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España

Los recortes de Rajoy (primer asalto) o el ¡cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!

La frase, atribuida a Pío Cabanillas en el crepúsculo de la UCD, se ha convertido en eslogan de curso legal para aludir a las sorpresas, naturalmente  desagradables, que al ser humano suelen deparar quienes precisamente deberían colmarle de felicidad. Los millones de españoles de clase media que votaron PP en 2004 y 2008 y han vuelto a hacerlo el 20-N confiando en sacar ventaja del cambio, se toparon el viernes con la desagradable, por más que predecible, sorpresa de tener que correr con el peso del ajuste, mientras que los sectores que entonces y ahora apoyaron al PSOE, supuestamente con menos posibles, se ven tratados con mimo por el Gobierno de la derecha, cuando, en justo castigo a sus culpas, deberían ser los que pagaran la cuenta de los destrozos causados por su apoyo al Gobierno de ineptos y desvergonzados caraduras que encabezó hasta hace unos días José Luis Rodríguez Zapatero.

 

Están tan cerca las protestas de Elena Salgado asegurando que el Gobierno cumpliría de sobra con el “compromiso solemne” de la legislatura, que no era otro que el de alcanzar el objetivo de déficit público del 6% sobre el PIB, que uno siente vergüenza ajena al reconocer su pertenencia a un país donde los responsables políticos pueden mentir impunemente y salirles gratis. Tan cerca como el 14 de octubre pasado, la señora Salgado afirmaba solemne tras Consejo de Ministros que “tenemos 4.000 millones de margen, cuatro décimas de déficit, para cumplir con el objetivo de déficit”. El colchón aludía a  2.000 millones que el Tesoro había ingresado por la subasta del espectro radioeléctrico, y a otros 2.000 que milagrosamente se habían ahorrado en el pago de intereses de la deuda. Voilà: 4.000 millones que, apenas dos meses después, se han demostrado pura filfa. Fantasías gaseosas. Mentiras.

 

Al final –o de momento- el déficit ha resultado ser del 8%, aunque parece que puede llegar al 8,2%, lo que equivale a decir que la Salgado, su jefe, Zapatero, y su mentor, Alfredo Pérez Rubalcaba, se han pasado 22.000 millones de pueblos –así como tres billones y medio de pesetas-, y que el Gobierno Rajoy tendrá que acometer en marzo la parte del león del ajuste con otros 20.000 millones, como poco, del ala. El pasado 7 de diciembre escribí en estas mismas páginas que “En esta hora de despedidas, [...]  no está de más efectuar un breve repaso del por qué hemos llegado hasta aquí, cómo hemos podido caer en el agujero de las cuentas públicas que hoy luce España. En los cuatro años que van de septiembre de 2007 a septiembre de 2011, en efecto, la deuda pública española pasó de 381.401 a más de 700.000 millones de euros. ¿Dónde han ido a parar esos casi 320.000 millones? ¿En qué se ha podido perder tan ingente suma?”

 

 

La clase política y la “Internacional” del momio

 

Para premiar tanto despilfarro y enaltecer el incumplimiento del objetivo de déficit, en lugar de denunciarlos ante el juzgado de guardia más cercano como reos del delito de haber arruinado un país y dilapidado su futuro, el nuevo Ejecutivo del Partido Popular decidió anteayer condecorar con el collar de la Orden de Isabel la Católica a Rodríguez Zapatero, con la Gran Cruz de Isabel la Católica a Manuel Chaves, y con la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III a la ex vicepresidenta económica y al resto de integrantes del último Gobierno ZP. La clase política española, a derecha e izquierda, parece empeñada en consolidar una especie de “Internacional del Momio”, bajo la bandera de conveniencia del “agrupémonos todos en la lucha final, para seguir defendiendo nuestro estatus, disfrutando de nuestros privilegios y, si es posible, llevándonoslo crudo, aunque se hunda el mundo”. 

