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La clase media peregrina hacia los Montes de Piedad

En menos de cinco minutos, un juego de collar y pendientes de plata firmada, valorado en 170 euros en una joyería, puede llegar a costar lo que una cajetilla de tabaco. “Si no me crees, ve y pregunta en otro lado”.

Tres casas de compra-venta más abajo, por el mismo juego, el precio varía un euro. No más.  “La plata no vale, a menos que la traigas por kilo, lo que da dinero, vecina,  es el oro”, dice un hombre de robusto acento habanero. Y lleva razón, al menos en eso.  Porque desde hace dos años, en Madrid, el negocio de las compra-venta de oro ha crecido más de un 8%.

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Una segunda  prueba, esta vez en el Monte de Piedad de Madrid, entre la calle Misericordia y la plaza Celenque, arroja resultados diferentes. En lugar de plata, se trata de una sortija del tipo solitario con diamante central de 0,5 quilates. Su precio en joyería equivaldría a unos 2.100 euros, aunque la tasación dará mucho menos, casi  800 euros por debajo de su valor.

 “Se paga al peso.  Hoy no sé cómo estará”, comenta  una mujer de mediana edad que tiene el número de espera 203 –el más reciente es 280, pero llegará a 600-. Son las 8 y cuarto de la mañana. Abundan en la sala los pensionistas, también  hombres y mujeres muy jóvenes. Los de mediana edad son, en su mayoría, extranjeros.

Los Montes de Piedad, en total 27 en toda España, son instituciones muy antiguas asociadas a las cajas de ahorro y que suponen una alternativa más segura al momento de solicitar un préstamo rápido a cambio de una joya como seguro.

 

Según los últimos datos actualizados por la Confederación Española de Cajas de Ahorro (CECA), la actividad de los Montes de Piedad se ha incrementado en más de 12% en los 3 últimos años. En 2009 alcanzaron uno de sus puntos más altos, con  426.459 operaciones en vigor, por un valor de 221.509 miles de euros .

No sólo ha cambiado el número de clientes (son más), sino el tipo de persona que acude ahora al Monte de Piedad.  “Antes los inmigrantes suponían la clientela emergente, de hecho, el negocio estaba en caída hasta la primera llegada de gente de afuera que entendía el ahorro en oro por cuestiones culturales,  –dice Javier Úbeda, jefe de Obra Social y Montes de Piedad en la CECA–, pero, con la crisis, el cierre de empresas, el paro, ha crecido el número de usuarios de clases más acomodadas. Es complicado cuantificarlo, pero también es cierto que las familias de clase media se han sumado al perfil  acostumbrado: inmigrantes, pensionistas, o gitanos, por ejemplo, cuyo patrón de ahorro es el oro”.

El importe medio de los préstamos que se llevan a cabo en los Montes de piedad  suele ser de 500 euros. Se pagan en efectivo a partir de los 1.500 euros, a diferencia de las casa de compra-venta, que suelen pagar en metálico al instante pero con un  interés de entre un  15% y 20%. Úbeda establece otra diferencia más: “Damos un préstamo dejando como garantía una joya; en ellas sólo se demora la venta un tiempo por si el cliente quiere recuperarla”. Por lo general, el 95% de las personas que empeñan una joya, la recupera. El plazo para hacerlo es de un año, pero es prorrogable. “Si no, la joya se subasta y en el caso de que se venda por un precio superior, le damos la diferencia al cliente”.

En los diez primeros meses de actividad, el portal se hizo con 5.000 usuarios registrados,  sacó a subasta 3.558 lotes, con un precio inicial de 2,5 millones de euros que fueron adjudicados finalmente por un total de 3,6 millones. En ese proceso  de subasta online de joyas,  se procura que el cliente sea otro particular, no un mayorista. “El gran negocio del oro en Europa es para llevarlo a China e India, países con mucha demanda y con economía s emergentes, que elevan la demanda, ahí es donde entran los mayoristas y las casas de empeño”, explica Úbeda.

En la sala de espera del Monte de Piedad de Madrid, a diferencia de los pasillos mal iluminados y gansteriles  de las casas de empeño de Sol y Gran Vía –donde todo el mundo parece que sabe a lo que va-, personas de diferentes edades esperan su turno para resolver  el tema que les ha llevado allí. Una pensión de viudedad insuficiente. Un embargo de Hacienda. Paro. “Vivir tirando”, sueltan con un rebufo acostumbrado unos; otros lo hacen con vergüenza, algo así como una primera vez matizada por esto del “mal de muchos…”.

La espera total para empeñar una pieza, llegando temprano, es decir, a las 8.00 am, puede ser de una hora. La afluencia de gente es tal, que el funcionario del Monte de Piedad desespera un poco ante la duda de si el anillo se empeña o no se empeña. Quedan más de cien personas por ser atendidas. “Y las que faltan”, espeta.

No son aún las diez de la mañana y ya hay trasiego en la calle Misericordia. Un enjambre de hombres vestidos con chalecos reflectantes corta el paso, insistentemente, a los transeúntes. Y no es que  la fiebre del oro les haya vuelto tontos. Ni que les haga hablar así,  tan veloz y absurdamente. Vendorovendorovendorovendorovendoro.  No es la fiebre el oro. Es algo mucho, mucho peor.

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