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España

Talavera, la gran olvidada: paro en cifras récord y menosprecio político a las puertas de Madrid

Una tienda de cerámica cerrada en una calle céntrica de Talavera.

Los letreros de 'se traspasa' y 'se alquila' que colorean las calles son teselas de un mosaico que narra una historia triste: la de Talavera de la Reina en los últimos ocho años. Esta ciudad castellanomanchega de casi 90.000 habitantes, situada a solo 120 km de Madrid, es la cuarta urbe con más paro de España, un 37,5% en 2015. Un municipio arrasado por la crisis económica, anémico de tejido industrial, abandonado por las instituciones y que sobrevive gracias al debilitado pulmón artificial del empleo público.

"Talavera corre el riesgo de pasar de ser una ciudad pequeña a un pueblo grande" cuentan los vecinos más longevos. Hay datos objetivos que respaldan este pronóstico. En 2009 Talavera tenía 88.856 habitantes; en 2015, alrededor de 4.000 menos (Toledo tiene 83.000). Locales cerrados, edificios de pisos deshabitados, polígonos industriales a medio construir e infrautilizados. Es el paisaje cotidiano de una ciudad que históricamente constituyó un pujante foco comercial.

Talavera corre el riesgo de pasar de ser una ciudad pequeña a un pueblo grande: ha perdido casi 4.000 vecinos en estos años de crisis

"Talavera ha sufrido una regresión enorme desde 1970", asegura Víctor Jiménez, presidente de la asociación vecinal APOVATA, "primero perdió la huerta, luego la industria agroalimentaria, más tarde el textil y por fin la cerámica". La ciudad se fue agotando poco a poco, casi imperceptiblemente, hasta que la recesión económica del último lustro vino a terminar el trabajo. "La gente dejó sus negocios tradicionales por otros nuevos y prometedores, pero ahora todo ha fracasado", explica Retana.

Los talaveranos se lamentan del olvido al que le somete tanto la Junta de Castilla-La Mancha como el Estado. Escasísimas inversiones y, de estas, algunas muy cuestionables, como el colosal puente atirantado que costó 74 millones de euros y por el que apenas pasan coches. La ciudad sobrevive ahora del comercio minorista, pero incluso esa veta se está agotando. "Cada vez vendemos menos", se lamenta un comerciante local, que señala a los grandes centros comerciales de las afueras y a las obras de las calles céntricas como los responsables.

Uno de los grandes déficits estructurales de Talavera es su pésima conexión con Madrid, hándicap que dificulta su recuperación económica. "Talavera podría ser una ciudad dormitorio de la capital, pero de momento es imposible", dice Jiménez. La vivienda es barata, la oferta de ocio abundante, el entorno natural un tesoro, pero falta todo lo demás. Falta, incluso, el turismo. El patrimonio arquitectónico y artístico de Talavera –varios recintos amurallados, multitud de iglesias y una decena de torres albarranas– es suculento, pero está pobremente explotado. Esto, unido a un urbanismo desquiciado –Talavera fue en el siglo XX una ciudad de aluvión– ha marginado al municipio de los principales circuitos turísticos.

Pero el pesimismo no lo tiñe todo en Talavera. En los últimos meses el futuro viene salpicado de promesas. Nuevos proyectos de infraestructuras –como el esperado 'Plan Talavera', el 'Nodo logístico' o el más a largo plazo Corredor de la N-5– han insuflado ánimos renovados entre la población local. “Hay que potenciar la pequeña y mediana empresa, que se creen puestos de trabajo y conectar la ciudad con Madrid”, resume Jiménez.

El declive de la cerámica

La cerámica sigue siendo una seña de identidad de Talavera. Tanto que una ordenanza municipal, que por otro lado casi nadie cumple, obliga a que las fachadas contengan un 1% de baldosines de auténtica cerámica talaverana. A pesar de estos y otros esfuerzos políticos, la cerámica es hoy una industria en decadencia y un arte en extinción en la ciudad.

La cerámica vivió su periodo de esplendor en los años 70 y desde entonces las ventas han caído año tras año. Algunas grandes firmas sobreviven por los réditos que les proporcionan clientes fieles y adinerados que les encargan vajillas con sus iniciales impresas o vistosos murales decorativos. Pero el negocio se está agotando. Es un problema económico y también generacional. Los jóvenes no se deciden a continuar el oficio de sus padres; esos mismos padres que están ya casi rozando la jubilación. 

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