 

Nadie sabe hasta qué punto ha estado presente en el diseño de los planes del tándem Cristóbal Montoro-Alvaro Nadal las presiones del camarada Javier Arenas para evitar que un ajuste duro de entrada le chafe en marzo su previsible mayoría absoluta en Andalucía, pero es evidente, o a mí me lo parece, que el “susto” del viernes despide un insoportable aroma al “to er mundo e güeno” y no vamos a molestar a nadie, o vamos a repartir los sacrificios de manera que nadie nos pueda acusar de pecar gravemente contra el mandamiento de la equidad. Socialdemocracia a palo seco. El aterrador espantajo del 8% sirve o ha servido al nuevo Gobierno para engañar a sus votantes y hacer lo contrario de lo prometido en su programa electoral, a saber, subir impuestos a las rentas del trabajo (IRPF) y del capital, “un error innecesario”, en opinión de un economista liberal, “como muy bien sabe Cristóbal, porque se puede recaudar más bajando ese impuesto que subiéndolo”.

 

Llevar el tipo máximo del IRPF hasta el 55% -subida de 7 puntos de golpe, descomunal escalón incluso para usos y costumbres escandinavos- es algo a lo que seguramente no se hubiera atrevido ni Gaspar Llamazares al frente del Gobierno de la nación, y supone, además de un error, un castigo injustificado a los sectores más dinámicos y talentosos, mejor preparados, de nuestra sociedad, a los que también se brea vía rendimientos del capital e IBI. El principio básico en materia fiscal de todo liberal que se precie es que el dinero está mejor en el bolsillo de su dueño, que en general lo ha ganado con su esfuerzo, que en manos del Estado, donde “el dinero [público] no es de nadie”, según axioma salido del caletre de la ex ministra Carmen Calvo, por lo que la orden del día que ayer publicó el BOE supone enviar el pensamiento liberal a la escombrera de las ideologías perdidas o laminadas por el paso del tiempo. Se explica la cara de Luis de Guindos, ante el arrojo mostrado por Montoro enseñando a las cámaras las Tablas de la Ley del nuevo IRPF.

 

 

Socialdemocracia de derechas

 

Da la impresión de que el ministro de Hacienda, auténtico poder fáctico del nuevo Ejecutivo, y su gente, han hecho lo imposible por no asustar evitando meter el bisturí en las pocas vetas de ahorro sustancial que todo Gobierno en la situación del español tiene a mano para sanear de verdad, pero es opinión casi general que Rajoy no podrá hacer frente a la enormidad que supone tener que recortar cerca de 22.000 millones adicionales en marzo sin tomar medidas impopulares, es decir, sin meter la tijera en ese sacrosanto “gasto social” que absorbe más del 60% del Presupuesto, lo que equivale a decir que no tendrá más remedio que subir el IVA y, palabras mayores, meterle mano, al menos temporalmente, al subsidio de desempleo, con los costes sociales que ello pueda conllevar.

 

El Gobierno Rajoy quiere hacer la tortilla del ajuste sin romper un huevo –la decisión de prorrogar los 400 euros a los parados de larga duración es error típicamente socialista que, en opinión de muchos economistas, tiende a desincentivar la búsqueda de empleo y que ahora repite el PP-, sin hacer daño a nadie o, lo que es peor, haciendo pagar la cuenta a las clases medias. Socialdemocracia de derechas. Tras lo anunciado el viernes, el riesgo latente es que los paños calientes del señor Montoro dificulten el proceso de ajuste, retrasando la recuperación y prolongando el sufrimiento. Reducir en un año el déficit del 8% al 4,4% del PIB va a exigir inevitablemente meter la navaja hasta el fondo y extirpar el cáncer del gasto, adoptando medidas impopulares. Los milagros no existen, y por la vía de la franciscana “equidad” solo se logrará causar más dolor durante más tiempo.

 

Zapatero empezó en 2004 su “reinado del caos” cumpliendo su programa y retirando las tropas de Iraq, para llevarnos después directamente hacia el precipicio. Rajoy empieza traicionando su programa y subiendo impuestos, pero, por seguir con el símil, ¿será capaz de acertar después y conducirnos hacia la “gloria” de la recuperación…? Desconfiemos por igual de economistas y periodistas, dos especies dadas a la cábala y propensas a la equivocación, y esperemos que el nuevo año traiga mucha paz y al menos un poco de esperanza al corazón afligido de los españoles. Es mi ferviente deseo para todos los lectores de Vozpópuli en este 2012 que hoy comienza. Sean felices.

 

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