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PRIMER ANIVERSARIO KABUL (Y VII)

Sargento primero Moya y los últimos de Kabul: "Te quedas jodido por los que no pudiste sacar"

El testimonio de este miembro del EADA cierra el serial publicado por 'Vozpópuli' con motivo del primer aniversario de Kabul: "Aquello era el lejano oeste", recuerda el militar

El sargento primero Moya en su misión en Kabul
El sargento primero Moya en su misión en Kabul

Abordar un determinado acontecimiento histórico conlleva el inevitable riesgo de deshumanizar los hechos. Testimonios como el del sargento primero Roberto Moya, del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) del Ejército del Aire, recuerdan que la evacuación de Kabul, de la que ahora se cumple el primer aniversario, fue mucho más que una misión militar: fueron las miradas de aquellos afganos agotados, de las familias rotas, de aquella niña que no se pudo rescatar poco antes de que la filial del Estado Islámico en la región reventase una bomba que causó una masacre entre la multitud.

El sargento primero Moya no se prodiga en relatos en primera persona. Todas sus narraciones son en plural, en referencia a la unidad de la que formaba parte y que se desplegó desde el primer momento en el aeropuerto de Kabul para sacar de allí al mayor número de personas posibles. Iban a ser cerca de 200, pero la lista se amplió hasta los 600 y finalmente llegaron a ser 2.200. Cifras abrumadoras, pero que con el tiempo no sirven para dejar de pensar en si se podría haber hecho más por haber sacado a un grupo, a una familia, a una sola persona más.

Al hablar con Roberto Moya se escuchan niños de fondo. “Los chavales”, sonríe con orgullo. Y en diversos momentos de su relato habla de nuevo de sus hijos. Porque en los ojos de los niños afganos veía, en cierto modo, los de sus muchachos. Sobre todo en los de aquella niña con una bandera española en un canal de aguas fecales junto al aeropuerto, poco antes del atentado. Nunca supo qué fue de ella.

Se ha tatuado en el antebrazo las coordenadas de la puerta en la que España evacuó al mayor número de personas. La coordinación con Estados Unidos y Reino Unido permitió que los militares españoles sacaran aún a más gente de Afganistán: “Un favor se pagaba con otro favor”, recuerda el sargento primero. Porque aquello era el “lejano oeste”, donde se montaron procedimientos sobre la marcha en un escenario que cambiaba por minutos.

Su relato cierra la serie de testimonios en primera persona de militares españoles que participaron en la evacuación de Kabul, que Vozpópuli recoge con motivo del primer aniversario de los acontecimientos. Previamente contaron su papel el capitán Peña, a los mandos de unos de los A400 del Ejército del Aire; un suboficial del Mando de Operaciones desplegado en el aeropuerto; la capitán Oliva, sanitaria; el teniente coronel Fernando Cid, que recuerda la coordinación entre países implicados; y el sargento primero Abadía, que recuerda las abrasiones en los pies de los niños que iban descalzos, participaron en ediciones anteriores; y el teniente Tarnawski, que afrontó su primera misión como médico en vuelo.

A continuación, el testimonio del sargento primero Roberto Moya en primera persona.

Preparados para Kabul

Siempre que se despliega una aeronave del Ejército del Aire vamos nosotros para dar seguridad. El momento más vulnerable de un avión es cuando está en tierra y para eso está el EADA, para protegerlo en cualquier escenario. Cuando empezó a hablarse de una misión de evacuación en Kabul nos hicimos a la idea. Recuerdo que me llamaron justo cuando estaba mudándome de una casa a otra, en Zaragoza; creo que fue justo el 15 de agosto. Me pillaron con dos cajas de libros en las manos. Recogí todo lo necesario y me fui para la base.

Estamos acostumbrados a eso. Al final, los miembros del EADA nos pasamos casi 200 días al año fuera de casa y nuestra disposición es absoluta. Conocía Afganistán y conocía Kabul. De hecho, sería la quinta vez que iría allí. También había estado en Kirguistán, Irak, Senegal, Mali, Gabón… casi en cualquier lugar donde haya estado un avión militar español.

