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España

La derrota de Madrid 2020, duro golpe para la España oficial con el Gobierno Rajoy y la alcaldesa Botella a la cabeza

“Y aquí está la lluvia”, apuntó desde la Puerta de Alcalá la periodista de Televisión Española cerca de las 20.45, minutos antes de la gran decepción. Fue un batacazo imponente, más sonoro aún que el de Copenhague y Singapur, porque Madrid 2020 besó la lona porteña en un gravísimo momento para el Ayuntamiento y el Gobierno y porque la España oficial, la de los políticos, los servicios secretos y los principales medios de comunicación, había proclamado sin retraimiento su certeza de que la capital acogería unos Juegos Olímpicos por fin dentro de seis años y once meses.

Pero fue empezar a mojar la lluvia al público repartido por la Plaza de la Independencia y saberse que la capital no solo no tenía la mayoría absoluta que sugerían los rótulos de TVE (48 votos), sino que se pasaba al terrible desempate con Estambul, a vida o muerte. Fue muerte. Con todo el mundo de los nervios, en efecto, salió cruz: 45 Madrid, 49 Estambul. Trompazo morrocotudo, ya que la eliminación se produjo en los descartes, no en la final como en 2005 y 2009. Quienes estuvieron en la Puerta de Alcalá cuentan que el gentío se vació pronto, que la esquina noroccidental del Retiro volvió a la normalidad en un tris, reflejo probable de la sospechosa popularidad de la que gozaba la candidatura, ridiculizada esta semana por las redes sociales.

Entre tantos olimpicólogos, resultó que el mensaje del COI no acabó siendo el de la recuperación económica de Occidente (Madrid), ni la apertura al mundo musulmán (Estambul). La crisis sistémica y el recrudecimiento de Oriente Medio avanzan sin fecha de caducidad y ayudaron a la sorprendente Tokio (comentaba el viernes un corresponsal japonés su convicción de que la capital nipona no tenía nada que hacer en Buenos Aires). La concesión de los Juegos, lobbyng y desastre de Fukushima aparte, puede interpretarse como un guiño a la fiabilidad de la tercera economía del mundo, cuyo motor ahora parece arrancar esperanzadoramente tras la gripada década perdida.

Los que quedan en evidencia

La derrota dejó en evidencia, entre tantos culpables, a los portaestandartes de la candidatura española, en la que ya meses antes se aseguraba, inclusive en conversaciones informales de tasca, que Madrid 2020 sería una realidad. Idea que se coló hasta por los despachos ministeriales, y a varios de cuyos titulares, ministros de alto copete y secretarios de Estado, se les contagió la seguridad, de modo que comenzaron a airear alegremente el subidón que para España supondrían los Juegos Olímpicos en pleno estreno del curso político. Hasta el CNI, siempre tan "infalible", daba por hecha la victoria.

Alejandro Blanco y la candidatura descubrieron a las seis de la tarde que la losa del dopaje continúa pesando. 

Abanderada por el presidente del COE, ese gañán con pretensiones de prima ballerina llamado Alejandro Blanco, y por un equipo de casi 30 personas, la candidatura 2020 alardeó de una organización barata con el 80% de la inversión olímpica hecha, perseveró en que sería una imbecilidad no presentarse con una ciudad así y anestesió a la gleba prometiendo miles de puestos de trabajo por aquí y el acabóse de las veleidades financieras por allá. Hacia las seis de la tarde, Blanco y España entera descubrieron que la sentencia de la Operación Puerto era una bomba de relojería, que la nueva Ley contra el dopaje llegó tarde y que Estambul a lo mejor no iba tan desencaminada sancionando a última hora a decenas de deportistas de élite (¿alguien recuerda una acción similar por parte de las federaciones nacionales?).     

Pero aquellos a los que la realidad ha estallado en la cara no pueden ser únicamente los técnicos de la candidatura (realmente la más austera de los tres intentos) o el forofo Alejandro Blanco, henchido de insoportable pasión irracional cada vez que se le mentaba el horizonte 2020. El descalabro se vuelve contra la clase política en el poder, en particular para el Partido Popular, que goza del poder absoluto en Moncloa y en Cibeles. Un revés en toda regla, mortal para Ana Botella, fatal para Mariano Rajoy.

