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Gentlemanía

Una historia de la vida privada: en todo el mundo se disfruta de la casa

La familia de John F. Keefe fotografiados desde la calle, en febrero de 1948, antes de que el Tribunal Supremo estadounidense refrendara el derecho a la intimidad consagrado en la Novena Enmienda.

Todo lo que sucede en el mundo —todo lo que se descubre, o se crea, o todo aquello por lo que se pelea amargamente— acaba terminando, de una manera u otra, en la casa de cada uno. Guerras, hambrunas, la Revolución industrial, la Ilustración, todo está ahí, en los sofás y las cajoneras, escondido entre los pliegues de las cortinas, en la aterciopelada suavidad de las almohadas, en la pintura de las paredes y el agua de las cañerías. Y por ello la historia de la vida doméstica no es solo una historia sobre camas, sofás y cocinas, sino sobre prácticamente todo lo que ha sucedido. Las casas no son el refugio de la historia. Son el lugar donde termina la historia.

El salón

Si tuviéramos que resumirlo en una sola frase, diríamos que la historia de la vida privada es la historia de ir sintiéndose confortable y cómodo poco a poco. Hasta el siglo XVIII, el concepto de sentirse confortable en casa era tan desconocido que ni siquiera existía una palabra que lo definiera. 'Confortable' significaba simplemente 'capaz de ser consolado'. El confort se entendía como el consuelo que se ofrece al herido o al afligido.

La primera persona que utilizó la palabra en su sentido moderno fue el escritor Horace Walpole, que en una carta a un amigo escrita en 1770 le comentaba que una tal señora White le atendía muy bien y le hacía sentirse 'lo más confortable posible'. A principios del siglo XIX, todo el mundo hablaba de tener un hogar confortable o de disfrutar de una vida confortable, pero antes de la época de Walpole, nadie hacía mención de ello. En ningún lugar de la casa se plasma mejor el espíritu del confort (si no la realidad) que en la estancia de curioso nombre: el salón.

Durante los siglos XVII y XVIII, el término inglés que define esta pieza, 'drawing room', se vio desafiado en los círculos ingleses más refinados por el salón francés, que a veces se anglicanizó para dar lugar a la palabra 'saloon'. Ambas palabras, sin embargo, acabaron asociándose a espacios exteriores a la casa, de modo que el 'saloon' vino primero a referirse a una estancia donde socializar en un hotel o en un barco, después a un local donde se servían bebidas alcohólicas, y finalmente, y de forma algo inesperada, a un tipo de automóvil, la berlina. Salón, por otro lado, quedó vinculado a lugares relacionados con actividades artísticas, antes de que se lo apropiaran (a partir de 1910) los proveedores de tratamientos capilares y de belleza.

La estrella de Hollywood Jean Harlow (1911 - 1937) en su dormitorio, llamando por teléfono desde su cama, en 1932.

El dormitorio

Es un lugar extraño. No hay otro espacio en la casa donde pasemos más tiempo sin hacer nada, y haciéndolo de la forma más silenciosa e inconsciente, y aun así es en el dormitorio donde se materializan gran parte de las desdichas más profundas y persistentes de la vida. Si está usted moribundo o enfermo, agotado, con problemas sexuales, con ganas de llorar, atormentado por la ansiedad, demasiado deprimido para enfrentarse al mundo o carente de ecuanimidad y alegría, el dormitorio será el lugar donde con toda probabilidad lo encontraremos.

En cuanto a la cama, durante gran parte de la historia la cama fue, para los propietarios de viviendas, su posesión más preciada. En tiempos de Shakespeare, por ejemplo, una cama con dosel costaba cinco libras, la mitad del sueldo anual de un maestro de escuela. Al ser objetos tan valiosos, la mejor cama solía quedarse en la planta baja, con frecuencia en la sala de estar, para hacer alarde de ella ante invitados o para que se viera desde la calle a través de una ventana abierta.

La cocina

Hasta mediado el siglo XIX, la cocina seguía siendo un lugar muy poco seguro para los alimentos, cuya esperanza de vida era realmente corta. Se necesitaba con desesperación encontrar la manera de conservar los alimentos en buen estado y frescos durante periodos más largos de lo que la naturaleza permitía. A finales del siglo XVIII, un francés llamado François Appert (o tal vez Nicolas Appert, las fuentes varían de manera confusa) escribió un libro titulado 'El arte de conservar todo tipo de sustancias animales y vegetales durante varios años', que representó un auténtico hito.

El sistema de Appert consistía básicamente en guardar herméticamente los alimentos en frascos de cristal y hervir después los frascos a fuego lento. El método solía funcionar bien, pero los cierres no eran del todo herméticos y a veces penetraban en los frascos aire y elementos contaminantes, provocando con ello problemas gastrointestinales a quienes disfrutaban de su contenido. En resumen, hasta que la comida llegaba a la mesa podían sucederle un montón de cosas malas. Por ello, cuando a principios de la década de 1840 apareció un producto milagro inesperadamente conocido: el hielo, que prometía transformar la situación, el entusiasmo se disparó.

El baño

Una vivienda de hace 4.500 años del valle del Indo, en un lugar llamado Mohenjo-Daro, disponía de un ingenioso sistema de conductos para las basuras a través del cual los desperdicios se eliminaban del habitáculo para quedar depositados en un podridero. La civilización minoica disponía, hace más de 3.500 años, de agua corriente, bañeras y otras comodidades civilizadas. Los antiguos griegos adoraban el baño, pero para ellos bañarse era algo que tenía que realizarse con rapidez. En realidad, los baños en serio -los baños lánguidos- se inician con Roma. Nadie se ha bañado jamás con tanta devoción y precisión como los romanos. Para los romanos, los baños eran una forma de vida: tenían bibliotecas, tiendas, gimnasios, barberos, esteticistas, bares y burdeles, y los frecuentaban gentes de todos los estamentos sociales.

Por otra parte, tal vez no exista otra palabra en inglés que haya sufrido más transformaciones que 'toilet'. Originalmente, hacia 1540, hacía referencia a un tipo de paño y era un diminutivo de 'toile', palabra que aún se utiliza para describir cierto tipo de tejido. Después se convirtió en una tela con la que se cubrían los tocadores. Después pasó a referirse a los objetos que podían encontrarse encima del tocador. Después se convirtió en el tocador en sí, después en la acción de vestirse, a continuación en el acto de recibir visitas mientras uno se vestía, después en el vestidor, luego en cualquier tipo de habitación contigua al dormitorio, a continuación en una habitación utilizada para lavarse, y finalmente en el lavabo en sí. Eso explica por qué 'toilet water' describe en inglés el agua de colonia.

'Garderobe', palabra extinta en inglés, sufrió una transformación similar. La palabra es una combinación de 'guard' (guardar) y 'robe' (vestido), y en su origen hacía referencia a un cuarto de almacenaje, después a cualquier habitación de carácter privado, luego (brevemente) a un dormitorio y al fin a un retrete.

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