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España

Botín, Rato y la falta de escrúpulos de nuestras elites

El reciente fichaje de Rodrigo Rato por parte de Emilio Botín no ha dejado indiferente a nadie.

Cuenta una fuente autorizada que el presidente del Banco Santander había decidido anunciar la vuelta de Rato al redil en diciembre, en esa zona de sombra de finales de año, santos inocentes de por medio, donde cualquier desafuero pasa desapercibido en la general algarabía, pero que una filtración periodística le obligó a adelantar el anuncio en pleno septiembre. “Emilio Botín ficha a Rodrigo Rato como asesor internacional del Santander” (ABC, 17/09/2013). El anuncio cayó como una bomba sobre este país nuestro curado de espantos, donde un escándalo sucede a otro sin solución de continuidad y sin remedio. Bomba demoledora para la moral pública, tan castigada ya, tan escasa en esta triste España víctima de todos los excesos, pero bomba sorda, casi inaudible, porque el asunto, que durante horas llenó de aspavientos escandalizados al Madrid financiero, ha pasado de puntillas por los medios de comunicación. Alguno ni siquiera se ha atrevido a recordar, en su apresurada reseña del evento, que el “fichado” figura como imputado por el juez Fernando Andreu en el “caso Bankia”.

El asunto que nos ocupa ilustra de forma nítida esa colusión de intereses entre la clase política y la elite financiera que ha presidido largos periodos de la Historia de España y desde luego los años de sedicente democracia inaugurados por la Constitución del 78, colusión que nos ha llevado de hoz y coz a la crisis ética, crisis terminal de valores que padece hoy la nación y que seguramente está en el origen de las otras crisis que nos afligen, la económica, desde luego, pero sobre todo la política y/o institucional, cuya superación tan difícil nos parece ahora. Se ha escrito aquí muchas veces que no cabe imaginar una salida cabal de la crisis económica sin abordar al tiempo la superación de la aguda crisis institucional y de valores que asola la sociedad española. Sin sanear las instituciones. “El descrédito y la erosión de la legitimidad de las instituciones, secuestradas por unas elites que hacen de ellas un uso patrimonial, se ha convertido en el elemento esencial de la crisis española”, aseguraba Luis Fernández-Galiano en un clarividente artículo aparecido en febrero pasado en El País. Imposible no suscribir al 100% el diagnóstico.

El anuncio del fichaje de Rato cayó como una bomba sobre este país nuestro curado de espantos

La iniciativa de Botín colocando de nuevo a Rato, el más notorio de los "caballeros de la tabla redonda" de la derecha política española, en nómina del Santander, es ejemplo perfecto del comportamiento de esas “elites extractivas” a las que aluden Daron Acemoglu y James Robinson y su celebrado Why Nations Fail, una obra convertida ya en un clásico por cuanto viene a demostrar no solo cómo la connivencia entre dinero y poder, entre clase política y elite financiera, hace casi imposible la salida de la pobreza de países subdesarrollados o en vías de, sino también su enorme capacidad para impedir el pleno despliegue de las capacidades de crecimiento de las sociedades desarrolladas del Primer Mundo, en tanto en cuanto tales elites viven empeñadas en asegurar una permanente captura de rentas en beneficio propio y de sus redes clientelares.

Las prácticas de esas elites depredadoras o extractivas (que han seguido operando dentro del canon de valores franquista, ajenos sus prohombres a los cambios democráticos operados en la sociedad) se han encargado de contaminar, de pervertir, de corromper, a una clase política que decidió, testigo privilegiado de los años de crecimiento y la orgia del dinero fácil, participar en el festín. La banca, que  contribuye decisivamente a la financiación de los partidos, generosamente se olvida de cobrar los créditos a la hora de su vencimiento, porque prefiere llevarlos a fallidos. A cambio espera que su contraparte, el Gobierno de turno, abra la mano del BOE y se muestre generosa con favores y concesiones administrativas varias. A menudo simplemente espera que el Ejecutivo de turno “no toque demasiado los cojones”, que no es poco. El círculo se cierra con la promesa de que, llegada la hora del adiós al despacho oficial, los grupos económico-financieros acogerán gustosos en su seno, con sueldos generosos, a Presidentes y ministros de turno. González en Gas Natural; Aznar en Endesa. Rato en el Santander. La lista sería interminable. Es un do ut des escandaloso que pervierte las instituciones (para este juego es esencial una Justicia domesticada), asalta el bolsillo del ciudadano (por la ausencia de competencia) y resta posibilidades de crecimiento. Envilece individual y colectivamente.

El caso de Luis Ángel Rojo y la compra de Banesto

Nada hubiera sido igual en la banca y en las finanzas españolas de haber vivido aquel genio pronto malogrado que fue Pedro de Toledo, ex presidente del Vizcaya y copresidente del BBV. Jamás hubiera Emilio Botín –auténtico outsider en el grupo de los “siete grandes”- acumulado el inmenso poder del que hoy dispone sin el favor del poder político de turno. Si para muestra vale un botón, sirva el caso del Español de Crédito, la marca bancaria española por antonomasia, que le fue adjudicado en plica sin firma simplemente porque al gobernador entonces del Banco de España (BdE), Luis Ángel Rojo, aquel defecto le pareció pecata minuta. Rojo, reconocido “maestro” de economistas españoles, básicamente keynesianos, fue después generosamente “arrecogío” por Botín en el Santander tras su salida del BdE, cumpliendo así esa regla de oro según la cual las elites extractivas no solo corrompen a Presidentes, ministros y concejales de urbanismo, entre otras especies, sino también a los intelectuales, a esa intelligentsia cuyo silencio saben generosamente recompensar. Por su parte, el segundo gran banco español actual, el BBVA, es el resultado de una decisión política del Gobierno Aznar, con Rato al frente de Economía, de forzar la fusión entre BBV y Argentaria.