La boya de Rajoy

Rajoy no se agarró hasta el final a una candidatura que echó a rodar casi a la vez que el Gobierno (finales de 2011), impulsada una vez más por alguien al que habrá que volver, el taimado Alberto Ruiz-Gallardón, el Fouché de Españistán que se encaprichó de las Olimpiadas y hormigonó Madrid de infraestructuras al uso, liquidando a posteriori las arcas de una capital que debe a la banca más de las tres cuartas partes de las obras erigidas. Rápidamente Gallardón huyó a Justicia y se parapetó tras el Ejecutivo, dejando vivo su tercer invento. Así que en silencio, Rajoy y su séquito han abrazado Madrid 2020 en los viajes, ahora inútiles, a Quebec, Abiyán, San Petersburgo o Lausana. Y al final, cuando hasta los periódicos que fustigan al PP vendían la piel del oso antes de cazarla, se subió al carro sin miramientos. No, no hay español cabal que viera a Rajoy presidente en 2020, pero los Juegos eran la boya ideal para sujetarse. Las turbulencias económicas y barcenianas continúan flotando.

Acabada políticamente, Botella es, en el fondo, heredera de los desmanes faraónicos del taimado Ruiz-Gallardón.

La siguiente institución golpeada es el Ayuntamiento, al frente del cual se encuentra una alcaldesa que recordará el 7 de septiembre como su Hindenburg político, el día en que su carrera terminó. Heredera de los desmanes del tuno Gallardón, Ana Botella y su impericia verbal recibieron un aviso en una de las instalaciones llamadas a ser olímpicas, el Madrid Arena. La muerte por asfixia de cinco jóvenes durante un festival de música electrónica barrió medio Consistorio. El increíble desengaño de Buenos Aires y su baja popularidad certifican la sentencia de Botella y tocan incluso al expresidente Aznar, muñidor de las aspiraciones de la esposa hace ya diez años.  

La labor del Príncipe, en entredicho 

Pierde Madrid. La ciudad. Sus servicios. Sus empresas. Esta capital es ingeniosa, acogedora, quizás sin el lustre de urbes como París, Londres o Barcelona, pero capital al fin y al cabo; canalla y caótica con Tierno Galván, continuista con Álvarez del Manzano, tuvo una visión revelada por su heredero, Gallardón: alcanzar a Barcelona en esplendor empezando la casa por donde lo hizo Pasqual Maragall, la organización de un evento de primera magnitud. Hubo, en consecuencia, que echar mano de los Florentinos castizos; y conectar la autopista M-30 propiedad de la ciudad; y cavar un agujero para un enorme centro de convenciones bajo los cuatro rascacielos de la Castellana, y levantar pabellones de última generación sin uso deportivo alguno justificable (Caja Mágica, Madrid Arena); y generalizar la práctica del coche oficial, todo pagado a golpe de desarrollo urbanístico. Tampoco el Ayuntamiento seguiría en la recóndita Plaza de la Villa: había que moverlo al precioso edificio de Cibeles dejándose en ello 500 millones, a sumar a un monto total de 8.000 kilos, el pasivo que adeuda Madrid y que trae de cabeza a proveedores y ciudadanos. Porque el Consistorio no tenía un Plan B para su particular crisis, y ese Plan B ahora se va a improvisar.

La España Oficial culmina en su propia forma de Estado, la monarquía, implicada en el feo asunto ese del lobby, a la vez tan típico de la Corona Española. Ausente su mejor postor, su Majestad el Rey Don Juan Carlos, preparando, quién sabe, el mejor escenario para la abdicación, el Príncipe de Asturias, cuya labor era tan apreciada por la candidatura, fue el lógico agente de la Realeza para conquistar al COI. El Príncipe naufragó, negando la razón al periodista japonés que indicó esta semana que Madrid 2020 jugaba con ventaja “porque, a diferencia de la familia del Emperador Akihito, que tiene prohibida por la Constitución cualquier acto diplomático, España goza de una Monarquía que juega en favor de sus intereses en el extranjero”.  

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