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España

¿Por qué tiene usted cabreada a tanta gente, señor Rajoy?

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Estimado presidente: sé muy bien que dirigirle esta carta abierta es una pretensión gratuita, tal vez incluso una osadía carente de sentido, entre otras cosas porque no parece que sea usted muy partidario de guiar su conducta por lo que dicen los medios. Le aclaro que Vozpópuli, a pesar de ser crítico con muchas de sus políticas, es un diario con vocación liberal que poco o nada tiene que ver con la plétora de medios que desde la izquierda le atizan a conciencia por razones ideológicas las más de las veces, aclaración que viene al caso porque nosotros no deseamos que usted se estrelle, no queremos que su Gobierno fracase, más bien lo contrario, entre otras cosas porque tememos que de esa circunstancia solo podrían derivarse males mayores para los españoles. En todo caso, y aunque usted no lea esta misiva, tengo la secreta esperanza de alguno de sus aides de chambre lo haga y que, en un rasgo de valor, le haga a usted una seña que le invite a leerla y a reflexionar un par de minutos.

Viene a cuento esta declaración de las últimas iniciativas legislativas emprendidas por su Gobierno y de las cuitas que, muy en privado y en forma casi de confesión espantada, formulaba esta semana un alto cargo de su partido. Relataba el hombre el espectáculo de esas sesiones parlamentarias tanto en el Congreso como en el Senado en las que los distintos grupos van desfilando por la tribuna para oponerse a las iniciativas del Ejecutivo, “y a menudo produce escalofríos ver el grado de rechazo, de violencia verbal contra el Partido Popular que aflora en casi todos los portavoces… Algo estamos haciendo mal, porque no es normal la animadversión, la oposición frontal, incluso el simple odio que destilan muchas de tales voces. Es algo que me preocupa mucho, porque eso ocurre también en la mayoría de los parlamentos autonómicos. Algo tendríamos que hacer al respecto”.   

De eso se trata. De saber por qué el PP se está convirtiendo en partido profundamente antipático, incluso odioso, para muchos españoles. Señor Rajoy: está usted demostrando una asombrosa capacidad para ofender y enfadar a casi todos los estamentos sociales, desde la derecha extrema a la extrema izquierda, pasando por el centro. Por tener, tiene cabreados incluso a los suyos, a montones de militantes, no digamos ya votantes, del PP. ¿Cómo lo consigue? Empieza a ser casi un misterio o tal vez un prodigio, porque cabrear a todo el mundo a la vez no es empeño fácil. Partía usted con la ventaja de haberse situado, seguramente sin proponérselo, en ese centro derecha templado donde dicen que se ganan las elecciones, fundamentalmente porque José María Aznar, su soberbio mentor, se había colocado motu proprio en la derecha más recalcitrante, lo cual le hacía a usted un favor impagable. Pues bien, usted se está encargando de destruir esa idea, parece usted empeñado en recordarnos la peor derecha de un país con muy malos recuerdos de malas derechas. ¿Qué está usted haciendo con España?, señor Rajoy.  

Partía con la ventaja de haberse situado en ese centro derecha templado donde se ganan elecciones

Actúa usted como aquellos tiranos acostumbrados a vivir escondidos tras las murallas de la fortaleza, mientras dejan a sus alcaides, sus ministros, el collar suelto para que allá y acullá le formen diarios incendios con iniciativas insensatas, declaraciones intempestivas, a veces ridículas, a menudo salidas de madre, desnortadas, ofensivas… Su ministro del Interior es en este capítulo un campeón. El lunes de esta semana supimos que Fernández Díaz optaba por dejar en sus puestos a los policías que ocupan las jefaturas de cuatro de las brigadas de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) que investiga los casos Gürtel y Bárcenas, después de haber amagado con su relevo a través de un concurso de “libre designación”, es decir, de designación a dedo. Don Jorge no se atreve, es un pusilánime, un meapilas quejumbroso, un conservador a ultranza, miembro de esa derecha religiosa para quien el mantenimiento del orden es un fin en sí mismo innegociable. Un tipo que no podría formar parte de ningún Gobierno de la derecha moderna en un país desarrollado.

Una inaceptable Ley de Seguridad Ciudadana

Tipos como él le están haciendo a usted y a su partido mucho daño, porque le posicionan en el espectro de una derecha reaccionaria alejada del más leve conato de liberalidad.  Quienes, desde posiciones liberales, asumimos la idea del pacto social y aceptamos sacrificar una parte muy significativa de nuestra libertad en aras del procomún, convencidos de que de ese compromiso nace la ley que hace posible las libertades, no estamos dispuestos a que, Ley de Seguridad Ciudadana mediante, se nos sancione con 30.000 euros por insultar a un policía, ni que un segurata nos pueda detener en un centro comercial y pedirnos la documentación, ni que un municipal nos imponga 1.000 euros de multa por llevar un cigarrillo de hachís en el bolsillo. Y eso sí que no.

