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Gary Cooper, solo ante el peligro y sin libros de autoayuda

El protagonista de 'Solo ante el peligro', la película dirigida en 1952 por Fred Zinnemann, representa los valores de un tiempo que ha quedado engullido por la premura del 'like' y el aislamiento de los individuos

Gary Cooper en 'Solo ante el peligro' / Foto de archivo.

Si 'Solo ante el peligro' (1952) estuviera ambientada hoy, los cuatro malvados pistoleros que acuden a un pueblo a matar y sembrar el caos hubieran pillado a Gary Cooper viendo Netflix. Los esquiroles del deber no se refugian ya en la taberna, o en otras excusas, hoy prefieren Instagram o la nueva serie de Amazon. La evasión se construye ya, día a día, en casa.

Por eso digo que hasta el propio Gary Cooper se habría contagiado de los tiempos del narcisismo, y hubiera preferido Netflix a tener que molestarse en patear el culo a cuatro de los peores bandidos del país. La película de Fred Zinnemann 'Solo ante el peligro' se ha quedado vieja, y no precisamente por el portento narrativo que supone.

Al margen de resultar uno de los mejores western de la historia, y una película de esas que hacen a uno recuperar la fe en la humanidad, representa unos valores que han quedado en desuso, anticuados como el tabaco de mascar o llevar a una cita al cine. ¿Imaginan algo así en los tiempos del Tinder?

'Solo ante el peligro' cuenta la historia del sherif Will Kane (Gary Cooper), que el día de su boda con Amy Kane (Grace Kelly) recibe la noticia de que han absuelto al criminal Frank Miller (Ian MacDonald), un hombre que juró matarlo. En la estación de tren de Hadleyville, lo esperan otros tres amigos de la banda (uno de ellos interpretado por Lee Van Cleef, una de las personas con más cara de malo que alguien se puede encontrar).

Juntos tratarán de matar a Kane y sembrar su no-ley en el pueblo. Ante esta situación, el personaje de Gary Cooper cancela sus planes de boda, se enfunda el traje de sherif y se dedica a buscar compañeros que puedan ayudarlo a frenar a estos cuatro piezas. Por el título de la película es fácil deducir hasta dónde alcanza el éxito con esta tarea.

En un principio, Kane accede a los deseos de su mujer y empieza a alejarse del pueblo. Sin embargo, a mitad de camino frena y da media vuelta. La única explicación que da es que es su deber. No puede abandonar el pueblo en esos momentos.

Gary Cooper es el fiel reflejo de la ética kantiana, un comportamiento que está bien rememorar en las películas pero que no puede resultar más anacrónico. Las dos máximas que sostienen la ética de Kant son que “el hombre es un fin en sí mismo” y que debe actuar “como si su comportamiento pudiera ser tomado como ley universal”.

En 'Fundamentación de la metafísica de las costumbres', Kant es tan exigente a nivel moral que considera que incluso una buena acción carece de valor si no ha conllevado sufrimiento. Las acciones de alguien inclinado a obrar bien tendrían menos valor que las que suponen sacrificios.

Kane, que comparte inicial con el filósofo prusiano, se queda en el pueblo el día de su boda porque es su deber. Porque se olvida del yo y actúa siguiendo lo que marcaría la ley universal. Si todos escapásemos de nuestros problemas, si rehuyéramos la lucha contra el mal, ¿qué mundo nos quedaría?

La excepción del borracho y el niño

Pero el personaje de Cooper está solo ante el peligro, porque pocos siguen una ética del deber como la suya. Es más, en su búsqueda de aliados para formar un equipo que haga frente a Miller y los suyos, Kane no encuentra más que escusas y egoísmos.

La única excepción es la de un borracho y un niño. De todo el pueblo, son los únicos dispuestos a arriesgar su vida por un bien superior, y no es baladí. Quizá haya que estar completamente ebrio, o tener la inocencia de un niño, para atreverse con algo tan poco provechoso como sacrificar la vida por lo que es bueno y justo.

Es pura ética kantiana. Las cosas deben hacerse porque deben hacerse, no por sus consecuencias. Algo de lo que estarían en contra Aristóteles, Epicuro, Zenón de Citio o los utilitaristas modernos.

Pero el sherif no ha necesitado leer a Kant, ni a Aristóteles, ni a ningún otro para sentirse interpelado por lo que debe hacer. Como pensaba Wittgenstein, no sabemos fundamentar muy bien la ética, pero sabemos que nos dirige a algún sitio.

En una sociedad tan inclinada al ombliguismo como la actual, es harto difícil encontrar ejemplos como el del protagonista de 'Solo ante el peligro'. Para actuar como Kane, hay que olvidarse del Yo, y eso, hoy en día, es como luchar contra los dioses del Olimpo.

Es por ello que vivimos un mundo donde los libros de autoayuda son los más vendidos. 'El humor de mi vida', de Paz Padilla, y 'Sin miedo', de Rafael Santandreu, son los más vendidos de no ficción ahora mismo en Casa del Libro. Como anticipa Lipovetsky, el hoy nos invita a encerrarnos en nosotros mismos, a hacernos creer que no necesitamos nada de los demás, cual estoicos, que con cuatro likes tenemos el día resuelto... Pero a su vez descubrimos que el Yo es el vacío, la nada.

Esta semana, la filósofa Adela Cortina presentaba en la Meta Librería su último libro, 'Ética cosmopolita', donde aboga por pasar de “la masa al pueblo”, por dejar de ser individuos disociados en sociedad. Solo así nos preocuparíamos por “la cosa pública”.

Lo que sugiere Cortina es complicado. Es algo que ya intento Gary Cooper en 'Solo ante el peligro', pero a su alrededor todo fue masa. Eso sí, no verán al sherif Kane leyendo libros de autoayuda, cosa a la que probablemente necesitarán recurrir los que optaron por la comodidad del vacío, al riesgo de lo trascendente.

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