Quantcast

España

Gallardón o el caso del falso progre que volvió a su ser

El ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, junto al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy

Se abre el telón y aparece el Rajoy de siempre, porque nada ha mejorado su puesta en escena, ni siquiera el estilo de sus trajes. Las cámaras le enfocan parapetado tras un atril sobre el que lee un papel para uno de esos días importantes del año, el del cierre del ejercicio, el día de hacer balance de un pésimo 2013 y formular promesas para un venturoso 2014, uno de esos días que cualquier político de raza aprovecharía para elevar el tono y levantar la moral, tan castigada ella, de una tropa que está esperando como agua de mayo una brizna de esperanza. Pero Rajoy, más gallina que águila, es incapaz de levantar el vuelo y está como el día, plomizo, gris, desconfiado, dispuesto a aferrarse al guion cual lapa, negado a la hora de transmitir ese rayo de contagiosa esperanza, ese canto al optimismo, esa fe en un futuro que desde hace seis años los españoles llevan en su pasado, que todo aquí es pasado, y el hombre se enfrasca en el relato del país de nunca jamás que ha dejado atrás la recesión, y habla de un 2014 “que será un año mucho mejor, con más actividad y crecimiento, con menos personas en paro”, y todo es Economía, todo referenciado a la Economía, la última frontera, la sola esperanza de este Gobierno sin rumbo que cierra un año pésimo y se encamina hacia otro cargado de incógnitas, con casi todos los frentes abiertos, pero con los españoles mucho más cansados, definitivamente hartos del esplendoroso inmovilismo de este Ejecutivo en el que tantos habían puesto tantas esperanzas.  

Hace justamente un año dijimos aquí que “existe coincidencia casi general a la hora de afirmar que 2012 ha sido el año más difícil de nuestra democracia, dureza provocada por la doble crisis: económica, que evidencia la cifra de parados, y política, que ha dañado la confianza de los ciudadanos en las instituciones y ha expandido un ambiente colectivo de pesimismo cuando no de desesperación”. Hoy podemos afirmar que 2013 no ha sido mejor, por mucho que los datos “macro” hablen de salida de la recesión y apunten a un crecimiento todavía insignificante en términos “micro” y de creación de empleo, crecimiento sometido, además, al albur de mil interrogantes. El cierre del ejercicio y las expectativas para 2014, con todo, hubieran podido ser diametralmente distintos si el Ejecutivo no hubiera cerrado el año de la peor manera posible, con varios frentes abiertos de enorme importancia, asunto achacable no a circunstancias ajenas sino a errores propios de un equipo caracterizado por su baja cualificación técnica y escasa cintura política.

Los responsables económicos del Gobierno Rajoy han demostrado ser unos gestores mediocres

El show eléctrico ha venido a retratar de cuerpo entero a los supuestos genios de un partido que presumía de saber gestionar la economía mejor que esa izquierda tan carente de expertise y tan dada ella al eslogan igualitario. Los responsables económicos del Gobierno Rajoy han demostrado ser unos gestores mediocres, a los que el envite español les viene muy grande. Lo prueba la situación de toda esa panoplia de reformas de la que este viernes presumió Rajoy y que están a medio hacer, a medio cocinar, como el propio déficit público (nuestro Estado sigue gastando 7 puntos de PIB más de lo que ingresa, porque el Ejecutivo ha sido incapaz de meter la navaja en las grandes partidas del gasto, y ahora todo lo fía a la recuperación de los ingresos), y lo acaba de refrendar el espectáculo de esa subasta eléctrica que ha venido a dinamitar el sector eléctrico, ello después de haber presumido de una reforma que apenas ha durado unos meses. Entre la estulticia propia y la capacidad de presión ajena, este Gobierno, como los anteriores, no tiene más recurso que intervenir precios, mientras la competencia brilla por su ausencia y el mercado se bate en retirada. La dura realidad es que el drama eléctrico se ha convertido en una seria amenaza para el bolsillo de las familias, verdaderos rehenes de la situación, y en un formidable obstáculo para el crecimiento, al lastrar la competitividad de la economía.

Pero si la economía, con todo, se mueve, es en la política donde el Gobierno Rajoy parece haberse instalado en el inmovilismo más atroz. Todo se ha dicho ya, o casi, sobre la personalidad de este conservador de provincias devenido en presidente por uno de esos caprichosos quiebros, dedazo incluido, de nuestra historia, antítesis de la pasión, esa cualidad que Max Weber elevaba al grado de virtud moral de la política, y cuya máxima aspiración es vivir tranquilo y entregar la estafeta al final del camino tal como se la dejaron, a ser posible un poquito mejorada por un reformismo low cost, pero que huye de los cambios como del agua hirviendo porque, uf, qué pereza, los cambios obligan a reflexionar primero y actuar después –“me obliga usted a pensar”, respondió don Mariano, perezoso, al periodista que el viernes quiso saber cuál había sido su decisión más difícil-, y todo es un lío, de modo que es mejor quedarse donde uno está, decidido, por muchas que sean las vías de agua, a permanecer a bordo de la nave mientras siga a flote.

