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Política

El modelo racimo de uvas: el gran fracaso de la balcanización de Podemos

Pablo Iglesias con una bandera independentista de Canarias

Podemos es uno, pero quiso ser más de uno. Su atractivo entre 2015 y 2016 permitió sumar decenas de marcas locales activas desde hace años en el archipiélago de la izquierda alternativa al PSOE. Vieron en aquel equipo joven, liderado por Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, la palanca para llegar al poder. Y así fue. Desde Valencia hasta Zaragoza, Barcelona y Madrid, Andalucía y Castilla-La Mancha, Podemos lanzó a la sala de máquinas de ayuntamientos y comunidades a decenas de activistas políticos que, ahora, han decidido darle la espalda. 

En Vistalegre I (2014), Podemos se convirtió en partido político. El equipo de análisis estratégico y campaña, entonces liderado por Errejón, lo tenía claro. No podía seguir como movimiento, tal y como proponía la facción liderada por Pablo Echenique. Hacía falta una cúpula estatal fuerte y, tras ganar el congreso, elaboraron un modelo de organización a dos dimensiones: por un lado el verticalismo madrileño, todopoderoso y muy mandón, y por el otro las siglas locales que nacían como marcas de Podemos en el territorio, pero a los que se garantizaba independencia. Es decir, capacidad de gestionar los fondos que recaudaban en las elecciones locales.

Era el racimo de uva, un modelo semejante al del PSOE de finales de los setenta, pero menos sólido en cuando a militancia, dirigencia, cultura política, ideología y fidelidad. Tres años después, de hecho, ese modelo se ha desplomado. Las grietas del terremoto se han ido expandiendo por todo el territorio: como si se tratara de una rueda de bicicleta, el radio de la fractura alcanzan Galicia, Andalucía, el Levante, Cataluña, Zaragoza, el País Vasco, Asturias... Pero el golpe final lo dio Manuela Carmena, cuando elevó la ruptura hasta las puertas del fortín madrileño.

La 'bomba' de la España plurinacional

Desde el punto de vista organizativo, lo que ha vivido Podemos en los últimos meses ha sido una implosión previsible y en cierta manera controlada. ¿Por quién? En primer lugar por Errejón. “Desde comienzos del año pasado Íñigo no venía a las reuniones, no se interesaba por los asuntos internos y lo dejaba todo pasar”, explica una fuente de la dirección de Podemos. La elaboración de una plataforma alternativa a Podemos, que luego se conoció como Más Madrid, fraguó a partir de ese momento, con la complicidad de Tania Sánchez, ex dirigente de IU y una de la madrina de Podemos, que abandonaba el barco llevándose consigo decenas de dirigentes.

Errejón ha justificado así su marcha de Podemos: “Desde el 'Íñigo así no', se fueron estrechando mis posibilidades y no me podía mover". Ha añadido que permaneció en silencio durante "mucho tiempo" en el que tuvo que soportar "carros y carretas". En realidad, Iglesias le ofreció ser candidato a la Comunidad de Madrid y el ex número dos aprovechó ese espacio (porque sí lo tuvo) para lanzar un órdago ahí donde el partido era más débil: la solidez territorial.

El movimiento del 15-M pidió "limpiar" la corrupción de la administración, pero no descentralizar el Estado. Su exigencia fue un deseo de más igualdad, que en definitiva equivale a decir más centralismo. Podemos comprendió la fuerza rompedora del 15-M, la explosión del hartazgo, semilla de la revuelta. Pero no supo conducir el movimiento. Cuando tenía que dar sustancia política a esa indignación, desempolvó la idea de "plurinacionalidad", y perdió el contacto con ella. Ahora, es Vox que espera recoger esa esencia con una propuesta centralista y, en definitiva, igualitaria, aunque sea maximalista.

Guiño al separatismo

Tras la salida de Errejón, la fractura territorial de la plurinacionalidad (ya dentro de Podemos) estalló. Fue a finales de enero de este año. Cuadros de formaciones locales como En Marea y Anova (Galicia) o Compromís (Valencia) se descolgaron oficialmente y anunciaron que concurrirán con sus siglas a las generales y las europeas. Quieren un “grupo propio” en el Congreso y aseguran que trabajan para garantizar los derechos e intereses de sus zonas de orígenes. En Zaragoza y Asturias, Podemos está en sus horas más bajas. Casi sin cuadros, enemistados con Izquierda Unida y otra vez roto en sus siglas locales. Y queda por ver cómo acaba en el País Vasco...

Es la “España plurinacional” de la que habla Iglesias que le ha explotado en casa. Los valencianos quieren más Valencia. Los andaluces, más Andalucía. Los gallegos, más Galicia. E incluso en Cataluña, Iglesias ha tenido que recular incluyendo para las generales un plan casi independentista, lo que ha generado una fractura con los sectores de la izquierda no separatista que pronto estallará como otra bomba de relojería.

Incluso Errejón, el inspirador del modelo racimo de uva, ha abrazado ahora las tesis del regionalismo y el MadeinMadrid, que algunos dirigentes de Podemos ironizan con el “Make Madrid Great Again” (hacer Madrid grande otra vez), en referencia envenenada con el eslogan del presidente derechista estadounidense, Donald Trump

Como el Titanic

Ante el desastre, Iglesias tiene una misión: salvar a Irene Montero como relevo en el partido. Se podría hablar de Titanic, aunque el término ya lo utilizó la ministra Isabel Celaá para la campaña electoral del PSOE. El líder de Podemos está sacando las últimas energías para evitar que todo se derrumbe.

Entre una crisis de primarias y denuncias de hiperliderazgo, blinda su dirección y lo apuesta todo a las elecciones del 28 de abril. Las europeas y municipales quedan de momento en segundo plano. Aunque los suyos mantienen la confianza de que saldrán del túnel. “La marca existe y la gente la reconoce. Es nuestro punto fuerte”, coinciden varios dirigentes.

Lo cierto es que después del ciclo electoral será necesario redebatir el modelo organizativo. Y posiblemente crear mecanismos de coordinación centro-periferia más eficaces y representativos de los actuales. En ese ámbito, Iglesias deberá ceder en algo. ¿A cambio de qué? Algunos se abren a que el secretario general sume apoyos para lanzar a Montero como futura lideresa del partido, pero con una dirección más “plural”. Una tarea que, no obstante, es más fácil de teorizar que de ejecutar.

La crisis territorial ha evidenciado la traición de algunos cuadros, pero también ha dado la oportunidad a otros de señalar su fidelidad al proyecto. ¿Y sobre el proyecto y las ideas? “La batalla de las ideas se instalará sin duda después de las elecciones generales y europeas”, afirman algunos dirigentes del partido morado. En los territorios ya están moviendo ficha. Como en la antigua Roma, a veces los mejores emperadores vinieron de la periferia.

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