Quantcast

España

El 'valle de los caídos' de Rajoy: de Cospedal a Botella, de Gallardón a Pujalte

El exministro, Alberto Ruiz-Gallardón, junto al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Le llamaban, hiperbólicamente, 'el liquidador' en aquel viejo PP del País Vasco que ya no existe. Eran los tiempos de María San Gil, Ortega Lara, Santiago Abascal y tantos otros militantes heroicos. La nómina de los caídos por la causa del marianismo no ha dejado de crecer. Unos malamente sepultados, como Esperanza Aguirre, que se resiste a la evaporación, y otros en un nicho de cemento, como Ruiz-Gallardón.

El último en llegar a tan concurrido camposanto ha sido Vicente Martínez Pujalte, un hiperactivo, laborioso, ocurrente y dicharachero diputado que ha decidido irse a casa después de veinte años en el Congreso de los Diputados. Pujalte cometió el error de asesorar empresas que contratan con la Administración. Nada ilegal, pero su continuidad se hacía imposible. Esta semana anunciaba que no estaría en las listas para las generales, una renuncia bien recibida en el partido, donde episodios de este tipo se contemplan ahora como la antesala de la peste.

Sumido aún en las réplicas de la Gürtel, de los trompetazos mediáticos de Bárcenas (con filme incluido), de los ecos de las tarjetas black, de la huida interminable de Rodrigo Rato, de las revelaciones sobre la Púnica, en el PP se recibe con pánico todo lo que suene remotamente a escándalo y corrupción. Pujalte, pues, a la calle. Otro más. Se ha ido él pero le han aplaudido el gesto. No había otra.

Desde este mayo, tras el cataclismo de las autonómicas y municipales, el pelotón de los periclitados en el PP no ha dejado de engordar. Barones de enorme tradición y de reconocido peso específico han ido cayendo por la borda después de fracasar en las urnas. Luisa Fernanda Rudi, Rita Barberá, Alberto Fabra, José Ramón Bauzá... incuestionables líderes regionales cedieron sus cargos directivos y replegaron filas rumbo, mayormente, a un cómodo sillón en el Senado. Rajoy no pestañeó a la hora de sacárselos de encima. Nada de segunda oportunidad. Los perdedores, al rincón, tras asegurarles cargo y sueldo, como manda el libro de estilo del marianismo. Nunca te busques un enemigo más de los necesarios y jamás nombres a quien no puedas destituir. Son las máximas del presidente del PP, que cumple a rajatabla.

El caso de la 'lideresa'

Una gavilla de veteranos alcaldes también ha enfilado el sendero de la extinción, como Teófila Martínez, Juan Ignacio Zoido, León de la Riva y otros clásicos del poder local de los populares. Esperanza Aguirre, pese a su victoria, está en la misma situación. Aunque ella es caso aparte. Jefa de filas de la oposición municipal en Madrid, la todopoderosa lideresa mantiene aún su presidencia del PP madrileño. Génova quería un relevo rápido, como en Valencia, donde han colocado a Isabel Bonig, una política firme, dura y sin aristas, tras propinarle un sonoro patadón a Alberto Fabra, un dirigente con escasas habilidades para la política. El verano habría sido un buen momento para la sustitución de Esperanza. De hecho, en el partido ya estaba previsto y anotado. Pero la pieza de recambio, Cristina Cifuentes, necesitaba más tiempo de acuerdo con la versión de un alto responsable. El aterrizaje en la Comunidad de Madrid de la nueva presidenta está resultando impecable aunque sumamente accidentado. Y la Púnica revolotea peligrosamente por la cabeza de alguno de sus más estrechos colaboradores.

Ni rastro del aznarismo

Ana Mato, Ruiz-Gallardón y Juan Ignacio Wert son algunos de los miembros del Ejecutivo que han abandonado en los últimos meses su cita semanal de los viernes en Moncloa. Hay otros casos muy sonados, como el de Ana Botella, que se apeó en marcha de la alcaldía de Madrid fatigada por las traiciones y fustigada por sus compañeros. Ignacio González, otro caso con olor a corruptela. Pretendía la candidatura a la presidencia madrileña, donde cumplió una enorme labor como brazo ejecutor de Esperanza, pero la pifió en forma de lujoso ático delator en Marbella fue su ruina (política).

Presume Rajoy de que no es amigo de los cambios. Podría parecer cierto salvo si se echa la vista atrás y se recuerdan nombres como Mayor Oreja, Pizarro, Zaplana, Acebes y demás elementos incómodos por su alineación con el aznarismo de los que se deshizo sin pestañear. Pocos en el PP discuten la idoneidad de aquella "severa limpia" de estrechos colaboradores del anterior líder del PP. Tan sólo el hábil Javier Arenas, un democristiano astuto y guasón, ha sorteado durante lustros y sin mayores problemas la silenciosa labor del 'liquidador'.

Caso aparte en el espeso pelotón de los caídos más recientes es el de Dolores Cospedal, víctima también de una victoria electoral insuficiente en un territorio crucial, como es Castilla-La Mancha. La secretaria general mantuvo su cargo en el PP, pero no el poder. Su fiel Carlos Floriano fue destinado a un oscuro rincón en el Congreso. Aterrizaron entonces Jorge Moragas y sus cuatro jóvenes leones ('los nenes' o los 'X men', les llaman los veteranos del lugar) y ocuparon los despachos donde se toman las decisiones. El objetivo de Casado, Levy, Maroto y Maíllo, activísimos vicesecretarios generales, expertos en redes sociales, en comunicación, en márketing y en el 'buenrollismo ilustrado', pasa por resucitar a un partido sin pulso, desencantado y casi desaparecido y ganar las elecciones de Rajoy, es decir, las generales de diciembre.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.