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España

Valentina, la niña de la posguerra en el hotel de la covid-19: “La vida me ha recompensado”

Valentina en su habitación del Hotel Ayre Colón

Valentina integra esa generación de mujeres que parieron España después de la guerra civil. Nació en un pueblo de Extremadura a 30 kilómetros de Don Benito en 1939, “el año del hambre”. Cuatro hermanos y una familia que lo había perdido casi todo. Hoy, con 81 años, se recupera de la covid en uno de los hoteles medicalizados de la Comunidad de Madrid tras pasar por el hospital de Ifema. En solo unos días podrá volver a casa. Su enfermera Luisa le dice que estará curada, pero ella no se fía. Dice que aun así dejará pasar un tiempo hasta abrazar a los suyos: “No consiento que venga mi hijo a cuidarme y se contagie”

Para llegar hasta Valentina hay que recorrer todo el pasillo de la tercera planta del Ayre Gran Hotel Colón de Madrid. Cada habitación tiene un papel pegado en la puerta con el nombre del paciente como si fuese un camerino. Han cubierto la moqueta con un plástico que se lava todos los días. Hay una zona en la que ese aislante se ha roto y el producto desinfectante ha desteñido la alfombra. “Hay que apuntarlo para que lo pague la Consejería”, indica el doctor Escalante, uno de los artífices de convertir este lugar en un hospital en 48 horas.

Un fonendoscopio cuelga de un cartel que indica la dirección de las habitaciones del hotel

Por su edad, Valentina integra uno de los llamados colectivos de riesgo. Según los datos del Ministerio de Sanidad, la pandemia ha matado a 7.086 personas de entre 80 y 89 años. Eso supone un 41 por ciento del total. 3.089 son mujeres como ella. Cuando las noticias sobre el virus empezaron a invadir los telediarios, ella escuchó que estaba entre las más vulnerables. Y que se estaba dejando morir a la mejor generación del país. “Lo que tenga que ser que sea”, se dijo. Luego llegaron los dolores de cabeza. Pero lo achacó a lo mucho que había llorado esos días la muerte de un familiar cercano. Así hasta que una mañana se levantó a hacer la cama y descubrió que no tenía fuerzas para permanecer de pie. 

La ingresaron en el Hospital de Leganés y las pruebas le daban negativo a pesar de presentar los síntomas propios de la enfermedad. Fue a parar a Ifema, donde los hospitales derivaron a los pacientes más leves con el fin de liberar camas y recursos para los casos más graves. Califica su paso por los pabellones del llamado hospital milagro como una experiencia “maravillosa”. “Lo tengo grabado y no se me va a olvidar en la vida”. Dice que le ha servido para encontrarse con una generación de jóvenes que daba por perdida. “Pensaba que los chicos de ahora iban a su aire, pero esos nietos y esos hijos van a seguir nuestra estela”, confía.

Alberto, R0 en el hotel hospitalizado

La necesidad ha obligado durante la pandemia a movilizar y contratar a muchos sanitarios recién salidos del horno o directamente a medio hacer. Esta ha sido su primera gran experiencia profesional. Alberto es médico residente en este hotel hospital. Con 25 años, podría ser el nieto de Valentina. Le sorprendió la pandemia justo antes de elegir especialidad. Se decanta por urgencias o medicina intensiva (la UCI). Dice que estas semanas le han reforzado su vocación. Son ocho novatos como él en el Hotel Gran Colón. La mitad estudiaron juntos. Tienen un grupo de WhatsApp que se llama “R0 Team” y el emoticono de un bebé.

Valentina ha dejado el periódico sobre la cama. Es el ABC del jueves pasado y está doblado por la página en la que un titular informa de la detención por tráfico de armas de un exmilitar. Aprendió a leer ella sola cuando llegó a la capital con 19 años a servir en la casa de un periodista deportivo. “Tenía estanterías llenas de libros y yo los devoraba, ¡los devoraba! Fui mi propia maestra”. Agonizaba el Madrid de los 50 y la década del desarrollismo se abría paso en una España todavía en blanco y negro. “Llegábamos las chicas -habla en plural- a Madrid a limpiar en las casas. Había mucho trabajo, tanto que si alguno abusaba nos íbamos a otra casa. Y abusaban, teníamos que limpiar pisos enormes de rodillas”.