El avión A400M despega hacia Dubái para evacuar a los españoles y colaboradores en Afganistán

Al principio se hablaba de un despliegue de tres días. Nadie se esperaba lo que finalmente fue. Y cuando digo ‘nadie’ es realmente nadie; ni Estados Unidos ni ninguna fuerza occidental. Partíamos el día 16, un día después de recibir el aviso. En la base aérea de Zaragoza nos dieron un pequeño briefing contándonos lo que había en Kabul.

Ya no había estructura para contactar con la embajada, que ya se había replegado al aeropuerto. Lo mismo ocurrió con los GEO [de la Policía Nacional]. No era fácil contactar con ellos, como lo habría sido en un escenario tranquilo. Al final nos llegaba mucha información era por fuentes abiertas: ahora hay teléfonos y vídeos en todos lados, y las imágenes que veíamos eran terribles. En un grupo de Telegram en el que estoy metido compartían información y vídeos casi al minuto, y era muy preocupante.

Nuestra misión sería montar un terminal en el aeropuerto para recibir a todo el personal que había venido desde Kabul u otras ciudades y que, en principio, ya estarían dentro del aeropuerto. Como todos sabemos, eso cambió desde el primer momento.

Cambios en el "guion original"

Volamos en un A400 desde Zaragoza. El equipo del EADA que volábamos era gente veterana, con muchos años de la unidad. Y esta unidad, si algo tiene, es que tras pasar tanto tiempo fuera de casa, tus compañeros son ya tu familia. Sabíamos las características de la misión, pero el ambiente era distendido. En realidad siempre que volamos lo es. Pasamos media vida en un avión y no puedes hacer nada más que hablar con el que tienes al lado. Quizá es difícil de entender, pero este caso no fue una excepción. Si cada misión la hiciésemos de forma muy… seria -por así decirlo- quizá sería contraproducente y la situación te acabaría superando. Al final son 200 días al año trabajando.

Llegamos a Dubai sobre las cuatro de la tarde. Pensábamos que nos iríamos directamente a Kabul, pero quizá por las horas que ya eran se optó por hacer noche en la ciudad. Eso suponía pasar muchos controles y esperar. Hacía un calor mortal, más aún en un avión en medio de una plataforma -pista de una base- que multiplica la temperatura. Nos dijeron que teníamos que hacernos una PCR, porque estábamos en pleno covid, para poder ir a la ciudad. Los dos médicos que llevábamos a bordo tenían kits a bordo: o nos hacíamos ‘el palito’ o no se iba a dormir.

Y así nos encontramos con una misión que desde el minuto 1 estaba totalmente fuera del guion original. Fuimos al hotel, dejamos las cosas y, siendo conscientes de que la cosa se iba a poner bastante peor. Tenemos un dicho: “Come cuando puedas, duerme cuando puedas… ‘ve al baño’ cuando puedas”. En realidad decimos otra cosa que ‘ve al baño’, pero sirve para hacerse a la idea [ríe]. Así que fuimos a tomar unas pizzas y una Coca-cola a una Pizza Hut de un centro comercial.

A la mañana siguiente fuimos a la base aérea de Dubai. De nuevo los controles, que son muy estrictos, y por fin despegamos rumbo a Kabul. Son tres o cuatro horas de vuelo. Así como en el vuelo desde Zaragoza el ambiente era muy distendido, en este quizá había un mayor nivel de concentración. Es normal. Vas a entrar en el escenario y hay que situarse. Te pones el portaplacas, los cargadores, el casco… Digamos que tu cuerpo entra en ‘modo trabajo’.

"Me asomé y lo vi"

A bordo del A400 íbamos unos quince miembros del EADA. El núcleo inicial -del que yo formaba parte y compuesto por doce efectivos- se bajaría del avión y se quedaría en Kabul para ayudar a las evacuaciones. Luego había otros tres compañeros del escuadrón que darían seguridad al avión en tierra. Y con nosotros iba también personal médico para atender cualquier situación sobrevenida.

Miembros del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo del Ejército del Aire en el aeropuerto de Kabul, AfganistánEMAD

Cuando empezamos a rodar [trayecto que el avión hace por pista hasta llegar a su plataforma definitiva], la rampa de atrás va a medio abrir, para que los compañeros encargados de la seguridad del avión puedan hacerse una primera idea de lo que se van a encontrar. Veíamos a centenares de personas preparadas para abandonar su país, pero había mucha calma después de que los americanos [estadounidenses] se hubieran hecho con el control del aeropuerto.