La “operación Rato” dinamita cualquier esperanza de abordar la regeneración de nuestras instituciones

Carecemos de espacio para narrar aquí con detalle una de las operaciones más oscuras y menos conocidas del primer Gobierno Aznar, cual fue el salvamento a uña de caballo del Grupo de Empresas Rato que gestionaba el difunto Ramón Rato, cuya quiebra –con serias evidencias de ser fraudulenta- pudo evitarse gracias al generoso concurso de los amigos, Juan Villalonga a la cabeza desde Telefónica, que el dúo Aznar-Rato había colocado al frente de los antiguos monopolios estatales privatizados. Emilio Botín puso su granito de arena en la “operación rescate” comprando Aguas de Fuensanta, quebrada y embargada por el Santander, y pagando la generosa suma de mil millones por algo que valía una peseta. De modo que vuelve Rato a la casa del Padre dispuesto a recoger los réditos de favores antaño dispensados, no sin antes haber ingresado también en la nómina de Telefónica. Curioso, Botín y Alierta, responsables de las dos grandes multinacionales españolas, son las cabezas visibles de la operación mejora de imagen de la “marca España”. Pues bien, son precisamente este tipo de operaciones las que se encargan de arrastrar la imagen de España por el fango, como estos días ha puesto de manifiesto alguna prensa extranjera.

Ha sido el filósofo Javier Gomá uno de los intelectuales que más ha teorizado sobre la necesidad de un ejemplarizante rearme moral de las elites como paso imprescindible para abordar la regeneración de nuestras instituciones. El asunto Rato simplemente dinamita cualquier esperanza en tal sentido. Incorporar al primer banco español al principal imputado en una quiebra como la de Bankia, cuyo rescate ha costado a las arcas públicas no menos de 20.000 millones, con cientos de miles de afectados –estafados- por las preferentes, y con millones de españoles sufriendo los rigores de una crisis que va ya por su sexto año, es simplemente ciscarse en la opinión pública española y, desde luego, mofarse de la Justicia. Fácil es colegir que el primer banquero del Reino está muy seguro, o dispone de información bastante, de que los tribunales no podrán nada contra tan bizarro señorito para adoptar una decisión semejante.

“Rato quiere hacer saber que no es un ángel caído”

“No se trata de una cuestión de dinero”, asegura alguien con galones en Moncloa, “porque si así fuera, Botín tiene formas más discretas de ayudarlo. Rodrigo necesitaba la publicidad de esa contratación, porque para él es vital que quienes siguen teniendo mando en plaza visualicen que, a pesar de la imputación, Rodrigo Rato Figaredo no es un ángel caído, no es un apestado, y sigue en la pomada. Eso es básico para alguien tan henchido de soberbia. ¿Consultó el Santander la iniciativa? No me consta y no lo creo, porque, conociendo a Rajoy, es fácil colegir su respuesta: haga usted lo que crea conveniente. Y más en asunto que es un feo claro, casi un desafío, al titular de Economía, Luis de Guindos”. 

La periferia se deshilacha cuando el centro no ofrece un modelo de valores morales capaz de ser elogiado e imitado

Ninguna esperanza de cambio en el modus operandi de nuestras elites. “Es una forma de entender la democracia y la política en España”, en palabras de Rosa Díez (UPyD). Aceptación resignada, por tanto, de que hasta que eso no ocurra, quizá hasta que no se produzca un relevo generacional total –habría que incluir en el mismo al titular de la Corona, origen de buena parte de las corrupciones que han envilecido la vida pública española- en los puestos de mando de las empresas del Ibex, no será posible abordar esa regeneración integral de nuestras instituciones que tantos españoles sienten hoy como una necesidad imperiosa. Está por estudiar, en mi opinión, la influencia que el comportamiento de esas elites castizas madrileñas aficionadas a hacer negocios a la sombra del poder político, a las grandes casas de campo y fincas de caza, a los aviones privados, a los pelotazos, etc.-, con su total carencia de fibra moral, ha tenido en la decisión de las elites periféricas –caso del nacionalismo burgués catalán- de romper con España y crear Estadito propio. La periferia se deshilacha cuando el centro no ofrece un modelo de valores morales capaz de ser elogiado y, sobre todo, imitado.

No solo no cambian sino que, además, se permiten dar lecciones. Es el caso de Jaime Botín (77), el hermano culto de la saga, además de expresidente y principal accionista de Bankinter, que esta semana publicaba un artículo de opinión en El País, titulado “Moral católica”, en el que criticaba duramente a los responsables, en su opinión, de la "miseria moral" de nuestra sociedad, y de forma muy especial a la Iglesia Católica. Como ayer mismo hacía notar con acierto Eduardo Segovia en El Confidencial, “Botín fue pillado, junto a su hermano y los hijos de ambos, con cerca de 2.000 millones de euros ocultos en Suiza en el escándalo del HSBC, asunto que la familia resolvió pagando unos 200 millones a Hacienda para evitar ir a la cárcel. La investigación, además, reveló que dentro de ese patrimonio opaco se encontraba un 8% del capital de Bankinter no declarado, en flagrante incumplimiento de la Ley del Mercado de Valores, falta que está pendiente de sanción”. Podían, por lo menos, callarse.

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