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España

Cuando Zarzuela hizo temblar a Moncloa: así ha sido la trastienda de la investidura

Mariano Rajoy.

El domingo antes de que empezara el baile, en Moncloa alguien amaneció con la mosca tras la oreja. Demasiados nervios en el ambiente, muchas tensiones fuera de control. Apenas faltaban unas horas para que don Felipe abriera la ronda de audiencias para designar candidato a la investidura, una liturgia nueva sin un final demasiado clarificado. Para entonces nadie podía adivinar el final de una película de suspense.

Inicialmente, todo parecía pautado y tasado. Mariano Rajoy cerraría la tanda de consultas el viernes 22 y, poco después, el monarca propondría su nombre al presidente de las Cortes para que pudiera presentar su candidatura. Como jefe de filas del partido más votado y con mayor representación parlamentaria, le correspondería abrir el fuego. Así eran las reglas, y no cabía esperar demasiadas sorpresas. 

 Nunca un candidato victorioso en las elecciones había arriesgado su designación como presidente. Ni siquiera en el caso de no alcanzar la mayoría absoluta

Pero ese fin de semana previo al goteo de peregrinos sobre Zarzuela, alguien del entorno presidencial dio en dar aire a la gran duda. ¿Y si el Rey no nos propone, y si, a la vista de que Rajoy carece de apoyos suficientes para gobernar, le obvia y se inclina por otra opción? La duda se tornó raudamente en sospecha y la sospecha en un rumor que comenzó a circular por terminales políticas y periodísticas de todos los colores. "¿Y si el Rey no propone a Rajoy?". Parecía un disparate, Felipe VI es un hombre honorable, de actitud intachable. Pero la coyuntura era nueva y podía ocurrir cualquier cosa. Nada disparatado, por cierto, que Rajoy fuera preterido en favor de Sánchez a la hora de la candidatura. Pura cuestión de números. Rajoy nunca pasará de los 122.

Pactos por las mayorías

La semana se abrió con esa versión circulando por despachos y mentideros. En Moncloa se consultaba con lupa un estudio de la abogacía del Estado en el que se describía el mapa de navegación. La nave del Estado se adentraba en una zona hasta ahora virgen, en aguas procelosas e ignotas. Nunca un candidato victorioso en las elecciones había arriesgado su designación como presidente. Ni siquiera en el caso de no alcanzar la mayoría absoluta. Así fue con González, Aznar y el propio Zapatero. Todos ellos conocieron la victoria sin mayoría absoluta pero lograron gobernar merced al respeto de lista más votada. Y a algunos pactos.

Comenzó el lunes la romería hacia Palacio. El monarca los recibía con su sonrisa más amable y su más elegante paciencia, como un maestro que aprueba a toda la clase, incluso a los alumnos más díscolos. Y hasta los más zoquetes. La indiscreción de los visitantes permitió conocer el estado de ánimo de Su Majestad. Está difícil. "Tal vez tengamos que vernos en un futuro próximo", se supo que le dijo el Rey al diputado Martínez, del Foro Asturias. Todos los invitados a Palacio repetían la misma tediosa jaculatoria: "Rajoy, no. El PP, tampoco". Sin matices ni excepciones. Lo previsto. Sin concesiones. Unidos contra el PP.

Todos los invitados a Palacio repetían la misma tediosa jaculatoria: "Rajoy, no. El PP, tampoco"

El martes siguió el trasiego en Zarzuela sin mayor novedad. El miércoles, el gran rumor que inquietaba a Moncloa recuperó protagonismo. Fue una tarde endiablada. En Palacio estaba Quico Homs, el lugarteniente de Artur Mas, a quien los medios ignoraban. La atención estaba en otra parte. En la cocina del PP los pucheros estaban en ebullición. Veteranos dirigentes le sugerían a Rajoy que lo dejara, que lo mejor era dar un paso al costado para evitar el cáliz del 'debate de crucifixión' más que investidura. La intrincada estrategia hablaba de que Rajoy renunciaría para dejar a Sánchez que fuera el primero en darse la costalada. Luego, el presidente en funciones volvería a intentarlo, ya con su rival maltrecho, vapuleado y, quizás, hasta decapitado. Este ardid, en su momento desechado por el presidente en funciones, se recuperaría dos días después en un giro sorprendente y de consecuencias aún por definir.