La sorprendente capacidad del Gobierno para buscar nuevos líos

Ocurre que cuando la Policía ocupa por mandato judicial durante 14 horas la sede del partido del Ejecutivo en busca de pruebas hurtadas a la Justicia por el partido del Gobierno, ese Gobierno, que hace tiempo renunció al striptease de la verdad, está incapacitado, tal vez incluso inhabilitado para abordar la gran tarea de regeneración moral e institucional que tiene planteada España y sin la cual este país no tiene futuro, porque ni siquiera la crisis económica podrá superarse de forma cabal sin abordar al tiempo el saneamiento de la política. Lo más sorprendente, con todo, de este Gobierno tan agobiado por problemas de toda índole, es su capacidad para abrir frentes nuevos allí donde parecía no tenerlos. No quieres caldo, pues taza llena. El por qué ha decidido embarcarse en este final de año en decisiones legislativas de corte muy conservador, cuando no abiertamente reaccionarias, es todo un misterio, puesto que el argumento del guiño a la derecha más dura –el de Rajoy parece un Gobierno en búsqueda permanente de una coalición con su extrema derecha- queda amortiguado, si no descartado, por la eventual pérdida de apoyos en los sectores más centrados del partido.

La penalización en caso de malformaciones graves del feto es una imposición inaceptable para cualquier demócrata

La Ley del Aborto que promueve Ruiz-Gallardón, el falso progre (“A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan”, que dijo Chesterton) que volvió a su ser, que en realidad ha vuelto donde solía, regresado a los predios de ese falangismo donde lo ubicó su padre, se lleva la palma en el terreno de la sinrazón. Cualquiera hubiera podido esperar una decisión de este cariz en un tipo como Jorge Fernández, pero no en un personaje como Albertito, tan liberalón él en lo que a normas morales –incluida su afición a las señoras de piernas largas- se refiere. Ocurre que el aborto no es una cuestión que esté hoy en el frontispicio de las preocupaciones ciudadanas (“Más que el orden jurídico, a la República ha de importarle la realidad social del orden”, escribió Manuel Maura) agobiados como están los españoles por tantas cosas que tienen que ver con el primum vivere, y porque su penalización en el caso de malformaciones graves del feto como prevé el proyecto es una imposición inaceptable para cualquier demócrata, al margen de su ideología y de su adscripción religiosa. Con decisiones de este tenor, de rancio sabor franquista, el Ejecutivo invade esferas que pertenecen no a las creencias, sino al ámbito de las inalienables libertades individuales. ¿Dónde queda ese respeto al “interés general” del que tanto presume el señor Rajoy?

Como aconsejado por su peor enemigo, Gallardón –y el verdadero promotor de la Ley, el propio Rajoy- sirven en bandeja a la oposición un auténtico filón político con el que desgastar al Ejecutivo en este 2014 y, lo que es peor, introducen en las filas del propio PP una falla de consecuencias imprevisibles para la cohesión del partido, porque es evidente que iniciativa tan carca no puede sino encontrar resistencia en los sectores más liberales del centroderecha. A quienes, desde posiciones ideológicas variopintas, reclaman a Rajoy movimientos de calado capaces de abrir un nuevo periodo de convivencia entre españoles para los próximos 40 años, Rajoy y su entorno responden con iniciativas de corte refractario como las aludidas. La petición de cambios constitucionales es respondida por el presidente con la muletilla de Europa. Europa como burladero tras el que protegerse del riesgo del cambio. Lasciate ogni speranza en torno a una eventual apertura de un proceso constituyente. El Sistema y sus usufructuarios, con la Corona a la cabeza y los partidos dinásticos detrás, han decidido morir con las botas puestas, chapoteando en la corrupción. Lo dejó claro el propio Rey (“yo me quedo”) en su discurso de Navidad. Nada se mueve y nada se va a mover.

Pésimo final de año

El año se despide, pues, de la peor manera posible, con los destellos de recuperación económica sepultados por una crisis política que se consolida en el inmovilismo más atroz. Y eso con un morlaco como el que el secesionismo catalán ha soltado a la arena española y que este Gobierno tendrá que lidiar durante 2014. “De todas las historias de la Historia/sin duda la más triste es la de España/porque termina mal. Como si el hombre,/harto ya de luchar con sus demonios,/decidiese encargarles el gobierno/y la administración de su pobreza”, escribió Gil de Biedma. Para administrar el final de la Transición, envite donde los haya, los españoles dieron mayoría absoluta a un Partido Popular cuyo Gobierno ha demostrado no estar a la altura en los dos años de legislatura transcurridos. Nada a la vista, de derecha a izquierda, capaz de levantar el vuelo de esta sufrida España. Vale una cita del discurso pronunciado en las Cortes por Ortega y Gasset en mayo de 1932, precisamente con motivo del Estatuto Catalán: “Los nacionalismos solo pueden deprimirse cuando se envuelven en un gran movimiento ascensional de todo un país, cuando se crea un gran Estado, en el que van bien las cosas, en el que ilusiona embarcarse porque la fortuna sopla en sus velas. Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos: un Estado en buena ventura los desnutre y reabsorbe”. La tarea por delante es inmensa, pero no se advierte en derredor maestros de obra capaces de ponerla en marcha. Aunque en apariencia condenados a la mediocridad, no debemos renunciar a la esperanza. Seamos realistas, pidamos lo imposible. Feliz 2014 a todos los lectores de Vozpópuli.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.