Teníamos media hora para cumplir con la misión. Descargamos todo el material que llevábamos a bordo y contactamos con el personal del GEO. En ese momento nos dimos cuenta de que aquello era lo más parecido al lejano oeste. No había un mando claro en la base, todas las fuerzas occidentales debíamos colaborar entre nosotros de igual a igual, y todo funcionaba a base de favores: “Si tu haces esto por mí, yo hago esto otro por ti”. En ese escenario los españoles nos desenvolvemos bien, quizá por nuestro carácter. Aquello era apocalíptico, un mundo desmoronándose por segundos.

El GEO había conseguido sacar a un pequeño grupo de personas, medio centenar. En el avión teníamos espacio para un centenar más. Pero es que las evacuaciones eran muy complejas y bastante habían hecho con los medios de los que disponían. Hicimos un registro del personal afgano, identificación, cacheos… y todos a bordo. La primera vez que vi a esa gente supe que eran conscientes de que este era un tren que pasaba una vez en la vida. El afgano es una persona orgullosa, dura, pero en ese momento estaban deshechos. Tenían que dejar su vida, su barrio, su vida y su mundo. Si no lo hacían, a lo mejor al día siguiente sus hijos dejaban de tener padres.

Como digo, aquello era el lejano oeste. Íbamos preparados para dormir donde hiciera falta, pero los GEO nos habían conseguido unos alojamientos bastante decentes para lo que había allí. Quizá es lo que nos quedó de la posguerra a los españoles: “Pilla lo que puedas mientras puedas, mejor que sobre y tengamos que devolver a que nos falte”.

Gestionamos todas las cuestiones logísticas y los GEO nos dijeron que las evacuaciones las estaban haciendo por East Gate, que era una puerta mucho más practicable que Abbey Gate y North Gate, quizá más saturadas o con otros problemas que dificultaban la misión. La protegían los estadounidenses y tenía unos cinco metros de alto. Pensaba que la situación al otro lado estaría controlada, hasta que me asomé y vi lo que vi.

Espero que no se entienda mal, pero es parecido a lo que se ve en películas o series como 'The walking dead' o 'Zombieland': cientos, un millar de personas que se agolpaban en un espacio de 300 metros, directamente contra la puerta del aeropuerto, levantando las manos pidiendo entrar. Ancianos, mujeres y niños a pleno sol. Los talibán dando palos, la gente entrando en crisis. La puerta llegaría a ceder más adelante por las avalanchas y fue necesario poner un vehículo blindado para que no se cayera. Miré a mi jefe y dije: “Esto nos va a llevar mucho más que tres días”.

Kabul (Afganistán).
Kabul (Afganistán).Europa Press

Localizando a los afganos

¿Cómo localizas a los afganos que habían colaborado con España en medio de esa multitud? Las primeras identificaciones se basan en contactos con la embajada; personal que había recibido una llamada o un correo donde se les comunicaba que estaban en la lista para marcharse. Llamaban al personal de la embajada y el personal nos decía su localización exacta. Se abrían paso y se les permitía entrar. Eso fueron las dos o tres primeras horas. Todo eso cambió porque la situación fue empeorando drásticamente a medida que pasaba el tiempo.

Recordemos que aquello funcionaba a base de favores. Preguntamos a los marines estadounidenses que protegían la puerta si no les importaba que metiéramos a nuestro personal. Nos dijeron que si nos las apañábamos nosotros solos, que hiciéramos lo que considerásemos necesario. Pero que a cambio les vendría bien tener apoyos puntuales de nuestras compañeras para cachear a las mujeres afganas, porque en ese sentido estaban un poco desbordados.

Llegamos a esa especie de acuerdo y así funcionaríamos desde entonces. Otras veces les apoyábamos con los perros para que rastreasen cualquier posible explosivo, o íbamos un pequeño equipo para colaborar en abrir un hueco y meter a una persona determinada. El entendimiento fue total. Los españoles fuimos de los primeros en llegar y eso nos ayudó a entendernos muy bien con los estadounidenses y los británicos, que en definitiva eran quienes protegían los accesos principales: se convirtió en un trabajo en equipo improvisado que funcionó relativamente bien.

