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España

De Reyes y Príncipes, o antes que pasen cinco años

El jueves 23 de febrero hubo cena en el Palacio de La Zarzuela. Podía haberse tratado de una cena informal, en una noche cualquiera, de una familia normal. Pero esta familia es hoy cualquier cosa menos normal. Hablamos de la Familia Real española, un grupo humano dividido, casi roto, desde que estallara el “caso Urdangarin”, que en los últimos meses se ha visto sometido a una tensión sin precedentes. Tan  fuerte ha sido la tormenta, tan aparatosa, que las grietas –conocidas por una pequeña elite- que desde hace tiempo se advertían en la convivencia, se han convertido hoy en socavones imposibles de soldar. En torno a la mesa se sentaron los Reyes Juan Carlos y Sofía, sus tres hijos, Elena, Cristina y Felipe, y el yerno del Rey y marido de Cristina, Iñaki Urdangarín, un hombre que 32 horas después se iba a enfrentar a la mayor prueba de su vida: recorrer a pie y ante un enjambre de cámaras los 200 metros que separaban su utilitario de la puerta de los juzgados de Palma donde iba a prestar declaración ante el juez Torres, instructor del “caso Palma Arena”. No fue invitada la princesa Leticia.

En la Casa se había ponderado la conveniencia o no de que Iñaki y Cristina se hospedaran en La Zarzuela nada más aterrizar en Madrid procedentes de Washington. Rafael Spottorno pidió consejo a gente diversa. Acogerles en Palacio equivalía a recordar lo obvio a los ojos del común: su condición de hijos del Rey de España, lo cual venía a arruinar la estrategia diseñada por Zarzuela tendente a establecer un cortafuego capaz de aislar la figura del Monarca del escándalo urdido en torno al Instituto Nóos. Voces sensatas aconsejaron al jefe de la Casa comportarse como lo haría un padre normal con su hija: mandarlos a un hotel supondría expandir la figura del Rey como el progenitor sin entrañas, corazón de hielo que reniega de su hija en momentos de adversidad. El malo malísimo del culebrón venezolano.

Él siempre creyó no haber hecho nada que no hubiese visto hacer antes en casa de su suegro

Hasta que el Monarca, en un arranque de genio, decidió cortar por lo sano el 12 de diciembre pasado, el comportamiento de Urdangarin estuvo presidido por la facundia del personaje que se cree al margen de la ley, protegido de la humana Justicia, más allá del bien y del mal. Él siempre creyó no haber hecho nada que no hubiese visto hacer antes en casa del suegro. Durante semanas pasó olímpicamente de las llamadas de apremio que le llegaban  desde los aledaños del monte del Pardo. Madrid quedaba demasiado lejos de Washington. Hasta que la situación se pudrió de tal forma que Spottorno se vio obligado a representar la “ópera del cortafuegos” denunciando urbi et orbi la conducta “no ejemplar” del yerno del Rey. Aquello dejó al balónmanista visto para sentencia a los ojos de la opinión pública. Arrojado a las tinieblas, lejos del paraguas real. Pero, ¿y la hija?

Lo ocurrido colocó a Cristina en un punto de no retorno. Muy enamorada de su marido, al decir de los enterados, la Infanta nunca ha tenido duda de que su papel está en mantenerse al lado de su esposo, apoyar a su esposo, convirtiéndose en paño de lágrimas del padre de sus hijos. Las relaciones con su padre  han empeorado hasta casi desaparecer. Por los rincones de Palacio se comenta la conversación telefónica mantenida por don Juan Carlos con su hija tras el famoso 12 de diciembre, para explicarle las imperiosas razones que le habían llevado a condenar a Iñaki al averno, porque entenderás, hija mía, que unas veces tenga que llamarte como padre y otras, en cambio, hacerlo y comportarme como Rey y jefe del Estado, de acuerdo con mis obligaciones constitucionales…

-Ya, ya, y ahora… ¿me estás llamando como padre o como Rey de España?

Y dicen que el Monarca le colgó en un gesto de furia. En cuanto a su hermano Felipe, la relación ha desaparecido: Cristina cree que “esto nos lo han montado desde dentro…”. El trato del Rey con el resto de sus hijos no es mejor, con la excepción, quizá, de la infanta Elena. La existencia en la vida privada de don Juan Carlos de la así llamada princesa Corina Sayn-Wittgenstein, un asunto ya casi del dominio público por más que siga siendo tabú para los medios, se ha convertido en un punto de fricción insuperable que nubla las relaciones entre el padre y sus hijos, que en buena lógica lamentan el castigo que esa presencia supone para la figura pública de su madre, la reina Sofía. Ya antes de verano pasado, Elena y Cristina acudieron al despacho del Rey para plantear a su padre una queja formal. Despedidas con viento fresco, la visita volvió a repetirse días después, pero esta vez con el Príncipe al frente. Fue un encuentro agrio, porque Felipe elevó el punto de mira sacando a relucir el futuro de la Institución y el eventual daño que para el mismo podía entrañar determinadas conductas privadas, pero el Rey se revolvió cual toro acorralado colocando la pelota al tejado del Príncipe, a cuenta de su matrimonio con Leticia Ortiz.

