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España

Decimoprimera semana del juicio del 'procés': Un mal aliado llamado la CUP

No hay señal, hace tiempo Venus se apagó. La nave del Tribunal Supremo avanza perdida en el tiempo sin noticias del mundo exterior, afanado estos días en otras urgencias. En el convento de Las Salesas el silencio de Rivera cuando pregunta a Sánchez por los indultos se rompe dando paso al siguiente testigo. El juicio del siglo había girado durante las últimas semanas en círculos concéntricos sobre una sucesión de relatos casi idénticos de agentes policiales. Uno tras otro venían a confirmar lo que dijeron antes sus superiores. Y antes que ellos, sus propios informes, que ya obraban en el sumario.

Pese a todo, los tripulantes de la nave siguen afanados como el primer día en busca de cualquier contradicción o novedad que sirva para apuntalar estrategias o titulares. Dentro del Tribunal Supremo, como en la casa de Gran Hermano, todo se magnifica.  “¿Ese policía ha dicho que les llamaban perros de Rajoy? Apúntalo, que ese insulto es nuevo”. Se cotiza al alza la inclusión de nuevos términos al glosario del 'procés', que empezó por rebelión, subió hasta “insurrección” y acabó en “odisea”, según los uniformados.

La undécima semana ha cambiado el tono con un menú más variado de testigos y ha servido como radiografía perfecta de lo que fue el 'procés', un intento de tragedia griega que se quedó en puro costumbrismo con más perdedores que héroes. A la sala de vistas volvieron los políticos en plena recta final de la campaña electoral donde el lado humano de los dirigentes se vende al peso. En ese sentido, el Tribunal Supremo se reivindicó como un escenario más propicio que la casa de Bertín. Declararon concretamente los cargos que se subieron a los botes salvavidas en pleno hundimiento. Enmarcaron sus dimisiones en motivos personales, hablaron de sus hijos, alegaron el deseo de volver a sus vidas. En realidad lo que estaban diciendo es que tuvieron miedo.

La duda sobre los Mossos 

Si de los primeros dos meses se podía extraer que los mandos de los Mossos habían salido airosos tras ofrecer en bandeja a Puigdemont, una sola intervención bastó para devolver sobre el Cuerpo la sombra de la duda. Allí apareció un tal "Albert" con canal de YouTube propio y ganas de fama, que pedía ser presentado por su nombre y no por su número de carnet profesional de la policía autonómica. Si no, en el pueblo nadie se iba a creer que hubiese estado ahí, le faltó decir.

Marchena es un juez al que no le hace falta gritar para hacer notar con nitidez que su paciencia tiene un límite. Le vio venir y le recomendó no confundir el escenario. Y así, de un plumazo, Albert aparcó la performance que traía ensayada de casa. Uno se viene arriba ante el espejo del baño y se vuelve muy pequeño ante la grandeza del Estado de Derecho como ya demostraron antes algunos de los acusados. ¿Quina República? Todo era simbólico. Pero la actitud de este mosso, que gusta de hacerse fotos con la senyera, jura lealtad al presidente huido y aspiró a un puesto de la ANC, obliga de nuevo a preguntarse si es un friqui o la expresión de un sector importante del Cuerpo que sigue ahí para contradecir la imagen constitucional que defendió Trapero.

Ahora las defensas de los acusados buscan la remontada llamando a sus testigos para dibujar un escenario idílico que en ocasiones linda con el falso testimonio. Y todo iba más o menos bien hasta que su plan volvió a tropezar con la piedra de la CUP, el partido que orilló a Mas, luego entronizó a Puigdemont a condición de un referéndum, luego azuzó la calle al grito de “¡botiflers!” para disuadir a la Generalitat de su idea de convocar elecciones y finalmente forzó a aquella declaración de independencia que ha acabado en el Supremo sin nadie de los suyos sentado en el banquillo. La CUP siempre se va sin pagar.

"Murallas humanas"

En las primeras sesiones, los acusados esperaban el testimonio a favor de dos miembros de la CUP. Pero se negaron a responder a la acusación popular que ejerce Vox y se fueron con un titular y una multa -que no van a pagar ellos-. Esta vez fue David Fernández, aquel que amagó con lanzarle una sandalia a Rodrigo Rato en el Parlament, pero luego en cambio se mostró suave con Pujol y su mujer.

David Fernández el día que amenazó a Rato y cuando recibió a Pujol

En su declaración en el Supremo, el que fuera diputado de la CUP, eligió las palabras minuciosamente, algo habitual en los testigos, que suelen buscar sinónimos a términos muy señalados como violencia, agresión, cargas… Una forma de no mojarse, empezando por el lenguaje. Usan alternativas como tensión, altercados, intervenciones...  Las palabras son importantes, como advirtió el personaje del maestro que encarnó Peter O'Toole en El último emperador de Bertolucci.

Eso lo sabe bien David Fernández, periodista, que lejos de huir de las palabras calientes fue directo a por ellas y le regaló a la Fiscalía que, efectivamente, formaron “murallas humanas” en los colegios el 1-O para "resistir" ante la acción de la Policía. Justo ese es el término que usan desde el Ministerio Público para defender la rebelión y que la Generalitat lanzó a los ciudadanos como escudos. Para cuando quiso explicar en qué consiste la resistencia no violenta, ya era tarde.

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