La crisis de 2017 no se limitó a polarizar a la sociedad catalana. En ella, también emergió la figura del 'equidistante', que se caracterizó por una ambivalencia que —con independencia de la legitimidad de su postura— evito a sus partidarios las consecuencias sociales de posicionarse con nitidez a favor o en contra de la secesión. Para algunos, un ejemplo de está categoría lo representa en la actualidad el director general de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluis Trapero, al que el Ejecutivo de Illa situó en el cargo hace casi seis meses y cuya ambigüedad política frente a la cuestión territorial le ha evitado críticas frontales del secesionismo y del constitucionalismo —si bien, no se ha librado de un sutil recelo por parte de ambos bloques—.
De hecho, el anuncio de su nombramiento —adelantado ya durante la campaña de Illa— suscitó cierto estupor en el resto de partidos. Como es sabido, Trapero fue elegido "mayor" de la policía catalana en pleno 2017 y fue arropado por Carles Puigdemont, con quién había compartido un año antes una célebre paella en la casa de Cadaqués de Pilar Rahola junto a otros rostros conocidos del separatismo. Poco después, tuvo que afrontar una situación tan difícil como el atentado yihadista de las Ramblas. De hecho, fue en una de las ruedas de prensa a raíz de la masacre cuanto Trapero espetó a un periodista que no entendía el catalán su famosa frase: "Buenos, pues molt bé, pues adiós".
Dos meses más tarde, lidió con la celebración del 1-O, siendo cesado por el 155 y absuelto en 2020 por la inacción del cuerpo ante el referendo ilegal. Rápidamente, fue restituido por Quim Torra pero apartado un año después por Pere Aragonès, que no ocultó su incomodidad con Trapero —en los juicios del 'procés', renegó de las "barbaridades" que comportó—.
Perdona al 'mosso' que ayudó a Puigdemont
Esta dualidad también ha estado presente en su nueva etapa. Por ejemplo, aunque Trapero llegó la jefatura política de los Mossos para limpiar la imagen del cuerpo tras la fuga de Puigdemont en pleno centro de Barcelona, decidió el pasado enero levantar la suspensión de empleo y sueldo al Mosso investigado por ayudar al 'expresident' en su fuga. Concretamente, el agente es propietario del automóvil blanco con el que Puigdemont huyó del Arco del triunfo. Y aunque Trapero aseguró que el papel desempeñado por este Mosso supone una "traición al deber y al compromiso" del cuerpo, se avino a aceptar la propuesta de sus defensas de permutar la suspensión por un traslado de comisaría. Una petición que, en su momento, fue denegada por Asuntos Internos.
No obstante, aunque seguramente por razones pragmáticas, Trapero llevó a cabo en noviembre pasado una limpieza en el cuerpo fulminando a todos los jefes cercanos a Esquerra Republicana y construyendo su propio equipo. Significativamente, entre las reincorporaciones se contó la Toni Rodríguez, defenestrado por los republicanos y responsable de investigaciones incómodas para el separatismo como las de la corrupción de Laura Borràs, el 3% convergente o el escolta ilegal de Puigdemont —que se saldó con la condena del 'exconseller' Miquel Buch, luego amnistiado—.
En esta misma línea, Trapero desmontó a finales del mes pasado las teorías de la conspiración alentadas por el separatismo sobre los atentados del 17-A, que sostienen que el Gobierno español orquestó o permitió los crímenes para frenar el 'procés'. Durante su intervención en la Comisión de Investigación —una cesión de Sánchez a las fuerzas independentistas— el director de los Mossos agradeció la "leal" colaboración del CNI y reveló que el centro informó a la policía autonómica de sus contactos con el Imán de Ripoll tras los atentados. Asimismo, lamentó que las teorías conspirativas, que "no hacen ningún favor a las víctimas". Con todo, reseñó que las relaciones con la Policía o la Guardia Cívil fueron "francamente mejorables", dado que a estas fuerzas "siempre" les había "costado entender" la singularidad catalana.
Falta de reflejos
Por lo demás, a las críticas por estos ejercicios de equilibrismo, se le han sumado estos días reproches por su falta de reacción a la escalada de episodios violentos que ha vivido Cataluña. Y es que, tras el tiroteo masivo de 150 disparos que tuvo lugar en el barrio de la Mina, en Sant Adrià del Besos, Trapero negó que el barrio estuviera "fuera de control" y optó por "soluciones sociales" a largo plazo. "Esto no se arregla con dos furgonetas de los Mossos y 15 agentes de la ARRO [cuerpo dedicado a situaciones delicadas]", sentenció. Sin embargo, la oposición —en este caso, los 'populares'— recordó que los Mossos tardaron "25 minutos" en aparecer tras el tiroteo. Y que una decena de casos en los últimos meses se han saldado sin detenidos.
De la misma manera, la actitud de Trapero ante la ola de homicidios sufrida este febrero —que han sorprendido por unas características violentas poco habituales en España— también fue criticada por expeditiva: atribuyó los crímenes a "discusiones mal resueltas" y mantuvo que no eran "indicadores de nada". Un Trapero, pues, lejos de aquel cuyas acciones eran reverenciadas —con razón o sin ella— por la mitad de los catalanes.