Frías relaciones entre padre e hijo

De modo que la cena fue fría tirando a gélida, aunque de allí salió la decisión de animar, conminar a Iñaki, a mostrar el gesto gallardo de renunciar a la entrada en los juzgados de Palma por la puerta de la vergüenza, dando la cara ante los medios. La vida de la Familia Real semeja en mucho al archipiélago sin otra cosa en común que el agua que circunda la soledad de sus islas. Con Cristina decidida hoy por hoy a apostar por Iñaki –ni rastro de divorcio a la vista- y Elena a lo suyo, los Príncipes atienden sus compromisos en su propio pabellón cada día más conscientes de su protagonismo, mientras la Reina, siempre sola y aislada, con un pie en Londres y otro en Madrid, acude puntual, “una profesional”, a la cita con los actos públicos que le impone la agenda oficial. Abordando ya la etapa de las despedidas, sordo y disminuido, a menudo atenazado por el cabreo propio del tipo vital que de pronto se descubre impedido, el Rey reclama su derecho a vivir su vida. Tras un año aciago, con una operación que se llevó por delante una parte del pulmón, susto tremendo, y dos operaciones más en la pierna, don Juan Carlos se ha venido arriba en las últimas semanas, hasta el punto de estar dispuesto a reeditar apretadas agendas pasadas, con la de este año incluyendo viajes a Chile, Brasil, India y Rusia, entre otros.  

En las últimas fechas han pasado por el despacho del Rey Francisco González y Emilio Botín

El Rey despacha todos los lunes con Mariano Rajoy y ha recibido ya a todos sus ministros. La relación con el gallego es fluida, mucho mejor que con Aznar aunque lejos de la que mantuvo con Felipe González e incluso con Zapatero. De 11 a 13 de la mañana y de 6 a 7 de la tarde recibe a personas de toda condición, aunque allí no abundan taxistas ni torneros. En las últimas semanas han desfilado por su despacho Francisco González, presidente del BBVA, y Emilio Botín, del Santander. Tres días después de recibir en audiencia a Juan Luis Cebrián, el periodista largó su memorable editorial a favor de la Monarquía en El País. La alarmante pérdida de peso específico de España en el mundo, consecuencia de la estulta “era Zapatero” que hemos padecido, le está obligando a intervenir cual improvisado bombero en no pocos fuegos a medio camino entre la cuestión de Estado y los intereses de nuestras grandes empresas en el exterior, en una maraña inextricable de favores y comisiones.         

Quien definitivamente ha “crecido” como consecuencia del drama Urdangarín ha sido el Príncipe Felipe, cuya determinación y aplomo en cuantos actos recientes interviene no ha dejado de llamar la atención. Como afirma el chascarrillo, también aquí “detrás de todo hombre importante se esconde una mujer sorprendida”. Esa mujer es Leticia Ortiz, cuya labor en la sombra en la mejora de las prestaciones del Príncipe parece innegable. Con una formación muy superior a la del padre, aunque carente de ese irresistible charme que le ha llevado a ser conocido como Juan Campechano I, el Príncipe ofrece cada día  una imagen de mayor solvencia. Las relaciones con el padre, en la mejor tradición borbónica desde Carlos IV a esta parte, no pueden ser más frías. Felipe se muestra en privado muy crítico con determinadas conductas del Rey. Con la Corona cual punta de lanza de la gran crisis que sacude a España, su punto fuerte en este momento crítico tiene que ver con su alejamiento de cualquier escándalo de dinero, un asunto cada día más valorado por millones de españoles que literalmente se sienten humillados por la ola de corrupción que nos invade.

Entre la pasión y la razón

Las encuestas, algunas muy recientes, de que dispone la propia Casa del Rey, encargadas por Spottorno, parecen desmentir esa idea tan extendida y afianzada en el tiempo según la cual España es fundamentalmente juancarlista, pero no monárquica. La mejora en la valoración del Príncipe que esas encuestas muestran en los  últimos meses es espectacular, al decir de quienes las conocen, aunque la imagen del Monarca siga siendo superior a la de Don Felipe. Recuperado su tono vital, la posibilidad de una próxima abdicación de don Juan Carlos en favor de su hijo parece remota. El prestigio de la Institución, sin embargo, ha recibido un golpe muy duro con el caso Urdangarin, y a la vista de las severas condenas impuestas a Jaume Matas por la primera de las piezas del “caso Palma Arena”, en Palacio se temen lo peor. Mismo juez, mismo fiscal, idéntico juzgado. La preocupación es máxima en Zarzuela, donde, al menos en teoría, se ha optado por no interferir en las decisiones de los tribunales, acogidos al refrán de que puede ser peor el remedio que la enfermedad.

Por encima de quienes niegan la posibilidad de la abdicación, crece día a día el número de las gentes que consideran que el reemplazo del don Juan Carlos por un Príncipe no contaminado por escándalo alguno, ni de dinero ni de faldas, es una solución no solo lógica sino inevitable, imprescindible incluso para asegurar la estabilidad de la nación. Las recientes ovaciones al Monarca –bicentenario de La Pepa- más parecen homenajes fin de fiesta que otra cosa. El propio entorno de Spottorno se manifiesta en privado convencido de que el relevo se producirá en el medio plazo e incluso llegan a ponerle fecha tope: cinco años. En la encrucijada entre estabilidad e incertidumbre -la que supondría ahora abrir el melón Monarquía vs República-, para una mayoría de españoles que se sienten más demócratas que republicanos, pero también más republicanos que monárquicos, la situación remite vagamente, tal vez anímicamente, desde luego existencialmente, a aquellos maravillosos versos de Sor Juana Inés de la Cruz: “En dos partes dividida/tengo el alma en confusión:/una, esclava a la pasión,/y otra, a la razón medida”. La pasión del republicanismo; la razón de la estabilidad.

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