Empezamos a idear nuevas maneras de identificar a los afganos ‘españoles’ al detectar que imitaban entre sí las señas de contacto para que los metiésemos. Llegó un momento en que nos llegaban personas con un correo reenviado cuatro o cinco veces donde se les decía que habían sido seleccionados por España para salir de allí. Así decidimos que aquellos con los que contactábamos tenían que llevar una bandera de España. Después que llevasen algo rojo o amarillo. Luego un fondo de pantalla determinado en el móvil, un gesto concreto… Inventamos 40.000 cosas para ir renovando la fórmula.

En esa puerta vivimos un momento que me puso los pelos de punta. Llegaron los comandos afganos, la unidad de élite de su ejército -casi todas las tropas habían desertado o se habían sumado a los talibán-, que pidió que se abriesen las puertas para salir a rescatar a afganos. Los veían al otro lado, con los talibán pegándoles, en medio de tanta avalancha… Entiendo su postura, sus emociones. Y salieron. Iban con la bandera a la espalda, con lo que eso suponía ante los talibán. Abrieron hueco y metieron a gente. Fue increíble. Pero tras hacerlo se les pidió que se marchasen de allí. Solo se iban a conseguir momentos de tensión.

Cambio de puerta

Tras dos noches trabajando en esa puerta, la situación se desbordó y los americanos nos dijeron que ya no accedía nadie más por allí. Tocaba ir a Abbey Gate, protegida por los británicos. La situación fue complicándose aún más, porque fueron llegando otros países para evacuar a su personal y cada vez había menos sitio en la puerta para todos.

Ocurrió algo parecido que en la puerta anterior. Llegamos a un acuerdo con los británicos que nos facilitó a todos nuestra labor. Les pedimos permiso para sacar a un grupo de personas y nos dijeron que luego eran ellos los que se quedaban allí conteniendo al resto de la multitud que se agolpaba en la puerta. ¡Es que se vivían situaciones muy tensas! Cuatro, cinco o seis avalanchas diarias. Y si eso te pilla con la puerta abierta, tienes que contener a la gente con los escudos que tenían, valiéndose de su fuerza y un gran desgaste.

Miembros de las fuerzas armadas de Reino Unido y Estados Unidos participan en el aeropuerto de Kabul tras la proclamación del régimen talibán. EP

Propusimos que seríamos nosotros los que, con sus escudos, estabilizaríamos la situación tras meter a cada grupo. “¿Haríais eso por nosotros?”, nos preguntaron. Y sin dudarlo un momento llegamos a ese acuerdo. Creo que fuimos el único país que lo hizo. Así tuvimos más facilidad para llegar a la puerta y meter a los nuestros.

Con todo, fue una locura. Aguantar eso diez o doce días… Menos mal que llegaron refuerzos, unos veinte compañeros más del EADA. Al principio trabajábamos unas 18 o 19 horas al día; cuando llegó más gente establecimos turnos para descansar un poco más.

También enviaron a personal del Mando de Operaciones Especiales, que son lo mejor de lo mejor. Fue un privilegio trabajar con ellos. Recuerdo el momento en que me dijeron que les hiciera un pequeño ‘tour’ para enseñarles el lugar y cómo trabajábamos. Cuando llegamos a Abbey Gate, lo primero que vimos fue una turba de gente enorme y a una niña con parálisis cerebral que la llevaban en volandas para que estuviera lo más cerca posible del aeropuerto, con la esperanza de que alguien la metiese en el aeropuerto y se la llevar de Afganistán. Los del MOE se me quedan mirando y les digo: “Esto es así todos los días”.

Ideamos un sistema para clasificar a todas las personas que entraban en el aeropuerto. Porque junto a la puerta decían que eran colaboradores de España, pero había que comprobarlo y determinar su filiación. Cogimos las etiquetas que se usan para las maletas, que eran verdes, amarillas y rojas. Como si fuesen pulseras, les poníamos las verdes a los que mostraban toda su acreditación; las amarillas requerían de una confirmación más exhaustiva de la embajada; y las rojas eran para aquellos que no tenían nada que ver con nosotros.

Respecto a este último caso… en realidad fueron pocos, muy poquitos. Pero se te quedan grabados. Tienen que volver fuera lo más rápidamente posible. Era darles una esperanza que no tenía ningún sentido y había que devolverlos. Es que es una situación en la que… tienes que tomar decisiones muy drásticas. Teníamos que intentar trabajar lo más fino posible.

