Lavapiés, principios de los 2000. El germen de los movimientos antiglobalistas se abría paso en España desde el sur de Madrid. En El Laboratorio, construcción emblema de los colectivos okupa de la época, la Policía Nacional infiltró a David (Alfonso), un novato recién salido de la Academia de Ávila que aún no había pisado una comisaría ni había firmado una comparecencia. El encargo del Ministerio del Interior, primero con Jaime Mayor Oreja y después con Mariano Rajoy a la cabeza, era claro: obtener, en tiempo récord, la máxima información posible sobre estos antisistema que ya hacían estragos por todo el mundo.
El periodista Daniel Campos, después de trabajar en varios medios y ser Director de Comunicación en Interior, plasma en el libro Guerrilla Lavapiés la historia real de Alfonso, de quien se enamoró "narrativamente" por ser uno de esos policías que, quizás por "inconsciencia testosterónica", acepta el encargo de llevar una doble vida. En su nueva faceta de perroflauta de Lavapiés, David (su nombre de infiltrado) se alista como "soldado" de un joven con coleta y dotes de líder llamado Pablo Iglesias, del que informa a sus superiores en sus minuciosos informes. "Pablo Manuel Iglesias Turrión. Nuestro activo ha identificado a esta persona como el principal cabecilla del movimiento antiglobalización en Madrid, y es muy interesante", trasladaba un mando policial al ministro Mayor Oreja tras el primer chivatazo.
Un beso en los labios tras una heroica actuación de David en una manifa inicia la estrecha relación entre ambos, que se cierra 15 años después con un tenso y fortuito encuentro en el funeral de Estado por los policías asesinados en Kabul, al que asistió Iglesias ya en calidad de candidato a la Presidencia del Gobierno. A día de hoy, Alfonso, con quien Campos ha pasado horas para empaparse de su historia, mantiene esas "aptitudes" que le convertían en un "muy buen candidato" para un servicio de Información. "Es muy echado para adelante, pero luego es un tío muy madrileño, un poco macarilla, y con una inteligencia muy intuitiva". Quizás fueron esas dotes las que también entusiasmaron a un Pablo Iglesias que a principios de siglo sembraba el germen de lo que años después sería el Movimiento 15-M.
El Ministerio del Interior estaba alarmado por la expansión de los antisistema que habían tenido su máximo apogeo en la bautizada como contracumbre de la OMC en Seattle. Alfonso, vecino de Lavapiés como el autor, era un "mirlo blanco" de la Policía para adelantarse a los movimientos de los grupos de extrema izquierda en Madrid. "El objetivo era conjurar el miedo que estaba recorriendo la mitad del mundo occidental en la época", destaca Daniel Campos. Y en esas, llegan "de rebote" a Pablo Iglesias, al que ya habían señalado por sus vínculos con la Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos, que "coqueteaba" con la izquierda abertzale.
Sin embargo, a su llegada al poder nadie, ni siquierda el exministro Rajoy, lo relacionó -o eso cree el autor- con ese coletas con aires de embaucador del que había informado la Policía Nacional en los 2000, aunque por entonces "ya tenía muchas de las aptitudes y de las capacidades que le han llevado donde le han llevado", apostilla Campos. El periodista ha enviado a Iglesias un ejemplar del libro que ha hecho "con todo el respeto" por la historia de Alfonso y una "profunda investigación" de aquellos movimientos.
El después de los infiltrados
Los casos de policías infiltrados están de rabiosa actualidad por la denuncia de distintos movimientos sociales y la revelación de la identidad de los agentes que se hicieron pasar por militantes. Ahora, sus identidades reales recorren las redes sociales, con el riesgo que conlleva para su integridad y su labor como agentes del orden. En el caso de David, Daniel Campos cuenta que cuando en Lavapiés se supo que era policía, se empapelaron las calles del barrio con su cara. Afortunadamente, su extracción como infiltrado fue satisfactoria y la historia, al contrario que muchos otros casos, "acabó bien". Alfonso se pudo reincorporar a la Policía como agente de las Unidades de Intervención Policial (UIP), los mismos antisiturbios a los que había plantado cara como un "soldado" más de Pablo Iglesias y los suyos.
Dos décadas después, Alfonso recuerda aquellos años en los que informó de sus "amigos" como una experiencia enriquecedora, aunque "traumática" en sus últimos coletazos, cuando daba banzados por Lavapiés mientras no se sentía respaldado por sus superiores. Después, "no ha tenido ningún tipo de problema a la hora de reconstruir su vida", explica el autor. Otros infiltrados, en ese papel encajado en un "limbo legal", no han tenido tanta suerte y han sufrido "dificultades para conciliar el pasado" durante el resto de sus vidas. Alfonso, o David, puede mirar atrás con orgullo mientras viste el uniforme de la Policía Nacional.
m_kina_
17/03/2025 20:30
Me imagino a Rata Chepuda de guerrillero. Limpiandoles las botas.
ingmarpepe
19/03/2025 09:35
Y nada más entrar en el gobierno pidió a Sánchez ser miembro del Consejo del CNI. Para saber a quien mas de los suyos estaban vigilando.? O para algo peor? Basura.