"Es no conocer a Rajoy", comentaba un dirigente de Génova al leer algunos titulares del jueves, estridentes y aparatosos. Se hablaba de un presunto desistimiento de Rajoy, de que estaba abúlico y hasta deprimido. Nada de nada. En tromba salieron los voceros del PP a desmentir la disparatada especie. El presidente en funciones no ha cambiado de opinión. Piensa presentarse ante el Rey con su candidatura bajo el brazo. Es el líder más votado y nunca incurriría en jugadas estrambóticas. "Si no comparece como candidato, entonces debería irse a casa", comentan algunos vehementes desde sus propias filas. Otros en el partido consideraban necesaria una retirada, pero no estratégica, sino definitiva. Así lo reclamó, sutilmente, Esperanza Aguirre en un comité provincial. Escaso eco.

No era ese el problema. El temor del domingo en Moncloa reaparecía como un espantoso Guadiana. ¿Y si el Rey pasa de Rajoy?. Los 'noes' a su candidatura se acercaban a la decena. El vacío legal daba lugar a todo tipo de interpretación. La Constitución no fija quién ha de ser el candidato elegido. "Una cosa es que nosotros no nos propongamos y otra sería que el Rey no lo hiciera", susurraban fuentes desde Génova. La tempestad había estallado. Algunos titulares invocaban al sobresalto: "El Rey no propondrá a Rajoy para la investidura", rezaban, estridentes.

La radio, las bromas y la fuerza

Los nervios derivaban en disparates. Los telefonazos estallaban con estrépito. Hasta que apareció Rajoy. En la levedad de su agenda, como reconoció al bromista de la radio catalana, correspondía presidir un acto del departamento de Educación. Un reparto de condecoraciones. Cosas de Lasalle. "Tengo todas las fuerzas", declaró Rajoy. Ni una duda sobre su candidatura. Y un consejo a quien quisiera escuchar: "No voy a criticar a nadie pero hay que dar la talla y algunos hay que no la están dando". El presidente en estado puro, ni se tira la toalla ni se piensa en buscar un horizonte de tranquilidad. la batalla continúa.

Rajoy había confesado el jueves que nada sabía sobre la sesión de investidura. Confiaba en que el Rey se lo ofreciera. Todo eran incógnitas hasta que apareció Pablo Iglesias

Nadie pensaba en cambio de planes ni en mudar estrategias. Rajoy había confesado el jueves que nada sabía sobre la sesión de investidura. Confiaba en que el Rey se lo ofreciera. Todo eran incógnitas hasta que apareció Pablo Iglesias. Tras su paso por Zarzuela, lanzó tal golpe de efecto humillante sobra Pedro Sánchez que cambió todo. Proclamó a los cuatro vientos cómo debía ser el nuevo gobierno, con cuatro ministros de Podemos y el propio Iglesias de vicepresidente. A todo esto, Sánchez se enteró, no por la prensa, sino por el Rey. Estaba en ese momento en Zarzuela. Una jugarreta de trapisondista. Sánchez, anonadado, tan sólo supo responder con una muletilla: "Primero que lo intente Rajoy y luego ya hablaremos". Tanto lo dijo, tanto lo repitió, tanto insistió, que los pretorianos de la Moncloa decidieron volver sobre sus pasos y recuperar la táctica del 'pasa tú primero que a mí me da la risa'. Rajoy le agradeció la oferta al Rey y le comunicó lo ya sabido. Que prefiere esperar. Doble pressing sobre el débil Sánchez. Pero esta vez, será el líder del PSOE quien comparezca primero ante el Parlamento. Iglesias le estará vigilando con su mira telescópica. Rajoy gana tiempo y recupera el aliento. Todo estaba perdido. Ahora, a saber. Y a esperar.

La semana que arrancó con un rumor malvado sobre Zarzuela se cierra con un vuelvo drástico e inesperado en Moncloa. Nueva política, nuevos sobresaltos.

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