"Dejadnos entrar una última vez"

Recuerdo el caso de un desertor de las fuerzas armadas afganas, que quería salir de allí porque su vida estaba en manos de los talibán, pero en realidad no tenía ninguna aproximación con España o ningún país aliado, así que tuvo que marcharse. Al día siguiente volvió a entrar, esta vez con una mujer y un niño con parálisis cerebral. Decía que eran su esposa y su hijo, pero su situación seguía siendo la misma. Tuvo que volverse a marchar. Honestamente, son cosas que se te quedan grabadas para siempre. ¿Cómo lo vas a olvidar? Mirar a los ojos a gente que no entendía la situación y saber que cada decisión que tomas es vital.

El caso que más me marcó fue el último día de evacuación. Estábamos acabando porque había amenaza de bomba. En ese momento eran los estadounidenses los que protegían la puerta. “Dejadnos entrar una última vez”, les dijimos. Nos dijeron que hasta las tres de la tarde teníamos tiempo.

Faltaba poco, pero nos lanzamos. Empezamos a movernos lo más rápido posible y localizamos a un grupo de afganos ‘españoles’. Cuando estábamos metiéndolos, a lo lejos, vi a una niña de la edad de mi hija con una bandera española. Decidimos dejar al grupo y regresar a por ella. Cuando volvimos, el marine nos dijo que ya no era posible, porque parecía que el atentado era inminente. Esa parte fue… no hay palabras, es imposible describirlo.

Efectivamente, al poco fue el IED [ataque con artefacto explosivo]. Empezaron a llegar imágenes, con los cuerpos flotando por el canal que discurría junto al aeropuerto. He mirado esos vídeos mil veces, intentando localizar a la niña para saber qué fue de ella. Nunca la he visto. Quiero pensar que de un modo u otro se pudo salvar.

No es la misión más peligrosa en términos de seguridad a la que nos hemos enfrentado, pero sí a nivel psicológico. Nos salvó que somos una unidad muy cohesionada. Fuimos los últimos en montarnos en el último avión. En el vuelo de vuelta no tienes oxígeno en el cerebro. En esos días perdí cuatro kilos y medio. Estás contento porque volvíamos todos, pero jodido por la gente que no pudimos sacar. Es verdad que fueron muchos más de los que esperábamos. Iban a ser 200, pasaron a ser 600 y finalmente fueron 2.200. Pero aquella niña… [calla unos segundos]. No sé, toda la gente.

En ese momento nos dicen que nos tenemos que bajar del avión para sacar a otras cincuenta personas y lo hacemos. O nos lo dicen cuando aterrizamos en España y nos damos codazos por volver ahí. Al llegar a casa estás más allí que aquí. Se convirtió en un tema recurrente, incluso en tono de broma. La avalancha mediática que se vivió hizo que en la unidad nos vacilasen cuando nos veían a alguno de los que habíamos estado allí: “¡Mira, ahí está otro héroe de Kabul!”, nos decían con guasa.

Cuando nos juntábamos entre los que habíamos ido, recordábamos momentos determinados. Incluso hubo quien siguió recibiendo mensajes de afganos al cabo de varios días diciendo que aún seguían en el aeropuerto y que por favor les sacasen de allí. Estando en casa, pretendes rehacer todo en tu cabeza, cómo habría salido esto o lo otro si hubiéramos actuado de otra manera. Hubo gente que ‘siguió’ allí durante un tiempo, pero hay que asimilar que todo lo que vivimos es algo que nos trajimos en la mochila a casa y que va a estar ahí siempre.

¿Por qué será que, en vez de en lo positivo, piensas en el niño que se quedó, en la familia que se rompió, en el grupo que no se pudo sacar? Y me temo que para eso no tengo respuesta. Pero sí que hay orgullo de haber hecho todo lo posible y de haber compartido misión con unos compañeros que son familia. Y que ojalá todo ese esfuerzo sirva para que la gente que logró salir, sobre todo los niños, puedan tener un futuro.

Afganos se agolpan a lo largo del muro del aeropuerto internacional Hamid Karzai, en Kabul.EFE

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