos la hemos currado mi mujer y yo. No fue fácil decir un día, como dije, “se acabó, me voy”. No fue fácil porque no sabíamos cuánta agua había en la piscina. Pero estaba acostumbrado a tirarme a la piscina sin saber lo que había; he cambiado sustancialmente de vida tres o cuatro veces y no me ha ido mal. Yo quería lo que estoy haciendo ahora, y lo he conseguido. Me ha costado trabajo, eh, pero lo he conseguido. Y estoy muy satisfecho de ello.

¿Navegar es algo más que un hobby para usted? ¿Qué le aporta?

No es un hobby, navegar es una cosa seria. El mar es muy complicado, y muy amezante, al mar hay que tenerle respeto, porque esa masa de agua puede con un cascarón como si nada. El placer inmenso de estar encima de una ola, bajo el sol y las estrellas, es impagable, es lo mejor. Hemos hecho, mi mujer y yo y algún amigo, todo el Mediterráneo. A veces, en los artículos que escribo para GENTLEMAN recuerdo nuestras excursiones marinas, que eran parte de nuestra vida. El mar me parece maravilloso… y peligroso.

En GENTLEMAN creemos que usted representa como pocos al auténtico gentleman, por elegancia, por cultura, por prestancia. ¿Nos equivocamos mucho?

No (risas). Tampoco exageremos. Ser un gentleman es una actitud de vida. Supongo que hay mucho de educación en ello, pero es una actitud, y es respeto a los demás y buen gusto. Yo me enorgullezco de ser así.

Una frase suya: “La elegancia es una cuestión que expresa el orden en el alma y la serenidad ante la vida”. ¿Lleva mal el creciente auge del casual o sport?

Está bien esa frase (risas). Convivo bien con el sport. El modo de vestir, que es otra de las cosas por las que se expresa la gentlemanía, me puede parecer más o menos bonito, de mejor o peor gusto, pero lo respeto. Yo sé que tengo que vestirme como lo hago, no puedo hacerlo de otra forma… Qué quieres que diga.

El humor y la sonrisa parecen acompañarle siempre. ¿Tiene razones para ello o es una actitud ante la vida?

Siempre, es fundamental en mi vida. Es una actitud ante la vida. Tampoco es tan serio todo, hay una forma de enfrentarse a la vida que es mirándola de frente y diciendo, ‘pero si produces risa’, yo me río mucho. Hay una anécdota que cuento en las memorias que estoy empezando a escribir. Una vez, cuando negociábamos el ingreso en las comunidades europeas, volvíamos en avión desde Bruselas y Manolo Marín, que era secretario de Estado, después de una jornada agotadora de negociaciones, caímos sentados el uno frente al otro, y me dijo “¿sabes qué, Fernando?, tú te ríes demasiado, y te acabará pasando factura”. Yo me quedé… “¿Sí?, ¿debo reír menos?”. “Sí, te conviene”. Y no le hice ni caso, me he seguido riendo toda mi vida.

Hablando de escribir, ¿a quién lee usted?

A Philip Kerr, que ha muerto hace poco, que escribe unas novelas espectaculares sobre un antiguo policía de Berlín en tiempos de Hitler, ya me gustaría escribir como él. Leo como entretenimiento las novelas de Jack Reacher; también novela histórica; cada vez que sale una novela de Ian McEwan, que es mi líder espiritual; un par de novelas sobre Enrique VIII de una mujer, Hilary Mantel, que ha ganado dos veces el Booker Prize; Los vencejos (de Fernando Aramburu); una biografía de Somerset Maugham, y el Goncourt de hace un par de años de Hervé le Tellier, L’Anomalie. Leo ensayo, leo todo el rato, lo que me cae en las manos.

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