“La vida me ha recompensado con creces”, afirma. Y la vida de Valentina no ha sido precisamente un camino fácil. Su abuela era de buena familia, tenía tierras y dinero. Pero se casó con un hombre al que “le gustaban mucho las mujeres, el vino y el juego”. Y en esas partidas regadas del alcohol el abuelo lo fue perdiendo todo, también las tierras de su esposa en un tiempo en el que la firma de una mujer sobre una propiedad no valía nada. 

En unas fiestas patronales de su pueblo conoció a un joven emigrado al País Vasco con el que se ennovió: “Nos enrollamos, como dicen los jóvenes”. Su nombre, Aureliano, se revela ahora como el preludio de una vida de realismo mágico. Se convirtió en su marido, pero el matrimonio duró apenas seis años. Valentina enviudó joven. Le dejó un hijo -que llama tres veces al día para saber cómo está su madre- y una furgoneta recién comprada. Así que Valentina dejó las casas para ganarse la vida vendiendo en mercadillos: “La furgoneta me llevaba”.

Valentina nació en 1939, en "el año del hambre"

Ahora mata las horas en soledad viendo El Programa de Ana Rosa. Dice que es el que más le gusta aunque no le interesan “los cotilleos”. Tiene en la habitación un teléfono fijo y un papel con cuatro dígitos pegado en el cabecero. Comunica con las enfermeras. También tiene su teléfono móvil, un modelo vetusto sin conexión a internet. En el hospital cuentan con varias tablets para que los pacientes puedan hablar con sus familiares por vídeo llamada. También una adaptada para sordos y una traduce en varios idiomas.

Hay dos camas, pero prefiere no compartir habitación. Encima de la mesa de Valentina hay unas flores y un paquete de bombones por el día de la madre. Además el hospital se puso en contacto con todos los hijos para que mandasen un vídeo personalizado.

Las enfermeras sorprendieron a las madres pacientes con un ramo de flores de papel y una caja de bombones en el día de la Madre

Por ese lugar han pasado 450 enfermos. El pico más alto fueron 155 a la vez, con 112 habitaciones disponibles a lo largo de nueve plantas. Ahora la situación se ha relajado mucho. Quedan 38 enfermos y este lunes ha ingresado uno más, un sanitario del hospital de La Princesa. Será el último que reciban y en dos semanas calculan que se habrán dado de alta a todos. El hotel lleva desde el 19 de marzo funcionando como un apéndice del Hospital Gregorio Marañón y hubo que unificar el sistema informático y todas las bases de datos.   

El doctor Martínez Sala está a caballo entre ambos lugares. Estuvo ingresado grave por Covid-19. Volvió a las dos semanas de que le diesen el alta hospitalaria. Tiene otros dos hermanos médicos también en la primera línea de lucha contra el virus. Uno es jefe de servicio en La Paz y el otro, jefe de servicio en Neumología del Hospital Clínico. Comenta que lo peor es la sensación de soledad que invade a los pacientes con los que hay que limitar el contacto por precaución. Coincide con la doctora Vázquez Piñeiro quien vaticina que se emocionará el día que salga por la puerta del hotel para no volver: “Ha sido muy duro”.

Los doctores Álvarez-Sala, Escalante Cobo y Vázquez Piñeiro, coordinadores del hotel hopitalizado

Han sido semanas viendo y escuchando historias personales trágicas. Matrimonios rotos por la pandemia después de décadas juntos. También algún incidente como el de un paciente con trastornos mentales que se escapó y tuvo que volver al hotel cuando su familia no le permitió entrar en casa hasta que no hubiese riesgo de contagio. También ha sido duro para la plantilla de enfermería como confirma un cartel en su zona de descanso que anuncia los horarios de terapia de grupo y apoyo emocional. Psiquiatras del Gregorio Marañón también han prestado servicio en el hotel.

Esta niña de la posguerra que llegó a Madrid para limpiar casas sin saber leer celebra la vida. No se refiere a haber esquivado la pandemia más grave que se recuerda desde hace un siglo, sino a su proyecto vital, su hijo: “Todo lo hice por él, porque no le faltase nada”. Hoy tiene dos carreras y le ha dado dos nietos. Tienen seis y ocho años, apasionados del fútbol y del Leganés. Dice que le quieren mucho y que lloran cada vez que se van de casa de la abuela. Ya falta menos.

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