Gran parte de ese malestar ciudadano, de ese resquemor que aflora contra ustedes por las cuatro esquinas, tiene ver con muchas de sus políticas, casi todas alejadas de ese centro templado donde se generan los afectos. Está usted empeñado, por ejemplo, en evitar que la Infanta Cristina no solo sea juzgada, sino siquiera imputada, y para lograrlo, con todas las evidencias en contra, está usted forzando la ley de tal forma que causa rubor ajeno, y ha puesto usted a la Fiscalía y a la Agencia Tributaria a trabajar de consuno en ese objetivo, lo cual que la Justica, que ha quedado literalmente para el arrastre tras la llegada al ministerio del ramo de Alberto Ruiz-Gallardón, se arrastra hoy en España cual puta ultrajada a la puerta de un cuartel de reclutas.

Es sin duda la corrupción, y el tratamiento que a la corrupción está dando su Gobierno, el talón de Aquiles del PP y el suyo propio. Y es que, con ser importante la gestión de la economía, tal vez más importante aún era sanar la crisis de valores que trasluce la corrupción galopante que sufre España desde hace tiempo. Para eso estaba usted investido por una mayoría absoluta, en eso confiaban también millones de españoles, pero usted no ha hecho nada o muy poco, excepto declaración de buenas intenciones vacías de contenido, porque usted está cogido por los cataplines de un escándalo como el de su tesorero, y ahí está a la defensiva, de modo que en lugar de haber salido a cara descubierta a pedir perdón a los ciudadanos, usted se ha refugiado en la mentira, y es tan obvio que ni usted ni los suyos han dicho la verdad, es tan evidente, que la inmensa mayoría de la población ha asumido ya el caso como una tragedia más de las que tiene que soportar este infortunado país de golfos acostumbrados a vivir por encima de sus posibilidades. El esperpento llega a tal punto que su partido acaba de aprobar una Ley de Transparencia en el Parlamento al mismo tiempo que el juez Ruz trata de abrirse paso trabajosamente y sin su ayuda entre los manglares de un escándalo sin paliativos como el de Luis Bárcenas.

Tiene usted que salir de la madriguera y hacer política, señor Rajoy, política a lo grande

Y este comportamiento suyo envilece la política y cabrea a los ciudadanos, de modo que al final los españoles tienen dos alternativas: o volver la cara y mirar hacia otro lado y refugiarse en la melancolía (en el “Déjame, Arnesto, déjame que llore/los fieros males de mi patria,/ deja que su ruina y perdición lamente” del maestro Jovellanos), o apuntarles con el dedo y llamarles chorizos… De lo cual se infiere un malestar que todo lo contamina, una atmósfera irrespirable, un desasosiego general, una protesta sorda como los ecos lejanos de un mar embravecido, y eso se palpa en la calle y el Parlamento, y eso lo sufren sus propios diputados y senadores –y así lo manifiestan en privado-, que a veces sienten ese escalofrío cercano al miedo cuando asisten al desfile de oradores destilando rabia cercana al odio contra su Partido.

Hacer política a lo grande

¿Todo lo hace mal el PP? Pues seguramente no, pero parece que sí, que todo es un desastre o casi, y esa es una percepción que probablemente tiene que ver con la ausencia de un guion, de un discurso, de un relato coherente con la acción del Ejecutivo, lo cual enlaza directamente con una acusación ya otras veces formulada en esta columna y que es resultado de la ausencia de un modelo de Estado, de un diseño de país. ¿Qué quiere la derecha política hacer con España? Salir del atolladero económico sí, eso está muy bien, pero, ¿para hacer qué después? ¿Para construir qué tipo de país? Y ahí no hay nada, ahí hay un vacío infinito, un agujero negro, porque se trata de trampear, de salvar el match ball de hoy y mañana Dios dirá, pero nadie preocupado, nadie empeñado en alumbrar las puertas del futuro, cómo vamos a crear un país capaz de crecer de forma estable sin abordar al tiempo la solución de la crisis política que sufrimos, sin hincarle el diente a problemas como la corrupción, sin esa reforma Constitucional que tantos españoles conscientes están reclamando como fundamental para cambiar de rumbo.  

Tiene usted que salir de la madriguera y hacer política, señor Rajoy, política  a lo grande, ese tipo de política que conforta los espíritus, les aquieta y prepara para luchar por un futuro mejor. Está usted al frente del único partido de dimensión nacional que resta en España –a la espera de ver en qué queda la aventura de Rosa Díez y de Albert Rivera- y eso le confiere un tipo de obligaciones inmateriales que podríamos enumerar como la necesidad de acercar, soldar, tender puentes; la obligación de unir a los españoles, rebajar tensiones, favorecer la convivencia y todo lo demás, en lugar de romper y separar. Cualquier cosa menos crispar, menos cabrear. Lo he dicho muchas veces, la derecha española está condenada a ser reformista o a no ser. Tiene usted un país espléndido en sus manos, un país de muy buena gente. A pesar de los sacrificios, a pesar de lo mal que lo están pasando tantos con tan poco, el país disfruta de una envidiable paz social, y las mareas, de cualquier color, que con frecuencia surcan las calles de Madrid en domingo son apenas el reflejo lógico de la dureza de la situación presente. Señor Rajoy: póngase usted a la cabeza de la manifestación de la concordia. España se lo agradecerá.

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