España

Joseph, el guardia civil infiltrado en ETA al que el diario 'Egin' puso en el punto de mira

'Vozpopuli' recupera la hazaña de José Antonio Anido, el guardia civil que llegó hasta las estructuras más altas de ETA

  • Periódico dedicado a Joseph, el guardia civil infiltrado en ETA

“Me dijeron que me prepararían para infiltrarme en ETA, que sería largo, difícil; acepté el reto porque me atraía la aventura y quería ser útil para luchar contra el terrorismo”. La propuesta fue recibida con diligencia por parte de José Antonio Anido. Entonces aún era un bisoño alumno de la Guardia Civil que cursaba sus estudios en la academia de Baeza. Aunque español, llegaba tras haber pasado casi toda su vida en Estrasburgo. Hablaba mal el castellano; y algún superior supo convertir ese handicap en una ventaja letal. José Antonio dejaba de existir. Nacía Joseph: su misión, infiltrarse  sin ningún apoyo entre las filas terroristas para conseguir información útil en la lucha antiterrorista.

Nos ubicamos a principios de los años 90. ETA parecía entonces un monstruo indomable, inquebrantable en su estrategia de poner más muertos encima de la mesa. Su objetivo era claro: cuantos más asesinatos, mayor sería la presión para que el Estado se sentase a negociar sus condiciones, que siempre fueron -aunque las enmascarase en otras banderas sociales- la creación de una Euskal Herria independiente y socialista.

La obtención de información era clave. No bastaba con desarticular un comando terrorista detrás de otro, era imprescindible conocer sus entrañas para adelantarse a sus movimientos. O lo que es lo mismo, asumir una política activa, en vez de reactiva. Surgió entonces la idea de que miembros de las fuerzas de seguridad accedieran a sus estructuras internas: ese es el caso de La infiltrada, película galardonada en los Goya que narra la historia real de una agente de la Policía Nacional.

El guion de José Anido [o Joseph, según a quien se le pregunte] podría asumirse fácilmente como ficción; tal es la profusión de detalles en torno a su infiltración hasta alcanzar los más altos estamentos de ETA. Pero es él mismo quien cuenta su historia en el libro Historia de un desafío, editado por Península y escrito por los guardias civiles Manuel Sánchez Corbí y Manuela Simón. Dos tomos que relatan la evolución de un cuerpo como la Guardia Civil, con estructuras basadas en amenazas de las primeras décadas del siglo XX, a convertirse en punta de lanza mundial en la lucha contra el terrorismo.

Una cuestión de supervivencia

Además de una cuestión de defensa de la democracia, también lo era por pura supervivencia. ETA asesinó a 210 guardias civiles en cinco décadas de actividad terrorista. A principios de los años 90 volcó toda su maquinaria en poner más muertos encima de la mesa, en un contexto social convulso para el País Vasco. Hablamos no sólo del terror de los comandos, también de las algaradas de la kale borroka, del señalamiento público, la presión y la movilización en favor de la causa terrorista.

Ese era el contexto en que Joseph dio sus primeros pasos en la infiltración. “Hablaba español mal y con fuerte acento francés. Miembros de la Unidad de Servicios Especiales (USE) me hicieron una entrevista en la misma academia y me ficharon”. Su instrucción duró todo un año. Y en 1991 fue lanzado al vacío. No debía revelar su identidad bajo ninguna condición; ni siquiera ante un hipotético arresto en una operación policial, como llegó a ocurrir.

¿Cómo entrar en ETA sin levantar sospechas? Se fue al sur de Francia y empezó a actuar como un joven radical más, de los que abundaban en la región. “era un insumiso y un borroka más; fumaba porros, escuchaba reggae...”. Se inscribió en un curso de euskera en la localidad de Bayona y, poco a poco, fue tomando galones en la escuela, hasta convertirse en tesorero y ayudante de la cocina.

Desde su posición era testigo de las celebraciones cada vez que ETA mataba a un guardia civil. Poco a poco fue teniendo acceso a diversa información, que trasladaba a sus superiores de la Guardia Civil por las vías acordadas.

Entrar en ETA

Hasta que en 1994, tres años después de que comenzase su arriesgada aventura, recibió una llamada. Debía reunirse con una persona. Al presentarse en el lugar se encontró con un hombre de ojos saltones, que se identificó como Zorion. A la postre, Zorion Zamakola Ibaibarriaga, tesorero de ETA. Le pedía ayuda y que le diera cobijo en su casa. Joseph se resistió inicialmente, tal y como le habían instruido, aunque finalmente accedió.

Durante ese periodo de tiempo, Joseph tenía miedo a hablar en sueños y desvelar su verdadera identidad. Zorion era un hombre obsesivo, que no hacía ningún ruido para no despertar sospechas entre los vecinos. Ni siquiera tiraba de la cadena del váter durante el día. A menudo le pasaba documentación rota en mil pedazos al agente infiltrado para que se deshiciera de ella. Joseph tenía bolsas escondidas con otros papeles para dar el cambiazo.

La lealtad de Joseph llamó la atención de la cúpula de ETA y pronto fue reclamado para convertirse en conductor y ayudante de Mikel Albisu Iriarte, Mikel Antza, jefe del aparato político de la banda terrorista y hoy, segñun denuncia Covite, coordinador de una red de bibliotecas públicas en Navarra. El nivel de la información era del más alto nivel.

La jura de bandera

La infiltración había sido un éxito. Hasta que toda la estrategia, de la noche a la mañana, se derrumbó.

Joseph llamó a sus padres, que seguían viviendo en Estrasburgo. Lo hacía una vez a la semana. Ni siquiera ellos sabían su condición de infiltrado. Les notó algo alterados, hasta que le contaron que, unos días atrás, se había presentado en su casa un amigo de Joseph. Estuvo un rato en la casa y se marchó de forma precipitada. Describieron a un individuo de ojos saltones. No había duda. Era Zorion Zamakola.

Los padres de Joseph, orgullosos de su hijo, tenían en el salón una foto de su jura de bandera como guardia civil. Zorion debió verla y descubrió que quien creía su compañero de filas era, en realidad, un agente infiltrado. Joseph, que volvía a ser José Antonio Anido, preparó cuatro cosas y se marchó de su vivienda en Bayona. “Al salir de casa observé un vehículo que me vigilaba, eran ellos. Creo que no estoy muerto porque detectaron la seguridad que me daba mi unidad y no tuvieron ocasión de hacerlo. Cogí un avión con destino a Bruselas”.

El episodio sacudió los cimientos de la banda terrorista. ¿Cómo era posible que un txakurra [perro, en euskera, palabra empleada por ETA y su entorno para referirse a policías y guardias civiles] se hubiese infiltrado en la banda terrorista? No sólo eso, si no que hubiese llegado tan alto, hasta ser la mano derecha de Mikel Antza. Era momento de hacer balance de daños, analizar la información a la que habría tenido acceso el agente infiltrado. Y, también, de cobrarse su venganza.

“Eta descubre un topo”. Con ese titular, en mayo de 1995, Egin ponía a José Antonio Anido en el punto de mira. Lo hacía con una fotografía del protagonista en la que se le identificaba sin margen de duda. El agente infiltrado se vio obligado a mantener su clandestinidad, hasta la actualidad, aunque por razones bien diferentes a las que le llevaron a penetrar en las filas de ETA.

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